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El apicalipsis que no fue

En 2013, el periodista Bryan Walsh abrió las puertas al pánico con la publicación de un artículo de portada en la revista Time que anunciaba la inminente extinción de las abejas melíferas por culpa del desorden del colapso de las colonias (CCD), y la consecuente catástrofe que esto acarrearía — el hombre lo describía casi que como un evento de nivel apocalíptico.

Las respuestas al artículo fueron variadas. El periodismo mainstream dio por cierta la profecía sin detenerse a cuestionarla o investigarla, y replicaron sus premisas y conclusiones casi que copi-pegándolas, lo que sirvió para darle un barniz de mayor legitimidad (como si aparecer en Time no fuera suficiente) y propagar el miedo. Muchas personas se metieron de lleno en la apicultura, y empezaron a cultivar abejas melíferas con la intención de salvarlas (y salvar al mundo).

Por su parte, los pseudoambientalistas aprovecharon la situación para adelantar campañas contra los insecticidas neonicotinoides y los transgénicos, a pesar de que la relación entre estos y productos y el CCD era poco menos que inexistente. La campaña tuvo éxito; y la Unión Europea impuso una moratoria sobre los neonicotinoides. Una vez más la política publica había sido envenenada por la ideología, en vez de ser informada por la evidencia.

En aquel entonces señalamos que la mejor evidencia disponible apuntaba a que el CCD era ocasionado por el ácaro Varroa destructor, y que aunque el problema merecía atención, no era de las proporciones apocalípticas pintadas por Walsh, la prensa general, y los pseudoambientalistas.

¿En qué terminó todo una década después?

Pues Walsh acaba de publicar un nuevo artículo (esta vez sin el prestigio ni alcance de la revista Time) en el que hace un mea culpa, y admite que su profecía básicamente exageraba un problema real hasta sacarlo de toda proporción.

Entre tanto, resulta que el favoritismo del que han gozado las abejas melíferas entre los apicultores novatos no solo no ha servido para garantizar una salvación que para empezar nunca requirieron, sino que de hecho representa un peligro para las otras miles de especies de abejas y polinizadores silvestres, por lo que ahora el consejo es que renuncien a la apicultura.

A su vez, el Varroa destructor sigue siendo el principal causante de las muertes masivas de abejas y, por supuesto, este hecho no recibe suficiente reconocimiento.

Como ocurre con todos los activistas motivados más por la ideología que por los hechos, los pseudoambientalistas ni se molestaron en actualizar sus postulados iniciales, y los transgénicos siguen siendo su explicación de todos los males del mundo (a pesar de que llevamos 40 años de transgénicos y hasta ahora estos no han causado ni un resfriado común). La moratoria sobre los neonicotinoides —que es extendida cada vez que va a caducar, convirtiéndola en una prohibición de facto en la práctica— no sirvió para reducir las muertes masivas de abejas, aunque sí significo el retorno a pesticidas organofosforados y piretroides, que son tóxicos para las abejas, la fauna y los seres humanos. Es casi como si a los traficantes de miedo les trajeran sin cuidado los efectos de sus campañas.

Afortunadamente, el anunciado apicalipsis nunca ocurrió. Duele pensar cuánto más habríamos avanzado a día de hoy en la protección de todas las especie de abejas y polinizadores si todos esos esfuerzos y energías se hubieran enfocado en esto, en vez de propagar el pánico.

(imagen: Meggyn Pomerleau)

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