Esta es una traducción libre del artículo Science-Based Medicine’s Coverage Of “Irreversible Damage” Included About 19 Errors, False Claims About Three Sex Researchers, Made-Up Quotes, And Endless Misinformation, por el periodista científico Jesse Singal, publicado originalmente el 19 de julio de 2021 en su columna Singal-Minded.
También hay un caso menor de plagio.
En mi artículo anterior sobre este tema, argumenté que Science-Based Medicine [SBM] no ha estado a la altura de sus ideales de comunicación científica rigurosa durante una reciente controversia sobre el libro, Irreversible Damage: The Transgender Craze Seducing Our Daughters de Abigail Shrier que culminó con la retractación de una reseña positiva de Harriet Hall (republicada aquí) y una serie de seguimiento de cuatro partes criticando el libro. Ese artículo ofrecía una crítica en profundidad del artículo introductorio de la serie de SBM, escrito por el fundador y editor ejecutivo del sitio, Steven Novella, y su editor jefe, David Gorski.
Ese post también incluía mucha información de fondo importante que no voy a repetir aquí, así que si estás confundido, empieza por ahí. En esta ocasión, criticaré los dos artículos intermedios de los cuatro de SBM en esta serie: “El daño irreversible de Abigail Shrier: Un caudal de desinformación irreversible” de Rose Lovell y “Daño irreversible a la comunidad trans: Una revisión crítica del libro Daño Irreversible de Abigail Shrier (primera parte)” por AJ Eckert. La segunda parte de ese segundo artículo, que creo que cerrará esta serie, acaba de publicarse cuando estaba terminando este artículo y, por razones que pronto se harán evidentes, no creo que pueda responder a él, aunque ya veremos.
Estos dos artículos intermedios no suponen una mejora con respecto a la introducción profundamente defectuosa de Novella y Gorski. Incluyen muchos errores fácticos que necesitan ser corregidos (mi recuento aproximado es de 19 en total), malentendidos y distorsiones básicas de la literatura científica, omisiones evidentes que complicarían ciertas narrativas particulares, y múltiples casos en los que ambos autores no comunican con precisión el contenido de los artículos a los que enlazan. Lovell y Eckert hacen afirmaciones demostrablemente falsas y perjudiciales sobre investigadores del sexo, y quizás lo peor de todo es que Eckert incluye en su crítica de Daño Irreversible referencias a varias citas que no aparecen en ninguna parte del mismo, es decir, citas que son inventadas (algunas de las cuales han sido corregidas, pero no todas). Eckert también comete un acto de plagio ciertamente menor.
(Como indiqué anteriormente, un pequeño subgrupo de estos errores ya se ha corregido, y espero que se corrijan más después de la publicación de este artículo. Voy a referirme a ambos artículos en tiempo presente a lo largo de este post, pero siempre que haga referencia a una afirmación falsa que se haya corregido antes de la publicación de este artículo, lo aclararé en un paréntesis).
Parece obvio lo que ocurrió aquí: A riesgo de repetirme, Science-Based Medicine ha abandonado su compromiso con la comunicación científica rigurosa y ha decidido adoptar sin reservas las afirmaciones frecuentemente falsas y simplificadas de los activistas que buscan desviar cualquier conversación o debate sobre los preocupantes vacíos en la literatura sobre medicina de género juvenil.
Crítica de “El daño irreversible de Abigail Shrier: Un caudal de desinformación irreversible”
La autora de este artículo es Rose Lovell, una doctora que en febrero estaba terminando su residencia. Parte del desafío de responder al artículo de Lovell es que ella hace muchas afirmaciones de una manera impulsiva, sin defenderlas en absoluto. Cerca de la parte superior de su artículo, por ejemplo, enumera “los temas y las principales afirmaciones falsas de Shrier”, pero luego no vuelve a hablar de la mayoría de ellas.
