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La mala ciencia de los microplásticos



Los microplásticos están de moda, y la comunidad científica los está encontrando hasta en la sopa: se han encontrado en el agua embotellada, en el cerebro, en los penes, en el semen, en el líquido amniótico, y hasta en las profundidades del océano.

¿Qué son los microplásticos? Al descomponerse, un producto plástico normal produce pequeñas partículas, llamadas microplásticos (fragmentos de cualquier tipo de plástico de menos de 5 mm de longitud) y nanoplásticos (que, dependiendo de la definición, tienen un tamaño inferior a 1 μm —es decir, 1000 nm— o inferior a 100 nm). Por economía del lenguaje, y para efectos de este post, al decir “microplásticos” vamos a referirnos a ambos tipos de partícula.

Además del detrimento medioambiental que pueden significar, los microplásticos también podrían suponer peligros para la salud humana y animal. Estas partículas pueden terminar en nuestros organismos al ingerir alimentos que los contengan, por inhalación y por contacto. Y se estima que los daños podrían ser físicos (si los microplásticos entran en las células), de disrupción endocrina (afectando la producción hormonal), y tóxicos (por acumulación de cosas que están en los microplásticos).

Esto hace que los hallazgos de microplásticos en todos los rincones de nuestra existencia pinten un panorama inquietante. ¿Qué tan preocupados deberíamos estar? Pues parece que en este punto del espacio-tiempo, la ciencia de los microplásticos no es tan definitiva como podría pensarse tras echarle un vistazo a los titulares. Este tema fue explorado inicialmente en el genial podcast The Studies Show, de Stuart Ritchie y Tom Chivers, y a partir de ahí empecé a tirar del hilo; y en líneas generales comparto las conclusiones del programa: puede que los microplásticos finalmente sí represente un verdadero problema de salud pública, pero por el momento no contamos con la evidencia necesaria para hacer afirmaciones de este calibre. Veamos.

Desafíos metodológicos


En particular, parece que el estudio de los microplásticos no es tan fácil como soplar y hacer botellas, así que los investigadores se han topado con problemas metodológicos que no son fáciles de resolver.

El primer desafío que tenemos es que la mayoría de la investigación se lleva a cabo en ratones y danios cebra (peces), que es un buen punto de partida, pero no sirve para saltar a conclusiones sobre la salud humana sin tener estudios de seguimiento en humanos.

El segundo problema es que como el plástico normalmente toma miles de años en descomponerse, los estudios normalmente miran la exposición aguda en vez de crónica: o sea, se estudian ratones y peces cebra expuestos a cantidades industriales de microplásticos en un espacio de tiempo muy corto, para simular la cantidad de plástico que ingresaría en sus organismos durante una vida normal, y así estudiar los efectos de la acumulación de microplásticos. Pero esto es un problema en sí mismo, pues los efectos de la exposición aguda no tienen por qué ser los mismos de la exposición crónicaUn estudio encontró que los investigadores de microplásticos se pasan tres pueblos con las cantidades, así que las concentraciones de exposición en el laboratorio “tienden a ser entre dos y siete órdenes de magnitud más altas que los niveles ambientales“.

Un tercer problema es que sólo se estudian los plásticos que son más fáciles y/o económicos de conseguir para el laboratorio, pero la experiencia de un ser humano promedio en la sociedad moderna del siglo 21 nos pone en contacto con una gran cantidad de plásticos. A pesar de que el poliestireno sólo constituye un 7% de la producción total de plástico, es el microplástico más investigado. Y de la totalidad de estudios sobre microplásticos, aproximadamente sólo el 10% de los estudios se realizan sobre los tipos de plástico que usamos y que terminan en el entorno.

Una de las maneras en las que se estudia la presencia de microplásticos es usando tintes fluorescentes: tiñen el plástico, se lo dan de comer a los peces cebra, desguazan los pescados, los miran al microscopio con luz ultravioleta, y los trocitos de plástico brillan. En 2019, un estudio añadió un tinte de control: en el agua donde estaban las larvas de pez cebra introdujeron microplásticos teñidos, luego añadieron un recipiente con microplásticos teñidos con un tinte diferente. A pesar de que los microplásticos del recipiente no podían salir, el tinte sí podía filtrarse al agua. Los investigadores terminaron encontrando ambos tipos de tinte dentro de los peces. Esto significa que los estudios en los que no se controlan las fugas de tinte —que al parecer son la mayoría de estudios— ver fluorescencia en el microscopio no significa que los investigadores estén viendo microplásticos. Bien podría ser sólo el tinte.

