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Papa Francisco conoce a dios



El Papa Francisco ha muerto, y según el relato católico debe estar tocando la puerta del Cielo en estos momentos, y finalmente reuniéndose con dios, a pesar de sus repetidos intentos por posponer el encuentro tanto como fuera materialmente posible.

Ahora empieza el circo para elegir al nuevo Papa, siguiendo el guión preestablecido para ello. Mientras la Curia finalmente es iluminada lo suficiente por la Paloma Violadora para que voten por el nuevo Pontífice, vale la pena hacer un rápido repaso del mandato de Jorge Mario Bergoglio al frente de la Iglesia Católica, y las cosas que seguramente los católicos barrerán bajo la alfombra cuando repasen el inventario de por qué Francisco I merece entrar al Cielo en vez de ser condenado al Infierno.

Lo que mejor puede resumir al Papa Frank es que su mandato fue un fiel reflejo del Concilio Vaticano II. El Concilio fue, grosso modo, la reacción de una Iglesia que veía cómo iba perdiendo fieles a raudales en un mundo proto-secularizado, lo que ponía en riesgo su modelo de negocio (que es en lo que, al fin y al cabo, consisten cualquier iglesia y religión). El Concilio fue, pues, una serie de acuerdos entre las alas más reaccionarias y las menos de la Iglesia, para darle un lavado de imagen que, si no la detenía, por lo menos sí ralentizara la hemorragia de creyentes. El resultado fueron una tonelada de acuerdos teológicos en los que, básicamente, se decía una cosa y la contraria —¡a veces en el mismo párrafo!—, que permitieran mostrar una cara amable de la Iglesia: ya no adoptarían el papel de la autoridad moral del mundo, sino la de una especie de amigo progre cool, que pretende que está con los tiempos, pero que se pone serio y muestra su más férrea oposición cuando alguien intenta que gays, mujeres y no-creyentes dejen de ser tratados como ciudadanos de segunda clase. Por lo mismo hubo un intento de acercamiento al cristianismo evangélico (una empresa siempre destinada a fracasar gracias al mito mariano) y también se empezaron a tender puentes con las otras dos supersticiones organizadas alrededor de la figura de Abraham.

Otra consecuencia del Concilio fue la de debilitar la figura del Papa, restándole cuotas poder — en beneficio de las conferencias episcopales. El surgimiento de ese cómodo punto medio entre la bancarrota epistemológica y la pereza intelectual que ha desatado sobre el mundo el segmento de la población que insoportablemente se identifica como “católico no practicante” o que “cree en dios pero no en la Iglesia” es un síntoma de que la figura del Papa ya no es un monarca absoluto; aunque un indicador aún más claro fue el hecho de que hicieron renunciar al pobre Papa Benny del cargo que, teóricamente, es vitalicio.

Bergoglio fue elegido porque la Iglesia estaba sangrando creyentes bajo la dirección de Ratzinger (quien, ironías de la vida, fue una figura prominente del ala menos reaccionaria del Concilio Vaticano II). Y así como el Concilio fue un lavado de cara institucional para detener la reducción de su grey, la elección del argentino para suceder al alemán fue una decisión de relaciones públicas para detener la reducción de su grey.

¡Y funcionó! Si bien hubo una prensa relativamente despierta y atenta a cualquier paso en falso del Papa que parecía Palpatine, una vez sucedido este, la imagen del abuelito bonachón fue libre de postular las más cavernarias posturas envueltas en el lenguaje de preocuparse por cosas como la discriminación, y los periodistas —muchos, incluso, no-católicos— le creyeron el cuento.

Allá donde el Papa Frank condenaba que la gente no tenga hijos, el control de la natalidad, y el uso de la tecnología, los periodistas veían una encíclica papal sobre proteger el medio ambiente (?). En el momento en el que Bergoglio hizo un llamado a la redistribución de la riqueza de los países ricos a los pobres, nadie se molestó en increparlo sobre cuándo empezaría a redistribuir la riqueza del Vaticano. Cuando Francisco justificó el terrorismo islámico en las oficinas de Charlie Hebdo, los periodistas se apresuraron a tratar de justificar sus palabras y ponerlas en contexto (entendiendo por “contexto” su sesgo de que alguien que sale bien en cámara no puede tener posturas morales atroces y condenables).

Mientras la prensa internacional rugió enfurecida ante la inacción del Papa Benedicto XVI ante los casos de pederastia, en igual medida calló cómplicemente ante la inacción del Papa Francisco I ante los casos de pederastia.

Y al igual que siempre, la Iglesia Católica al mando de Bergoglio siguió llevándose de maravilla con dictadores y autócratas, desde Nicolás Maduro hasta Vladimir Putin. Tanta valentía para posturear en contra de que los gays se puedan casar, y tanta cobardía para hacerle frente a carniceros, asesinos y verdugos.

A ver a quién ponen para suceder al papa Frank, y qué tan bueno es para hacer esa gimnasia mental tan propia del cargo, de defender las cosas más trogloditas con el lenguaje del amor.

 

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