Una de estas afirmaciones supuestamente falsas es que “aquellos que no adoptan las normas actuales de atención [a los jóvenes transgénero y no conformes con el género] han sido destituidos injustamente y por la fuerza de sus puestos (por ejemplo, Kenneth Zucker, Ray Blanchard)”. Al despedir a Zucker y cerrar su clínica, el hospital que lo empleaba, de hecho, lo difamó públicamente, como reconoció posteriormente ese hospital en un cuantioso acuerdo en efectivo acompañado de una disculpa. ¿Está Lovell en desacuerdo con la propia admisión del empleador? Y Ray Blanchard nunca fue destituido de su cargo (como me confirmó él mismo en un correo electrónico), así que no estoy seguro de a qué se refiere ella aquí. No volvemos a oír nada sobre ninguno de estos incidentes en este artículo. Science-Based Medicine debería corregir la afirmación falsa de que Ray Blanchard fue destituido de un puesto profesional. No se pueden difundir afirmaciones falsas y profesionalmente perjudiciales sobre personas que te desagradan. (En teoría, Lovell se refiere a las afirmaciones que Shrier hizo en su libro, pero Shrier no dice en ninguna parte que Blanchard fuera despedido de ninguna parte).
Otro “tema y falsa afirmación principal” de Shrier, según Lovell, es que “la capacidad de un adolescente para conocerse a sí mismo y determinar su propio curso en la vida es, en el mejor de los casos, cuestionable”. Lovell no ofrece ninguna aclaración al respecto, pero parece que Science-Based Medicine —un sitio web riguroso y centrado en la evidencia, que recientemente retiró una reseña del libro Daño Irreversible por no adherirse a sus estándares científicos— promueve la afirmación de que “La capacidad de un adolescente para conocerse a sí mismo y determinar su propio curso en la vida es incuestionable”. Sería realmente interesante escuchar a alguien como Lovell exponer este argumento con más detalle, ya que se enfrenta a tantas décadas de investigación en psicología del desarrollo, así como a los recientes descubrimientos de la neurociencia sobre el tiempo que tarda el cerebro humano en desarrollarse completamente y lo susceptible que es de tomar decisiones impulsivas y de otro tipo antes de hacerlo, pero nunca oímos más. Y así sucesivamente: hay un montón de casos en los que Lovell atribuye a Shrier una afirmación supuestamente falsa, pero nunca la explica ni la desarrolla.
En al menos una ocasión, Lovell intenta un extraño y barato ataque contra Shrier que distorsiona el texto de Daño Irreversible. Ella escribe que “En cuanto a la idea de que hay más jóvenes que buscan servicios y que a más de ellos se les asignó mujer al nacer, resulta que eso tiene alguna base posible en los datos. No se puede adivinar por la cita que hace Shrier de un post de twitter que hace referencia a los datos de la Sociedad Americana de Cirujanos Plásticos sobre las estadísticas de la cirugía de confirmación de género”.
Como suele ocurrir en esta serie, la redacción aquí es confusa — ¿qué quiere decir Lovell con “No se puede adivinar…”? De todos modos, esto está escrito de una manera que hará que los lectores de SBM piensen que Shrier está citando tweets al azar en lugar de fuentes creíbles. Pero aquí está la cita completa en cuestión:
” Informe de estadísticas de cirugía plástica de 2017″, Sociedad Americana de Cirujanos Plásticos, https://www.plasticsurgery.org/documents/News/Statistics/2017/bodycontouring-gender-confirmation-2017.pdf. Este punto fue expuesto en un fantástico tweet por una madre que responde al pseudónimo “Emma Zane“. EZ, (@ZaneEmma), “Entre 2016-2017, el # de cirugías de reasignación de sexo en Estados Unidos para mujeres natales se CUADRUPLICÓ y la proporción se volteó, con Mujera-a-Hombre [MaH] ahora representando el 70% de todas las cirugías de reasignación de sexo (hace 1 año era el 46%) ¡Esta es una EPIDEMIA de salud pública que afecta desproporcionadamente a mujeres jóvenes!” Twitter, 30 de noviembre de 2018, 16:22, twitter.com/zaneemma/status/106861616021873868 8?s=12
Así que Shrier hizo referencia a un informe estadístico legítimo, y luego acreditó a una cuenta de Twitter por señalarla. No está claro cuál es el problema aquí. Shrier no “citó” un tweet, salvo para quitarse el sombrero ante la persona que le informó del informe en cuestión.
A partir de ahora, enumeraré algunas de las otras afirmaciones de Lovell en negrilla, indicando que la estoy citando directamente, y luego responderé en texto normal.
Cuando se citan las afirmaciones —¡un fenómeno poco frecuente en este libro!— suelen hacer referencia a artículos de prensa, publicaciones en redes sociales (normalmente Reddit o YouTube), o entrevistas o conversaciones personales.