Otro estudio, en 2022, encontró que la solución en la que se venden los microplásticos que van a ser usados en el laboratorio puede ser más tóxica que el propio plástico. La idea es la siguiente: antes de usarse en el laboratorio, los plásticos son sumergidos soluciones químicas en las que son vendidos y transportados; y estas soluciones suelen ser más tóxicas que el mismo plástico. Así que los daños por los cuáles se culpa a los microplásticos realmente podrían deberse a estas sustancias. Una vez más, no parece que los investigadores estén controlando esta variable al diseñar sus estudios.

Además de utilizar animales de laboratorio, otro método que se usa para estudiar los efectos de los microplásticos es in vitro, o sea en placas de Petri. En este caso, los investigadores han reportado problemas para medir los efectos físicos de los microplásticos en las células, porque el plástico flota hacia la superficie de la solución química en la placa de Petri, así que es difícil hacerlo entrar en contacto con las células.

Existen por lo menos dos repasos de estudios sobre microplásticos que han encontrado problemas metodológicos y una disparidad de resultados: algunos estudios encuentran que los microplásticos tienen efectos en la salud humana, otros no encuentran efecto alguno, unos sobreestiman los efectos, y otros los subestiman. Así que lo único cierto es que hay incertidumbre sobre si los microplásticos realmente representan un peligro para la salud, y cuál sería el alcance de dicho peligro.

Otro problema, señalado por Ritchie y Chivers, es que diferentes investigadores utilizan diferentes cantidades y unidades de medida, imposibilitando la estandarización: hay estudios que miden miligramos por día, miligramos por ratón, gramos por ingestión, microgramos por litro, partes de millonésima por cien microlitros y partículas por litro.

La fabricación del microplástico presenta un problema adicional: para conseguir el tamaño adecuado, es necesario cortar el plástico, y si se usan cuchillas metálicas, por ejemplo, es posible que se rompan pequeños trozos de la cuchilla y, si son tan pequeños como el plástico, pueden acabar en los ratones y los peces, y en consecuencia contaminar todo el experimento.

Otro problema potencial es estudiar la forma equivocada de los microplásticos: se cree que algunas formas son más peligrosas que otras, porque la estructura podría determinar qué tanto interfiere el plástico con las membranas celulares. Así que mientras la mayoría de estudios utilizan microplásticos de forma esférica, las formas más comunes de microplástico en el océano son fibras y fragmentos. Y el estudio que encontró microplásticos en la materia fecal humana, halló principalmente microplásticos en forma de láminas y fibras. (La sugerencia parece ser que entonces se estudien microplásticos con esas formas; en este caso particular yo creo que podríamos estar ante un sesgo de superviviente: si el organismo está excretando microplásticos en formas de lámina y fibras, puede que haya otras formas que se estén quedando en nuestros cuerpos, y tal vez valga la pena prestarle más atención a los microplásticos con formas que no son láminas y fibras).

Mala ciencia


Por si todo esto no fuera suficiente, además encontramos los problemas típicos de cuando nos topamos con mala ciencia: muestras muy pequeñas, grupos mal controlados, conclusiones no soportadas por los resultados, y hasta fraude. Por ejemplo, en 2017 se publicó un estudio en una revista de Nature que encontró que la exposición a microplásticos podría provocar alteraciones en el metabolismo energético y lipídico e inducir estrés oxidativo y respuestas neurotóxicas. El estudio ha sido citado más de 1000 veces. Un hecho incómodo: el estudio se llevó a cabo en apenas cinco ratones. Para rematar, al momento de contabilizar el microplástico en los ratones, los investigadores reportaron que la cantidad de microplásticos en los cadáveres de los ratones era más del doble de la dosis que les dieron (!). Cinco ratones, la multiplicación de microplástico por generación espontánea, y el estudio no ha sido retractado y, en cambio, sigue acumulando citas…

