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Defendiendo la ciencia en 2025

La segunda presidencia de Donald Trump en EEUU se está perfilando para ser todo el fascismo que prometió la primera. Aunque las diferentes facciones del universo MAGA merecerían una explicación más amplia, por ahora baste señalar que todo proyecto autocrático es una amenaza para la ciencia porque los hechos incómodos de esta y la narrativa única de aquellos son incompatibles.

Por eso mismo, en las escasas seis semanas de su segundo mandato, Trump ha multiplicado sus ataques contra la ciencia y la academia, y lo ha hecho siguiendo el manual autoritario.

Esta vez, sin embargo, la respuesta generalizada a la amenaza que Trump representa ha sido bastante menos vociferante que la de hace ocho años. Por ejemplo, en enero de 2017 ya se habían convocado a una Marcha de Mujeres y una por la Ciencia; ambos proyectos que eventualmente terminaron fracasando.

Tal vez nunca fue buena idea hacer la cara visible de una marcha por las mujeres a la marioneta de un régimen despiadadamente machista que siempre se vestía portando un hijab, símbolo de opresión femenina, quien para completar tiene una facilidad pasmosa para soltar las más antisemitas de las opiniones. La “diversidad” de rigor terminó costándoles la marcha.

Por su parte, la Marcha por la Ciencia estuvo destinada al fracaso desde el principio, pues sus promotores siempre estuvieron más interesados en mancillar la ciencia ellos mismos que realmente en defenderla. Cada año, sin falta, figuró prominentemente alguna chorrada anticientífica: en 2017 fue la defensa de la interseccionalidad como un concepto con validez empírica y una defensa de los terroristas del Daesh; en 2018, se apuntaron al buensalvajismo y la corrección política; en 2019, fue la elección de conferencistas con posturas anticientíficas (como la de oponerse a la energía nuclear, sin la cual no podremos hacerle frente al cambio climático), y en 2020 se fueron lanza en ristre contra la objetividad. ¡Con esos amigos para qué enemigos!

En 2025, tres años después de que los Magistrados elegidos por Trump ayudaron a abolir el derecho al aborto, la Marcha de las Mujeres sigue en el anémico estado en el que quedó tras el catastrófico paso de la impostora de Linda Sarsour.

La Marcha por la Ciencia, por su parte, dejó de convocarse durante la administración de Joe Biden; y, para bien o para mal, tampoco ha vuelto a aparecer en las seis semanas que Trump lleva destruyendo EEUU. Mi hipótesis al respecto es: 1) que, al igual que con todos los demás temas, mucha gente que no presta la suficiente atención, cree que Trump 2.0 va a ser igual de incompetente (y relativamente inocuo) que la primera versión; desconociendo que en esta ocasión está rodeado de verdaderos fascistas que no están para ser niñeras y esconderle los documentos sino para manipularlo y hacer que firme auténticas barbaridades; y 2) que muchos otros ya vivieron su fantasía de hacer parte de la #Resistencia la primera vez, quemaron la etapa, y lo sacaron de su sistema, y que los que todavía no lo superan han terminado formando grupos en redes sociales con nombres tan ridículos y rimbombantes como Brigada Nerd Antifascista o así, donde consiguen subidones de dopamina soñando juntos que están en un juego de rol en el que van por la calle rompiéndole la cresta a todo el que tenga opiniones incorrectas, y sienten que con eso ya hicieron demasiado.

De cualquier manera, la masa crítica de personas e instituciones oponiéndose a las salvajadas de la segunda administración Trump palidece en número y volumen frente a la que hubo la primera vez. A pesar de esto, los científicos americanos ya han empezado a organizarse para defender la ciencia, precisamente bajo ese lema: Stand Up for Science 2025.

El viernes de la semana pasada se celebraron en todo el país las primeras concentraciones masivas de la campaña de defensa de la ciencia, y contaron con la solidaridad de científicos franceses y belgas. Es un paso en la dirección correcta. El eslógan en esta ocasión también está mucho más en consonancia con el espíritu universal de la ciencia: “Porque la ciencia es para todos“.

El comunicado de prensa con la convocatoria a las concentraciones es bastante directo en los objetivos de la campaña:

Nuestro principal objetivo: defender la ciencia como un bien público y pilar central del progreso social.