Es simplemente falso que las citas sean “un fenómeno raro” en Daño Irreversible. Hay notas al pie de página en todo el libro, y apuntan a una sección de Notas que, en la copia en PDF que tengo, va de las páginas 235 a la 257. ¿Algún lector que vea esta descripción de que las notas son “raras” saldrá pensando que hay 22 páginas de ellas en el libro? Al contrario de lo que afirma Lovell, Shrier también cita la literatura científica con frecuencia, aunque también, sí, artículos noticiosos de la prensa convencional, blogs, etc, lo que tiene sentido dado el contexto del libro (si estás escribiendo sobre la cultura adolescente, vas a mencionar Tumblr y DeviantArt). El libro es probablemente un poco más ligero en cuanto a notas al pie que otros libros sobre controversias científicas, pero eso se debe en parte a que gran parte del libro está dedicado a la propia información de Shrier, y cuando estás presentando tu propia información, es poco probable que incluyas muchas citas.
Supongo que este punto no es de lo más grave, pero creo que es lo suficientemente claro como para que Science-Based Medicine corrija la afirmación falsa de que las citas son “un fenómeno raro” en Daño Irreversible, ya que ningún lector imparcial describiría sus prácticas de citación en tales términos.
Los intentos modernos de caracterizar la población en una simple proporción de sexos dan como resultado una estimación global de 1:1, como se ve en la US Trans Survey, una encuesta basada en la población de personas transgénero y no conformes con el género en Estados Unidos.
Este es otro buen ejemplo de cómo Science-Based Medicine no se adhiere a sus estándares científicos normales. Lovell califica la USTS de “encuesta basada en la población”, es decir, representativa de la población más amplia (así es como se utiliza este término y sus variantes en la literatura científica), pero basta con leer la propia encuesta para ver que los autores advierten lo contrario:
Aunque la intención era reclutar una muestra que fuera lo más representativa posible de las personas transgénero en Estados Unidos, es importante señalar que los encuestados en este estudio no fueron muestreados al azar y que no se conocen las características reales de la población de personas transgénero en Estados Unidos. Por tanto, no es apropiado generalizar los resultados de este estudio a todas las personas transexuales.
Haciendo caso omiso de esta advertencia, Lovell afirma que la investigación encontró una proporción de sexo 1:1 entre las personas trans que encuestó. Pero esta afirmación es falsa. Los autores informan que “más de la mitad (57%) de los encuestados tenían sexo femenino en su partida de nacimiento original, y el 43% tenían sexo masculino en su partida de nacimiento original. De los que no eran binarios, el 80% tenía sexo femenino en su partida de nacimiento original, y el 20% tenía sexo masculino en su partida de nacimiento original”. Así que no, no es una proporción de 1:1, y si nos basáramos en esto como algo preciso y representativo (lo cual no deberíamos hacer), apoyaría la afirmación general de Shrier de un aumento de personas trans MaH. (Podría decirse que hay problemas de muestreo muy graves con la USTS sobre los que puedes leer más aquí y en esta tabla — no es bueno que algunos estudios influyentes se basen en los datos de esta encuesta, incluyendo el problemático artículo sobre bloqueadores de pubertad e ideación suicida de Jack Turban y sus colegas al que hice referencia en mi último post y en el reciente artículo del Spectator).
En resumen, Lovell escribió que una encuesta no representativa que encontró una proporción de sexos sesgada era una encuesta representativa que encontró una proporción de sexos uniforme. (Por lo demás, es comunicación científica excelente). Science-Based Medicine debería corregir esto.
La preocupación por los pacientes que pueden cambiar de opinión es muy antigua y en gran medida infundada. Un metaanálisis de adultos transexuales encontró, como mucho, una tasa de arrepentimiento del 1% entre los que se habían operado, incluyendo los que se arrepentían de las complicaciones quirúrgicas (es decir, no relacionadas con la transición en sí).
No está claro por qué deberíamos considerar los arrepentimientos por complicaciones quirúrgicas como “no relacionados con la transición en sí”. Por supuesto, la posibilidad de complicaciones quirúrgicas es un factor que los adultos deben tener en cuenta a la hora de determinar si se procede con dichos procedimientos.