Otro estudio, publicado en el New England Journal of Medicine en marzo de 2024, encontró que los microplásticos podrían aumentar el riesgo de sufrir accidentes cerebrovasculares y ataques cardíacos. ¿Cómo se llevó a cabo este estudio? Primero, la muestra se hizo con un grupo de 250 humanos a quienes se les operó la arteria carótida para remover placa. Los investigadores encontraron microplásticos de polietileno y PVC en la placa de 150 personas (con una técnica bastante más rigurosa que la de los tintes); la placa de 107 individuos no tenía microplásticos.

Los investigadores le hicieron seguimiento a los grupos durante tres años. Al cabo de ese tiempo, 30 personas, o aproximadamente el 20% de las que tenían microplásticos, sufrieron un ataque cardíaco, un derrame cerebral o murieron por alguna causa (¡cualquier causa!), en comparación con ocho personas o aproximadamente el 8% de las que no se les encontraron microplásticos en la placa de la arteria carótida. Los autores concluyeron que el riesgo de ataque cardíaco, accidente cerebrovascular o muerte era cuatro veces mayor en las personas con microplásticos. Un científico que no tuvo relación con el estudio fue citado en Medical Express manifestando su escepticismo: “Eso significaría que estos microplásticos son la causa más importante de enfermedades coronarias descubierta hasta ahora, y no creo que sea así“.

Todo esto apunta a que los investigadores no controlaron casi ninguna de las variables que debían controlar: para empezar, si los sujetos del estudio todos necesitaron una operación de arteria carótida, entonces ahí ya hay un factor de confusión, difícil de generalizar para el resto de la población. Y los resultados mostraron que el grupo con los microplásticos correspondía a una serie de variables que debían haber sido controladas (hombres jóvenes propensos a fumar, a sufrir de diabetes, enfermedades cardiovasculares y dislipidemias). Para completar, los investigadores no tuvieron acceso a los niveles socio-económico y de ingresos de los pacientes, que también juegan papeles importantes y por lo que se deben establecer controles para estas variables antes de poder llegar a una conclusión.

Otro: en mayo de 2024 se publicó la preimpresión de un paper que está en proceso de revisión en una revista de Nature Portfolio. El estudio miró las concentraciones de microplásticos en cerebros humanos en 27 muestras de 2016 y 24 de 2024, y encontró más microplásticos en los cerebros de este año que en los de hace ocho. Los investigadores concluyeron que las concentraciones han ido en constante aumento con el paso de los años. Pero no se puede llegar a esa conclusión con sólo mirar dos años. Además de otros problemas metodológicos y estadísticos con el estudio, hay un más que probable sesgo de selección, pues los órganos para el estudio fueron aportados por la oficina forense de Nuevo México — ese despacho se encarga de investigar muertes prematuras y violentas.

En 2016 un estudio encontró que las larvas de peces prefieren comer microplásticos en lugar de sus presas naturales. Poco después de su publicación, un grupo de investigadores planteó varias acusaciones, entre ellas que el artículo contenía datos faltantes y utilizaba una metodología problemática. El artículo finalmente fue retractado en mayo de 2017, en medio de una investigación al autor del paper fraudulento por mala conducta científica.

Mal periodismo


Casi que como no puede ser de otra manera, allá donde hay mala ciencia, ésta siempre vendrá acompañada de mal periodismo. Invariablemente, posturas anticientíficas como el desprecio a los transgénicos, la moda ‘orgánica’, el miedo a la energía nuclear, o el negacionismo climático siempre han contado con cubrimientos mediáticos que ayudan a propagar falsedades entre el público general. El ejemplo más reciente lo vimos con la división sexual del trabajo en las sociedades de cazadores-recolectores. Y la mala ciencia de los microplásticos no iba a ser la excepción.

Por ejemplo, en 2019, la ONG medioambiental World Wide Fund for Nature (WWF) publicó los resultados de un estudio que había encargado, según el cual las personas consumimos en promedio cinco gramos de microplásticos a la semana — una cantidad equivalente a una tarjeta de crédito. Los titulares y artículos no se hicieron esperar, y estos alarmantes resultados fueron repetidos hasta el cansancio, desde Reuters hasta el Foro Económico Mundial.