[…]

Nuestros objetivos políticos incluyen la restauración de la financiación científica federal, la reincorporación de los empleados despedidos injustamente de las agencias federales, el fin de la interferencia gubernamental y la censura en la ciencia, y un compromiso renovado con la diversidad, la equidad, la inclusión y la accesibilidad en la ciencia. También nos comprometemos a empoderar a los científicos —y a cualquiera que se haya beneficiado de los avances científicos— para que participen en una defensa sostenida en los años venideros.

No es muy difícil notar la radical diferencia de tono entre esto y las payasadas performativas de la Marcha por la Ciencia de hace unos años.

Dicho lo cual, aún hay margen de mejora. Como aquí partimos de que la gente actúa de buena fe hasta prueba en contrario, vamos a suponer que fue en ese espíritu en el que se comprometen con los programas de diversidad, equidad e inclusión (DEI), término que bien podría ser un problema más adelante.

Esto es así porque todo el discurso sobre programas de DEI es un motte-and-bailey: los programas son publicitados como la idea de que no haya discriminación en la contratación, como una especie de igualdad de oportunidades meritocrática (y son defendidos en estos términos). Sin embargo, en la práctica, la idea es bastante más siniestra, pues la palabra “equidad” implica que todas y cada una de las diferencias en las tasas de contratación se debe a una forma de discriminación activa por parte de quien contrata: podría ser racista, sexista, homofóbico, transfóbico, etc. Es un rechazo expreso a la igualdad de oportunidades, y cambiarlo por la adhesión a una igualdad de resultados a rajatabla que no admite que en la vida hay accidentes, dinámicas demográficas, incompetencia, negligencia, ni diferencias individuales en aptitud, capacidad y desempeño.

No es de extrañar entonces que la orden ejecutiva de Trump contra los programas de DEI haya sido celebrada por sus adeptos más pocoseso como la derogación de un sistema de cuotas antimeritocrático (que, si lo es o no lo es termina siendo una distinción sin diferencia). El problema es que con esa orden ejecutiva también empezó a demoler la directiva federal que garantizaba la igualdad de oportunidades (en virtud de la cual, los programas de DEI nunca fueron necesarios); dando como resultado que en nombre de acabar con la discriminación en la contratación se le ha abierto la puerta a discriminar en la contratación — sólo que en el sentido contrario.

Una vez más, las políticas de identidad han tomado un problema (porque la meritocracia es un problema), y lo han emeporado, dándole una victoria a la más rancia derecha ultramontana. Por esta razón, habría sido preferible evitar el término “diversidad, equidad e inclusión”, y en cambio usar el de “no-discriminación” o la igualdad de oportunidades.

Aún si el término fue incluido de buena fe en el comunicado de prensa, sin conocer realmente todo su bagaje, este podría ser un error táctico: primero, porque muchos potenciales defensores de la ciencia evitarán sumarse a la causa; y segundo, porque una vez llegado el momento, los promotores de la diversidad, equidad e inclusión, sacarán las garras y ante la menor diferencia en las tasas de contratación frente a la composición demográfica, acusarán a sus hasta ahora compañeros de lucha de siempre haber sido racistas, sexistas, etc. Ya hemos visto esta película; y nunca termina bien para el objetivo declarado ni para los activistas intelectualmente honestos y que actúan de buena fe.

Un segundo tema al que vale la pena hacerle seguimiento en el marco de la defensa de la ciencia ante los embates autoritarios es el de la censura e interferencia gubernamental. Esta actitud de la administración Trump 2.0 es inaceptable, y resulta alentador que los científicos lo tengan claro. Ojalá mantengan esa claridad al momento en que los editores de journals científicos decidan hacer lo mismo (como ya han hecho), o cuando se decide si publicar un paper por motivos políticos e ideológicos (que también se ha hecho).

Que lo haga el gobierno federal o las publicaciones científicas es una diferencia de grado, no de categoría. Por supuesto, el alcance del Gobierno en términos de financiación, acceso, y aplicación de normativas, hacen que su interferencia y censura en el contenido de los estudios sea bastante más peligrosa y dañina que la de los porteros de las revistas; así que aunque es comprensible que el rechazo del primero consuma más esfuerzo, tiempo, dinero y energía, lo que no debería existir es una disposición diferente para rechazarlos ambos, porque el principio es el mismo: la ciencia no se puede supeditar a ninguna ideología. Precisamente, todo el punto de la ciencia es revelar hechos incómodos.

Veremos qué ocurre. Ojalá este renovado movimiento de defensa de la ciencia tenga un impacto positivo, y sirva para resisitir todos los asaltos anticientíficos, vengan de Trump o de cualquier otro rincón del espectro político.

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