En cuanto al punto más amplio de Lovell, lo abordé en mi último post con cierta profundidad: La investigación sobre el arrepentimiento de los adultos no nos dice casi nada sobre la cuestión de cómo ayudar mejor a los jóvenes transgénero, en particular a los que parecen tener una DG de inicio tardío. Se trata de poblaciones totalmente diferentes y su atención sanitaria está asociada a consideraciones bioéticas y probatorias más generales totalmente diferentes. Un médico que esté familiarizado con la bibliografía debería entender la distinción y reconocer la escasez de datos sobre la medicina de género juvenil.
La tan citada estadística de que “el 80% de los niños cambiarán de opinión” proviene en gran parte de cuatro estudios observacionales de 2008 a 2013 en clínicas canadienses.
No. La clínica Zucker de Toronto no publicó cuatro desistimientos durante ese lapso. Lovell se refiere a una mezcla de estudios de las clínicas holandesa y canadiense. Tampoco se trata de clínicas canadienses, en plural, sino de una sola clínica — la de Zucker. De nuevo, Lovell simplemente carece de cualquier tipo de familiaridad básica con esta investigación.
Estos estudios tienen algunos defectos importantes. Los autores incluyeron a muchos niños no conformes con el género (por ejemplo, niños varones a los que les gustan los vestidos), no sólo a los que verbalizaron que su género difería del sexo asignado al nacer. En realidad, se trata de una gran distinción, ya que muchos niños no conformes con el género no son ni han sido nunca transgénero. Su muestra era defectuosa, para empezar, y se basaron en las definiciones y los criterios de diagnóstico del DSM III y IV, que no coinciden con la comprensión moderna.
Lovell, al igual que Novella y Gorski antes que ella, está confundida y mal informada sobre la literatura de desistencia. Repite las afirmaciones de que “muchos” niños que simplemente no se ajustan al género se contaron como desistentes en estos estudios, llegando a sugerir que un niño varón que simplemente llevara un vestido sería suficiente para que fuera tratado por estos clínicos como disfórico de género. En mi último post ya expliqué, ampliamente, por qué eso parece una exageración. Este es el segundo post consecutivo de Science-Based Medicine que afirma que los criterios del DSM-IV eran fatalmente defectuosos sin decirle a los lectores exactamente cuáles son estos criterios supuestamente inadecuados, o incluso enlazar directamente a lo que dicen. Que los lectores no evalúen tus afirmaciones de forma independiente dándoles fácil acceso a las fuentes primarias.
La otra gran crítica a estos estudios está en las definiciones y el seguimiento. Si un participante abandonaba el estudio se le categorizaba como “desistente” junto con los niños que ya no se consideraban con disforia. Esto era claramente una suposición y aumentaba artificialmente el número de niños que “cambiaban de opinión”. Además, algunos estudios definieron los “desistentes” utilizando los informes de otras personas que no eran los participantes. También se desconoce qué ocurrió con estos jóvenes a los veinte, treinta o más años. Los propios estudios se encuentran tras muros de pago, pero muchas de las críticas están disponibles públicamente.
Tal y como está escrito, Lovell afirma que la investigación canadiense se ve obstaculizada por la decisión de los investigadores de contar a los pacientes perdidos para el seguimiento como “desistentes”. Pero, una vez más, ella está confundida y no está familiarizada con la investigación y, como resultado, está lanzando otra afirmación falsa: esta crítica se hizo a la investigación holandesa, sobre todo a un estudio muy conocido de 2013.
Dejando esto de lado, yo mismo sucumbí a este rumor antes de corregir la información. Pero si se examinan detenidamente los detalles, no es cierto que hubiera tantos niños en este barco, ni que los investigadores holandeses creyeran injustificadamente que los niños perdidos para el seguimiento eran desistentes. Del grupo inicial de docenas de niños que dejaron de acudir a la clínica pero con los que sí pudieron ponerse en contacto (ya sea directamente o, en un pequeño número de casos, a través de sus padres o tutores — esas son las “personas distintas del participante” en cuestión), uno o cero de ellos tenían disforia de género, dependiendo de los criterios que se utilizaran. Los holandeses siguieron adelante y asumieron que el resto de los casos perdidos hasta el momento, un grupo de aproximadamente la mitad de este tamaño, consistía también en desistencias, en parte porque sólo había una clínica en Países Bajos en la que alguien podía obtener bloqueadores de pubertad u hormonas. Incluso si se asume que algunos de estos niños realmente seguían teniendo disforia de género, no cambiaría la conclusión general de que el desistimiento era bastante común en esta muestra. Nadie debería considerar este estudio como una estimación precisa, tal y como han explicado los propios investigadores holandeses, pero la idea de que estaban asumiendo salvajemente que un gran número de pacientes eran desistentes de forma injustificada y no científica no está respaldada por el texto y la metodología reales de su investigación.
