El fin de semana, Tenzin Gyatso —el dictador tibetano mejor conocido como Dalái Lama— recibió un torrente de críticas porque se hizo viral un video tomado a finales de febrero en el que el monje besó a un niño en los labios y luego le pidió que le chupara la lengua. El video no es difícil de encontrar en Internet, pero no lo incrustaré en el post, pues no agrega nada.
Que Gyatso haya sido criticado masivamente y que tuviera que salir a presentar unas no-disculpas pegadas con babas, restaura un poco mi esperanza en la humanidad. Lo que es una lástima es que esa indignación brille por su ausencia cuando no hay video de por medio.
Sabemos que el budismo tibetano es una ideología filofascista con un historial de abusos sistemáticos contra menores —y violaciones contra los DDHH como para detener un tren— y, sin embargo, la popularidad de Gyatso nunca se ha visto afectada por esto. Tienen que verlo en video para que el hecho de que un lider religioso abuse sexualmente de un menor de edad haga click. (Muy parecido ocurre con la pederastia de la Iglesia Católica.)
La indignación también parece haber tenido un componente de que el episodio tomó por sorpresa a la gente, pero ¿de qué se sorprenden? ¿Acaso creían que un tipo que no ha conocido un fascista que le caiga mal es alguna clase de de guía moral?
Es casi como si los líderes religiosos no fueran particularmente éticos o algo.