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El antirracismo se convirtió en teoría de la conspiración

Cuando expliqué cómo la ideología de la Justicia Social™ arruinó el ateísmo señalé que esta doctrina tiene la anatomía de una teoría de la conspiración. A mí en particular me llaman la atención sus hipótesis infalsables — cualquier dato que ponga en duda su veracidad es tratado como inexistente o directamente como algo deliberado por parte de los conspiradores (que en el caso de la Justicia Social™ sería la amalgama de personas, instituciones y grupos “poseedores de privilegio”).

Me acordé de esto porque el Centro para la Investigación Antirracista que la Universidad de Boston estableció para que fuera dirigido por el activista Ibram X Kendi, con una subvención de 43 millones de dólares, acaba de hacer un despido masivo de personal entre acusaciones de mala gestión de fondos y desorganización.

Con motivo de este suceso el escritor Gurwinder Bhogal hizo unas ediciones menores y republicó su artículo de por qué creía que el proyecto del antirracismo fracasaría — allí, Bhogal pone de manifiesto cómo esta modalidad de lucha contra el racismo se convirtió en la teoría de la conspiración que hoy implosiona:

Para los no iniciados, la palabra “antirracismo” sugeriría una simple oposición al racismo. Pero el antirracismo es mucho más que eso. Es una elaborada visión del mundo que se ha desarrollado durante décadas en los medios de comunicación y el mundo académico, donde se ha enconado en una relativa oscuridad, hasta que acontecimientos recientes le han permitido extenderse a la opinión pública.

Como todos los credos sectarios, el antirracismo es maniqueo, es decir, divide claramente la realidad en el bien y el mal. Los antirracistas creen que no existen personas o políticas no racistas, sino racistas o antirracistas. Como dice Kendi en su exitoso libro How To Be An Antiracist (Cómo ser antirracista): “Todas las políticas de todas las instituciones de todas las comunidades de todas las naciones producen o mantienen la inequidad o la equidad racial”.

El uso que hace Kendi de la palabra “equidad” es importante aquí; no se contenta con la igualdad de oportunidades; él quiere igualdad de resultados. Esto se debe a que el antirracismo enseña que todas las disparidades raciales en los resultados sociales son el resultado de un racismo sistémico. Este punto de vista no está respaldado por los datos.

Por ejemplo, muchos estadounidenses de origen asiático obtienen mejores resultados sociales que los estadounidenses de raza blanca, tanto en rendimiento académico como en ingresos promedio por hogar, al tiempo que tienen menos probabilidades de ser encarcelados por un delito. Por tanto, creer que los resultados sociales son consecuencia del racismo sistémico exigiría creer que los indios y filipinos tienen más privilegios que los blancos.

La afirmación antirracista del racismo sistémico se ve así socavada por un enorme punto ciego: su incapacidad para reconocer que las disparidades raciales en los resultados son, como todos los fenómenos sociales, de causa multivariada, y no pueden explicarse únicamente por el racismo. La incapacidad de los antirracistas para entender esto les lleva a hacer lo que suelen hacer los teóricos de la conspiración, que es atribuir un fenómeno social a un complot único, típicamente nefasto, de algún grupo. En este caso, el grupo son los blancos.

Según los antirracistas, la “blancura” es una mentalidad supuestamente creada por el privilegio y los prejuicios de los blancos, lo que les lleva, consciente o inconscientemente, a considerar inferiores a otras razas y a defender instituciones que mantienen la desigualdad racial. Al igual que el concepto cristiano del pecado original, la blancura es un mal con el que nacen todos los blancos y que deben reconocer y expiar para ser redimidos. Y al igual que el pecado original, no hay pruebas de que la blancura exista realmente. Porque cualquier atributo que pueda llamarse “blanco” puede encontrarse con la misma frecuencia entre los no blancos.

Por ejemplo, una premisa central de la “blancura” es que los blancos tienen una herencia de opresión racial. Los defensores de este punto de vista suelen invocar la trata transatlántica de esclavos y Jim Crow como pruebas. Según los antirracistas, la blancura impide a los blancos reconocer su pasado opresivo.

Y sin embargo, Occidente habla constantemente de su pasado racista. Por eso [Robin] DiAngelo y Kendi pueden vivir de ello. Mientras tanto, las culturas asiáticas y africanas guardan relativo silencio sobre sus propias historias de esclavitud, igualmente terribles, y muchas de hecho siguen practicándola (en Asia y África hay más esclavos vivos hoy que en toda la historia).