Sin embargo, de nuevo: los detalles.
La frase “las críticas están disponibles públicamente” de Lovell enlaza con la versión de un capítulo de libro de un artículo de 2018 publicado en el International Journal of Transgenderism llamado “Un comentario crítico sobre los estudios de seguimiento y las teorías de ‘desistencia’ sobre niños transgénero y no conformes con el género“. Este artículo suele ser tratado como un golpe demoledor contra la literatura del desistimiento, pero parece incluir malentendidos básicos en múltiples frentes, según dos de los investigadores holandeses que fueron criticados en él. Ellos publicaron una respuesta en esa misma revista titulada —naturalmente— “Un comentario crítico sobre ‘Un comentario crítico sobre los estudios de seguimiento y las teorías de ‘desistencia’ sobre los niños transgénero y no conformes con el género’“.
No voy a explorar completamente ese subdebate aquí, ya que volveremos a una faceta del mismo dentro de un rato, salvo para decir que los investigadores holandeses parecen hacer algunos puntos justos sobre los problemas del otro artículo. Pero simplemente quiero señalar que el mismo patrón que vimos en el primer post de SBM sobre este tema se mantiene aquí: SBM actúa de una manera mucho más crédula hacia la investigación que apunta en una dirección, casi siempre refutando con confianza los argumentos o contraargumentos de la otra parte — o simplemente ignorándolos por completo. El lector medio de SBM no tendrá ni idea de que existe (al menos en mi opinión) una auténtica controversia sobre si el estudio del “comentario crítico” fue una crítica justa e informada de la literatura sobre el desistimiento. Esto es similar a cómo, en el post de Novella y Gorski, ellos mencionaron la crítica al trabajo de Lisa Littman sobre la disforia de género de inicio rápido, pero simplemente ignoraron el hecho de que Littman había respondido, de forma bastante creíble, a algunas de las acusaciones más importantes al respecto.
Pero, de nuevo, es aparentemente importante ocultar a los lectores la idea de que hay alguna controversia aquí, ya que Science-Based Medicine está ideológicamente comprometida con la opinión de que la investigación sobre la medicina de género juvenil es sólida y que cualquier evidencia que sugiera precaución o la posibilidad de compromisos difíciles está inherentemente contaminada.
Por último, como se señala claramente en la declaración de la Academia Americana de Pediatría, completada con muchas citas propias, utilizamos la afirmación, la supresión de la pubertad y la terapia hormonal en los jóvenes porque conduce a mejores resultados psicológicos. La literatura es abundante y clara sobre este tema. El bloqueo de la pubertad con agonistas de la GnRH es, a diferencia de lo que afirma Shrier, segura y reversible en la población pediátrica. Si no lo fuera, estos medicamentos no se habrían utilizado durante décadas para la pubertad precoz.
Dejando de lado una cuestión obvia, el hecho de que los bloqueadores de pubertad “se hayan utilizado durante décadas para la pubertad precoz” no nos dice nada sobre este caso de uso tan diferente: Los datos que tenemos sugieren que la gran mayoría de los niños transgénero y no conformes con el género (TGNC) que toman bloqueadores proceden a las hormonas de sexo cruzado, y casi no tenemos datos de resultados longitudinales sobre los niños que nunca pasan por una pubertad natural completa, sino más bien una pseudopubertad provocada por las hormonas exógenas de sexo cruzado. Esto es muy diferente, por razones obvias, a darle bloqueadores a un niño, dejar los bloqueadores, y dejar que su pubertad natural tome el control. De nuevo, un médico tiene que entender esto. Un sitio web de ciencia supuestamente riguroso y escéptico tiene que comunicar esto.
Y lo que es más importante, es bastante inexcusable, en 2021, que un medio supuestamente basado en la ciencia describa los bloqueadores como “seguros y reversibles” de una manera tan patética. En la actualidad hay suficientes preguntas sobre esto como para que el Servicio Nacional de Salud de Reino Unido, por ejemplo, haya cambiado su lenguaje sobre este tema de:
Los efectos del tratamiento con análogos de GnRH se consideran totalmente reversibles, por lo que el tratamiento suele poder interrumpirse en cualquier momento.