Análisis posteriores hallaron que la cifra era exagerada en varios órdenes de magnitud, y resulta que la cantidad de microplásticos que realmente ingerimos a la semana se asemeja más a 0,000004 gramos (menos que un grano de sal), lo que significa que a cada uno de nosotros nos tomaría entre 5.000 y 20.000 años en consumir toda una tarjeta de crédito en microplásticos. ¿Y los reportes de prensa rectificando? *Gorjeo de grillos*

Algo similar ocurrió con el estudio fraudulento que encontró que las larvas de peces supuestamente preferían comer microplásticos en lugar de sus presas naturales. Una vez el artículo fue retractado, un cubrimiento mediático igual de extenso que el reportaje inicial de los resultados brilló por su ausencia.

En 2019, un estudio encontró una gran disparidad entre los estudios científicos sobre microplásticos y el cubrimiento periodístico del tema: mientras que un 67% de los estudios enmarcan los riesgos de los microplásticos como hipotéticos o inciertos, el 93% del cubrimiento en medios da a entender que los riesgos de los microplásticos existen definitivamente y que las consecuencias perjudiciales son altamente probables.

No todo es malo


Como de costumbre, las malas noticias producto del mal periodismo lideran la conversación de un tema que puede ser presa fácil de la mala ciencia y apto para sembrar pánico injustificado en la audiencia. Esta dinámica suele dejar de lado lo que podrían ser consideradas buenas noticias al respecto.

En el caso de los microplásticos, por ejemplo, tenemos que la red de Academias Europeas para la Asesoría Científica de la Política Pública (sigla Sapea) en su rol de asesora de la Unión Europea publicó un reporte sobre microplásticos en el que concluyó que:

La mejor evidencia disponible sugiere que los microplásticos y los nanoplásticos no representan un riesgo generalizado para los seres humanos o el medio ambiente, excepto en pequeñas áreas. Pero esa evidencia es limitada y la situación podría cambiar si la contaminación continúa al ritmo actual.

Okay! Tal vez las cosas no pintan tan mal como pensábamos al principio. La Organización Mundial de la Salud llegó a una conclusión similar en su propio reporte con respecto a los microplásticos:

Aunque los datos limitados proporcionan poca evidencia de que los NMP [nano y microplásticos] tengan efectos adversos en los seres humanos, existe una creciente conciencia pública y un consenso abrumador entre todas las partes interesadas de que los plásticos no deben estar en el medio ambiente y se deben tomar medidas para mitigar la exposición a los NMP.

Además de ese reporte, la OMS también hizo un reporte enfocado en los microplásticos en el agua potable — sus tres conclusiones tienden a ser más tranquilizadoras:

• Aunque no es posible extraer ninguna conclusión firme sobre la toxicidad relacionada con el peligro físico de las partículas de plástico, en particular las de tamaño nanométrico, a través de la exposición al agua potable, ninguna información fiable sugiere que sea motivo de preocupación. Los seres humanos han ingerido microplásticos y otras partículas en el medio ambiente durante décadas sin que existan indicios de efectos adversos para la salud. Además, el tratamiento del agua potable es eficaz para eliminar las partículas. Aunque las pruebas cuantificadas sobre la eliminación de microplásticos en los distintos procesos de tratamiento del agua son limitadas, se espera que el tratamiento convencional del agua potable (coagulación, sedimentación y filtración) elimine eficazmente los microplásticos, ya que el tratamiento convencional está diseñado para eliminar partículas, sobre todo cuando se optimiza para producir agua tratada de baja turbidez. Los tratamientos avanzados, en particular la filtración por membrana, deberían eliminar el 100% de las partículas >0,001 µm en el caso de la nanofiltración, >0,01 µm en el de la ultrafiltración y >1 µm en el de la microfiltración.

• El margen sustancial entre una exposición conservadora teórica a una serie de contaminantes químicos detectados en microplásticos a través del agua potable y el nivel en el que no se observaron efectos adversos o éstos fueron limitados, indica que existe una baja preocupación por la salud en relación con las sustancias químicas asociadas a los microplásticos. […] Las suposiciones relativas a un mayor número de partículas en rangos de tamaño más pequeños no modifican las conclusiones.

