Hace unas semanas comenté que la empresa de publicación ‘científica’ Nature estableció un estándar de pureza ideológica para publicar en sus páginas — un cambio editorial en el que ahora se reservan el derecho a rechazar estudios rigurosos o retractarlos a posteriori si consideran que su publicación podría suponer un daño “potencial” para poblaciones vulnerables. Un cambio que abraza la ortodoxia moral del momento, y, con ella, la más elemental ignorancia sobre la ciencia y sus virtudes.
Pues Nature no es nada si no es consistente. A pesar del torrente de críticas sobre esto, la empresa editorial parece empeñada en redoblar su apuesta a la corrección política, así que desde entonces nos han obsequiado más disparates sobre —cómo no— las maldades de la ciencia y el mundo académico.
Por ejemplo, con base en un paper que encontró que los candidatos a doctorado de EEUU se gradúan desproporionalmente de un puñado de instituciones académicas, el equipo de contenido de Nature saltó a la conclusión de que estos resultados serían al mismo tiempo prueba y consecuencia del elitismo y sesgo en las instituciones académicas más reconocidas del país — como guinda del pastel, la autora, una tal Anna Nowogrodzki, no deja de sugerir que todo esto es racismo.
La ‘lógica’ parece ser la siguiente: los comités de contratación de las universidades supuestamente utilizarían el prestigio de las instituciones más renombradas como un indicador automático de que un candidato está mejor calificado, y esto, a su vez, repercutiría negativamente en la contratación de candidatos de minorías (?). (Ahh, y por cierto, los campus de esas malvadas instituciones de élite fueron construidos sobre tierras robadas a los nativos americanos, y con la mano de obra esclava… al igual que los campus de muchas de las instituciones que no son tan prestigiosas, aunque esta última parte no la mencionan.)
La cosa es que la contratación académica no funciona así — en este tipo de procesos la práctica estándar consiste en tener en cuenta los artículos publicados y los journals en los cuales un candidato ha publicado sus papers, también se miran los planes de investigación del candidato, y se le entrevista exhaustivamente para evaluar tanto su trabajo como su habilidad comunicativa. Es un proceso riguroso, en el que las entidades educativas buscan llenar sus plazas con los mejores candidatos. Ohh, cómo quema la ironía de que el otrora journal más prestigioso del mundo publique lo que bien podría ser descrito como una defensa de la mediocridad en el quehacer científico en nombre de la inclusión.
Aquí cabe plantear la posibilidad de que Nowogrodzki y sus editores hayan caído en la falacia de confundir la consecuencia con la causa. Una explicación alternativa, y bastante plausible, podría ser que las universidades que gradúan mejores candidatos de doctorado de manera consistente ven incrementado su prestigio, lo que a su vez atrae más aplicantes que serán excelentes investigadores, y esto se convierte en una especie de circuito de retroalimentación. Pero pues esta explicación no sirve para provocar indignación, ni acusar de racismo gratuitamente a las instituciones académicas más prestigiosas de EEUU.
Este ejemplo de razonamiento motivado que no es nuevo. Lo hemos visto, por ejemplo, en el reclamo a los Premios Óscar con su hashtag #OscarsSoWhite, y también asomó su cabeza en uno de los intentos de desprestigio al movimiento ateo, cuando el resultado del racismo y sexismo del pasado son tratados como evidencia de discriminación en el presente, en vez de… bueno, de que todos estamos sujetos a las dinámicas demográficas y los acontecimientos históricos del mundo. Consecuencia confundida con causa. A estas alturas realmente no puedo decir que sea completamente sorpresivo ver este tortuoso intento de lógica aparecer en un journal supuestamente científico, aunque no deja de ser lamentable.
A la semana siguiente, Nature publicó otro editorial en el que busca expiar sus culpas por haber “contribuido al legado discriminatorio de la ciencia”. ¿La razón? En toda su historia Nature ha publicado innumerables artículos que fueron destructivos (??) y/u ofensivos (!), que apoyaron el poder colonial, y porque como institución han sido y siguen siendo a día de hoy “elitistas”. Así que han decidido publicar lo que bien podría ser descrito como una versión escrita de autoflagelación, confesando sus imperdonables pecados.
Una de las principales fuentes de culpa para el equipo editorial parece haber sido la publicación de artículos de Francis Galton (1822-1911), el polímata británico que hizo grandes contribuciones a muchas disciplinas, entre las que se cuentan la estadística, la antropología, y la medicina forense.