A:
Se sabe poco sobre los efectos secundarios a largo plazo de los bloqueadores hormonales o de la pubertad en niños con disforia de género.
Aunque el Servicio de Desarrollo de la Identidad de Género (GIDS) advierte que es un tratamiento físicamente reversible si se interrumpe, no se sabe cuáles pueden ser los efectos psicológicos.
Tampoco se sabe si los bloqueadores hormonales afectan el desarrollo del cerebro de los adolescentes o los huesos de los niños. Los efectos secundarios también pueden incluir sofocos, fatiga y alteraciones del estado de ánimo.
Por supuesto, Science-Based Medicine no está obligada a aceptar el lenguaje del NHS en esta cuestión. Tal vez exista un universo paralelo en el que un autor de SBM exponga las preocupaciones del NHS, así como las de otros que han planteado estas cuestiones sobre la afirmación de reversibilidad, y explique por qué las considera exageradas. Así es como se vería la comunicación científica competente y exhaustiva — que incluso mientras expresa una opinión propia, pondría a los lectores al corriente de una controversia vigente y apremiante.
Sin embargo, en nuestro propio universo, infinitamente defectuoso y profundamente agotador, los lectores de Science-Based Medicine no tendrán ni idea de que existe siquiera una controversia sobre la cuestión de la reversibilidad de los bloqueadores de pubertad. Y ese es un punto tan cruel al cuál negarle el acceso a los lectores, especialmente teniendo en cuenta la alta probabilidad de que los padres que tratan de averiguar estas cosas encuentren su camino a este sitio web.
Creo que SBM está torciendo intencionalmente la evidencia para hacer que la transición médica de los jóvenes parezca más segura y más basada en la evidencia de lo que realmente es. Sé que sueno conspiranóico cuando digo esto, pero si a través de múltiples artículos, todos los errores y omisiones y simplificaciones excesivas apuntan invariablemente en la misma dirección, ¿a qué otra conclusión debería llegar? En un determinado momento, la navaja de Occam tiene que entrar en acción.
En cuanto a la “abundante y clara” literatura sobre este tema:
“Abundante” enlaza a un estudio dirigido por Kristina Olson sobre niños trans. Olson y sus colegas reclutaron a los padres de los niños trans a través de varios lugares y recopilaron algunos datos sobre su bienestar, “examinando, por primera vez, la salud mental en una muestra de niños transgénero socialmente transicionados” mediante la comparación de la salud mental de estos niños con sus hermanos y algunos miembros cisgénero de la misma edad de un grupo de control. Ella y sus colegas descubrieron que “los niños transgénero no mostraban una elevación de la depresión y sí una ansiedad ligeramente elevada en relación con los promedios de la población. No se diferenciaban de los grupos de control en cuanto a síntomas de depresión y sólo presentaban síntomas de ansiedad ligeramente superiores”.
Dado que las poblaciones clínicas de jóvenes con disforia de género suelen presentar una mayor depresión y ansiedad, algunos han considerado este estudio como una prueba de la eficacia de la transición social. Olson ganó una beca MacArthur por su investigación, y es realmente importante dada la poca información que tenemos sobre esta población. Pero como es evidente por algunas de las advertencias que ella y sus otros colegas ofrecen en el propio artículo, su estudio no fue realmente diseñado para evaluar si, como sugiere Lovell, “la afirmación, la supresión de la pubertad y la terapia hormonal en los jóvenes… conducen a mejores resultados psicológicos”. La versión corta es que simplemente hay todo tipo de problemas de muestreo y posibles confusiones en el diseño que harían que esto fuera una exageración. Podría ser que las familias que se ofrecieron como voluntarias fueran diferentes del subconjunto más amplio de familias de jóvenes con disforia de género, y que estas diferencias expliquen los resultados potencialmente diferentes. Tampoco sabemos si estos niños tenían problemas de salud mental antes de la transición, o qué habría pasado si sus padres hubieran adoptado un enfoque más holandés y no hubieran permitido una transición social completa, pero tampoco hubieran intentado suprimir o patologizar el comportamiento “transgénero” de sus hijos. Estas cuestiones no hacen que el estudio sea discutible o carezca de importancia, pero constituyen serias limitaciones que nos impiden inferir mucho de él.