• Se considera que los riesgos derivados de los patógenos presentes en las biopelículas asociadas a microplásticos son mucho menores que el riesgo bien establecido que suponen las elevadas concentraciones y la diversidad de patógenos presentes en los residuos humanos y ganaderos, que a menudo llegan a las fuentes de agua de consumo con un tratamiento inadecuado. Además, la superficie relativa para la fijación y el transporte de microorganismos, incluidos los patógenos, es muy inferior en el caso de los microplásticos, según las concentraciones notificadas en el agua de consumo y en las fuentes de agua potable, en comparación con las concentraciones de partículas no plásticas que contribuyen a la turbidez normal del agua. En el caso de los microplásticos que no se eliminan durante el tratamiento del agua de consumo, estas partículas también proporcionan una superficie extremadamente pequeña para el desarrollo de biopelículas en comparación con los sistemas de distribución de agua de consumo y, por lo tanto, es probable que la importancia relativa de las biopelículas asociadas a microplásticos siga siendo insignificante. Independientemente de la fuente, el tratamiento del agua de consumo está diseñado en gran medida para eliminar partículas, y el uso tanto de procesos de clarificación como de desinfección, incluida la desinfección en los sistemas de distribución, reducirá el potencial de presencia de cualquier agente patógeno en el agua de consumo.

Con algo de perspectiva, tal vez el miedo actual a los microplásticos no se corresponde con la evidencia disponible.

Algunos investigadores incluso han encontrado usos beneficiosos para los microplásticos: el motivo por el cuál los microplásticos se estudian con tintes es el mismo por el que las soluciones químicas en las que los venden y transportan terminan contaminando los experimentos: porque los microplásticos son muy efectivos en adherirse a las toxinas. Irónicamente, esta propiedad los ha hecho buenos candidatos para ayudar a proteger la vida acuática: un estudio encontró que la presencia de micropartículas de nylon reduce la cantidad de bisfenol A que es ingerido por el zooplancton. Otro estudio encontró que las micropartículas de polipropileno reducían en un 76% la biodisponibilidad e ingesta de policlorobifenilos por parte de gusanos marinos sedimentívoros.

Ojalá este tipo de resultados fueran reportados con la mitad del entusiasmo que la prensa le regala a los resultados alarmistas (normalmente producto de la mala ciencia), aunque supongo que no estamos predispuestos así.

Precaución


Como mencionaba al inicio, no contamos con la evidencia para respaldar la catastrofización sobre los microplásticos, aunque obviamente esto no significa que sea recomendable terminar de leer este post y salir a esnifar microplásticos como poseso. La mala ciencia en este caso ha significado que a pesar de todos los recursos y esfuerzos invertidos (¿desperdiciados?) realmente no sabemos si los microplásticos suponen un riesgo para nosotros.

La mala calidad de la evidencia disponible no sólo imposibilita tomar medidas de salud y política pública, sino que además le da oxígeno a las narrativas del miedo — que es donde entran a jugar los titulares alarmistas.

Normalmente, en este punto los magufos despliegan la falacia de que la ausencia de evidencia no es evidencia de ausencia, y subvierten el principio de precaución desfigurándolo hasta dejarlo convertido en principio del miedo, y llaman a prohibir la ciencia o tecnología de turno hasta que no se demuestre por completo que no hay ningún riesgo (lo que es absurdo, porque no sólo piden prueba de un negativo, sino además porque el riesgo no funciona así).

Volviendo al mundo real, lo razonable en este tema en este momento es aceptar que la evidencia disponible actual es insuficiente para afirmar que los microplásticos suponen riesgos para la salud humana; y que necesitamos tener mejor evidencia para saber exactamente cuáles son los efectos de los microplásticos.

En varios momentos de la historia, la raza humana ha determinado efectivamente que una sustancia nos hace daño, y establecimos medidas para gestionar esos riesgos. Lo único que puede decirnos si ese es el caso con los microplásticos es hacer mejor ciencia al respecto.

(imagen original: Florida Sea Grant)

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