Galton —en su absoluta e inaceptable miopía sobre la moralidad del siglo 21— también fue un impulsor de la eugenesia, algo por lo que Nature viene a tomar responsabilidad de manera tangencial un siglo después, ya que haber publicado algo de Galton equivaldría a que cometieron el delito de no haber rechazado los artículos de alguien que, entre muchas de sus facetas, suscribía una ideología que más de 100 años después le resulta odiosa y excecrable a cualquier persona decente. Así que Nature se miró al espejo y dijo “culpable”.
La confesión de elitismo también resulta absurda pues Nature no es responsable de que en ese momento hubiera —y en cierta medida todavía existan— barreras estructurales en el acceso a la ciencia. Pero ¿quién soy yo para interrumpir este ritual moralista autodegradante?
Y para quien le guste la señalización de virtud mezclada con ternura: en su artículo, el equipo editorial de Nature se compromete a ponerle advertencias a los artículos “ofensivos” (esencialmente trigger warnings), asegurándole a todo el mundo que en 2022 ya no suscriben ideologías de hace más de 100 años. ¿A quién no le parece tierno?
Lo siguen haciendo
Aunque alguien podría argumentar que no hay nada gracioso en perder un journal científico en nombre de la corrección política, a mí todo el chiringuito me parece triste y chistoso a partes iguales.
La parte chistosa es que por la manera disculparse por estas manchas en su historia, Nature está haciendo, esencialmente, lo mismo que le llevó a hacer todas esas cosas por las cuales hoy presenta disculpas: publicar a Galton, apoyar la visión de supremacía europea, publicar artículos que promovían el antisemitismo (también algo por lo que presentan disculpas) y poner la publicación al servicio del imperio británico, fueron todas acciones que estaban en consonancia con las posturas morales de cada momento.
Y estas sesiones de lucha y expiaciones de culpa están en consonancia con una de las tendencias morales más populares de hoy en día. Lo que Nature nos está diciendo realmente es que no han sufrido una captura ideológica —como puede parecerle a primera vista a un observador inatento—, sino que histórica y sistemáticamente Nature ha fallado de manera épica en abrazar el espíritu crítico y escéptico que se encuentra en la esencia de la iniciativa científica.
De haber “interrogado escépticamente al Universo“, y puesto en tela de juicio las tendencias morales de cada época en la que ha existido, Nature jamás habría publicado a Galton, o permitido que en sus páginas se abogara por el colonialismo, ni nada de eso. Pero, de igual manera, si hoy en día hubieran abrazado el espíritu científico, no estarían publicando chorradas que son muy populares entre los biempensantes, aunque caen en las más elementales de las falacias y otros sabores de razonamiento defectuoso, como el presentismo, repetir el mantra de que la ciencia tiene un legado discriminatorio, confundir causa con consecuencia, posturear con las autoflagelaciones, pedir perdón porque hay hechos “ofensivos”, haber adoptado la noción profundamente anticientífica de que las palabras pueden cambiar el curso material de los eventos (o sea, pensamiento mágico) y afirmar sin ningún pudor que la sola publicación de artículos es destructiva en sí misma.
Y es que para estar tan preocupados por su “elitismo” y no restringir el acceso de la ciencia a las poblaciones más vulnerables y discriminadas, resulta muy curioso que el modelo de negocio de Nature haya estado ausente en el editorial. En 2020, Nature anunció que iba a cambiar su modelo de negocio de suscripciones a un modelo de pago por publicar y de acceso abierto. El cambio es maravilloso para quienes queremos poder acceder a papers sin pagar cojonales de dinero por ello, pero esto no niega que ahora los científicos con menos financiación —que, mira por dónde, son más propensos a ser de minoríasraciales o de clases socioeconómicas bajas— tengan que sortear aún más obstáculos para poder publicar en Nature… lo que a su vez contribuye a que no tengan tantos artículos para mostrar cuando envíen hojas de vida, y que sean contratados mucho menos, y vuelve el circuito de retroalimentación. Qué cosas, ¿no?
¿Cuántos siglos se demorará Nature en disculparse por esto?
(vía Why Evolution Is True y II)
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Publicado en De Avanzada por David Osorio | ¿Te ha gustado este post? Síguenos o apóyanos en Patreon para no perderte las próximas publicaciones