A primera vista, podría parecer que la pregunta podría no tiene sentido; al fin y al cabo, los terroristas del 11-S tuvieron éxito en secuestrar cuatro aviones, y estrellar dos de ellos contra las Torres Gemelas del World Trade Center, y otro contra una pared del Pentágono. Que los ataques hayan tenido lugar hablaría de su triunfo — sin embargo, es imperativo entender el terrorismo como algo un poco más elaborado que la simple violencia irracional y sin sentido.
De hecho, el terrorismo es violencia coreografiada: se cometen actos violentos para tener un impacto en la audiencia, quienes presencian los ataques, e influir en su conducta. El terrorismo como teatro: usar la violencia como mensaje con el fin de conseguir un comportamiento específco de los aterrorizados espectadores.
Así que vale la pena preguntarse: ¿triunfaron los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001? ¿Consiguió Osama bin Laden sus objetivos?
Para poder responder si los ataques del 11-S triunfaron o no, primero hay que conocer qué se proponía conseguir Osama bin Laden con estos ataques. Los libros The Longest War de Peter Bergen e Imperial Hubris de Michael Scheuer, junto con la declaración de guerra contra zionistas y cruzados —del propio bin Laden— arrojan luces al respecto.
Según estas fuentes, se entiende que el objetivo final de bin Laden era que EEUU saliera de Medio Oriente, especialmente para acabar con su apoyo a Arabia Saudita, Egipto, Jordania e Israel. Él realmente pensaba que era posible que en respuesta al 11-S Estados Unidos se retiraría de Medio Oriente, como lo había hecho tras los ataques terroristas en Líbano (1984) y en Somalia (1994).
Cuando EEUU, en cambio, retalió con las invasiones de Irak y Afganistán, bin Laden pensó que esto haría que más musulmanes abrazaran el yihadismo y que el esfuerzo quebraría a los americanos; de hecho, se jactaba de que estas guerras le harían a Estados Unidos lo que los muyahidín le habían hecho a la Unión Soviética en los Ochenta.
Veinte años después, no parece que Osama bin Laden haya ganado, ni que el terrorismo de Al-Qaeda ese 11 de septiembre haya triunfado y conseguido los objetivos propuestos. Desde los ataques de ese día, Osama bin Laden está muerto, EEUU sigue teniendo bastante presencia en Oriente Medio y sigue apoyando a Israel y Arabia Saudita, y todavía es la economía más grande del mundo (aún a pesar de la burbuja financiera de 2008 y la salvaje destrucción económica que ha dejado el Covid).
Lo que falta
Posiblemente el único objetivo de bin Laden que parece haberse cumplido, al menos parcialmente, sería el de empujar a más musulmanes a los brazos de la yihad. Las comunidades musulmanas, tanto en los infiernos teocráticos como en Occidente, son expuestas constante y sistemáticamente a una teoría de la conspiración profético-apocalíptica, que bebe del literalismo wahabí y las profecías islámicas. Esta teoría de la conspiración anuncia la guerra final entre el mundo musulmán y los servidores del Gran Satán (Occidente, con EEUU a la cabeza) que supuesetamente buscarían oprimir y explotar a los seguidores del profeta Mahoma — es una visión falsa, simplista, miope y maniquea, pero que es fácil de acomodar a los sucesos de actualidad.
No es coincidencia que Al-Qaeda y demás grupos yihadistas, como el Daesh, celebren la respuesta excesiva de Occidente en general, y de EEUU en particular, porque es la mejor herramienta de reclutamiento con la que cuentan. Las atrocidades de Abu Ghraib, por ejemplo, sirvieron para reforzar la idea de que Occidente estaba en una guerra contra el islam.
Los musulmanes en los países de Occidente también tienen motivos para tragarse la teoría conspiranóica de que quieren someterlos y oprimirlos. Si para los ateos es apenas obvio que en la gran mayoría de países occidentales el cristianismo goza de tratamiento privilegiado, para los musulmanes la ofensa perfectamente puede ser doble, cuando se consideran polémicas de años recientes como la de prohibir el burkini, defender la libertad de expresión, o hacer preguntas incómodas sobre el islam en televisión nacional. Mientras a ellos se les dice que estas medidas y políticas son parte de vivir en una sociedad libre y necesarias para asegurar la igualdad ante la ley (algo cierto en algunos de los casos), Joe Biden se posesionó aferrado a su Biblia como un clavo ardiendo (además de orquestrar una misa con función doble, a cargo del erario).
La combinación de incapacidad, incompetencia y falta de voluntad política en Occidente por dejar de darle un tratamiento privilegiado a una religión por encima de las demás es un combustible que mantiene encendida la llama del único objetivo de bin Laden que no fracasó estrepitosamente. A ver si algún día espabilamos.
(imagen: Anthony Fomin)
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Publicado en De Avanzada por David Osorio | ¿Te ha gustado este post? Síguenos o apóyanos en Patreon para no perderte las próximas publicaciones