Lo que diferencia a las naciones occidentales del resto de la humanidad no es que esclavizaran a la gente, sino que son las únicas que siguen intentando redimirse. Hoy en día, las naciones de mayoría blanca tienden a ser las más progresistas, multiculturales y étnicamente diversas del mundo. Los no blancos de todo el mundo buscan refugio sobre todo en Occidente, y cuando llegan aquí rara vez quieren marcharse. Parece que la blancura les resulta acogedora.

Los antirracistas tienden a justificar su fijación con los blancos afirmando que la blancura no es sólo prejuicio, sino también el poder que este impone, y en su mundo americanocéntrico, los blancos tienen colectivamente el mayor poder. Como escribe DiAngelo en su libro White Fragility, “los blancos controlan todas las instituciones importantes de la sociedad y establecen las políticas y prácticas que deben seguir los demás”. Pero si estas políticas y prácticas incluyen programas como la discriminación positiva, la ilegalización de la discriminación racial y cursos de formación sobre la fragilidad blanca impartidos por Robin DiAngelo, ¿cómo es exactamente que mantienen la supremacía blanca?

Los blancos no son los únicos privilegiados o prejuiciosos, y ni los blancos ni las instituciones controladas por los blancos son monolíticos. Las acusaciones de blancura impregnan nuestro discurso no porque se refieran a algo distinto de los blancos, sino porque son una forma eficaz de silenciar las críticas al antirracismo. Si rebates la narrativa antirracista, es porque tienes “privilegio blanco”. Si rebates la presencia del privilegio blanco, es porque tienes “fragilidad blanca”. La negación de la culpabilidad es evidencia de culpabilidad. El antirracismo es antifrágil.

La ligereza con la que los antirracistas rechazan cualquier crítica a sus puntos de vista como blancura a menudo les lleva a cometer errores embarazosos que ponen de manifiesto la vacuidad de su enfoque. Tomemos el caso de Areva Martin, analista de CNN, que rechazó las afirmaciones del locutor de radio David Webb de que las aptitudes eran más importantes que la raza a la hora de determinar los resultados en la vida, acusando a Webb de privilegio blanco. Su respuesta fue que, de hecho, él era negro. Y no olvidemos a Aidan Byrne, que al reseñar uno de los libros de Thomas Sowell para la London School of Economics, espetó como acto reflejo sobre el intelectual negro que creció en la pobreza: “Es fácil decirlo para un blanco rico”.

Puesto que la “blancura” no tiene una definición concreta, no hay límites a lo que puede ser la blancura: es lo que haga falta para ganar la discusión. Si escribes un ensayo convincente refutando el antirracismo, los antirracistas pueden afirmar que escribir es supremacía blanca. Utiliza la estadística para demostrar que sus números son erróneos, y te responderán que las matemáticas son supremacía blanca. Utiliza el sentido común para demostrar que sus argumentos conducen a absurdos, y replicarán que la mismísima razón es supremacía blanca.

El párrafo anterior no es una hipérbole. La profesora de matemáticas antirracista Laurie Rubel declaró recientemente que afirmar que las matemáticas son objetivas porque 2 + 2 = 4 “apesta a patriarcado supremacista blanco”. Glenn Singleton, presidente de la empresa de formación en sensibilidad racial Courageous Conversation, afirma que valorar “la comunicación escrita por encima de otras formas” y el “pensamiento científico y lineal” son señas de identidad de la blancura. La idea de que la razón y la escritura son ajenas a los negros es insultante, y no hace más que desanimar a los jóvenes negros a centrarse en actividades que podrían ayudar a cerrar la brecha de rendimiento racial.

Además, la idea de que el “pensamiento científico” pueda ser tachado de “blanco” recuerda inquietantemente al concepto nazi de “ciencia judía” o al soviético de “pseudociencia burguesa”, acusaciones que se lanzaban contra líneas de razonamiento que amenazaban la ortodoxia política. Al igual que el antisemitismo del nazismo y el estalinismo, el antirracismo atribuye el éxito relativo de un grupo a una conspiración de ese grupo, y descarta cualquier cosa que contradiga la teoría de la conspiración como parte de la conspiración.

Esto es lo que pasa cuando un movimiento político reemplaza los hechos con teorías de la conspiración y pseudociencia. El fracaso del proyecto antirracista es doloroso porque es tiempo, dinero y energía que se podrían haber invertido en hacer las cosas que se ha demostrado que funcionan para reducir el racismo efectivamente.

Lamentablemente, en el mundo de la posverdad, cuando se trata de elegir entre hacer lo que se siente bien y es popular, o lo que funciona, esta última opción suele llevar las de perder. Y así perdemos todos.

(imagen: Tony Turner Photography y Montclair Film)

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