Mientras que otras investigaciones se analizan en busca de cualquier signo de error —a veces hasta el punto de inventar errores que no existen—, este estudio recibe una descripción y un enlace de una sola palabra: “abundante”. Mi Medidor de Exigencias Aisladas de Rigor empezó a echar humo y a temblar y finalmente explotó mientras leía esto, porque justo un párrafo antes de citar con aprobación este estudio, Lovell criticó la investigación sobre el desistimiento por “informar sobre personas distintas del participante”. ¿Cómo midieron Olson y sus colegas la depresión de estos niños? “Los padres completaron medidas de ansiedad y depresión”. ¿Es esto un problema o no? ¿Una falla que vale la pena notar o no? Como siempre ocurre con la cobertura de SBM sobre este tema, los estándares de evidencia varían salvajemente dependiendo de si los resultados apoyan las narrativa de su cobertura.
“Clara” enlaza a un estudio publicado por un grupo de investigación diferente, cuyo autor principal es un clínico llamado Luke Allen. Se trata de “una evaluación longitudinal de la eficacia de las hormonas de afirmación de género para mejorar el bienestar psicológico y disminuir la suicidalidad entre los jóvenes transgénero remitidos a una clínica especializada en salud transgénero en un gran hospital infantil del Medio Oeste”. Ese estudio mostró algunas mejoras aparentes en la calidad de vida y la ideación suicida entre una cohorte de jóvenes que tomaron hormonas para la disforia de género, aunque durante un corto período de seguimiento y (como básicamente todos estos estudios) sin ningún grupo de comparación.
Esto parece prometedor para los defensores de la medicina de género juvenil. Sin embargo, hay que recordar que la clave del espíritu de Science-Based Medicine es no aceptar los estudios al pie de la letra, sino interrogar críticamente sus métodos y su calidad. Los propios cofundadores del sitio lo dicen. Por suerte, tenemos un par de revisiones del Instituto Nacional para la Salud y la Excelencia en la Atención del Reino Unido, o NICE, que evalúan toda la investigación que se ha realizado hasta ahora sobre los bloqueadores de pubertad y las hormonas para jóvenes TGNC.
Menos afortunadamente —y de forma bastante notable— llevamos dos artículos y muchas miles de palabras en la cobertura de SBM sobre medicina de género juvenil y no ha habido ni una sola mención a estas revisiones, ni a las iniciativas similares de las organizaciones gubernamentales de Finlandia y Suecia. Dado que todos estos grupos encontraron la misma alarmante falta de buena investigación para la medicina de género juvenil, y que esto va en contra de la narrativa preferida de SBM de que sólo los intolerantes cabeza de chorlito tienen alguna inquietud sobre este campo, es importante que Novella y Gorski, y otros autores de esta serie, oculten estos hallazgos a los lectores. Si crees que estoy siendo poco caritativo, ¿puedes explicar cualquier otra situación como esta en la que un sitio web dedicado a comunicar la evidencia médica ignoraría estas revisiones exhaustivas en favor de varios estudios puntuales seleccionados, todos apuntando en la misma dirección?
De todos modos, el NICE menciona el estudio de Allen et al como uno de los pocos que parecen mostrar mejores resultados para los jóvenes TGNC que toman hormonas, pero califica la certeza de los hallazgos como “muy baja” y la calidad del estudio como “pobre”, en parte debido a un “alto riesgo de sesgo (mala calidad; falta de ciego y sin grupo de control)”. Esta evaluación es comprensible a la luz de estas y otras limitaciones, como el hecho de no controlar el acceso a la psicoterapia (que también podría ayudar a reducir la suicidalidad y mejorar la calidad de vida), muchas de las cuales son mencionadas por los propios investigadores cuando, como es costumbre, exponen las limitaciones de sus hallazgos.
Para ser claro, mi punto no es que ambos estudios deban ser tirados a la basura. El estudio de Olson et al. es valioso porque casi no se ha investigado la salud mental de ninguna cohorte de niños trans tempranos. El estudio de Allen et al. es valioso porque, aunque se han realizado algunas investigaciones sobre los resultados de jóvenes que toman hormonas, hay una cantidad mínima de ellas. Estos estudios son las dos partes de un rompecabezas que se está ensamblando (demasiado) lentamente. Así es como funciona la ciencia.
Lo que quiero decir es que SBM ha abandonado por completo su propio escepticismo declarado y su compromiso de analizar de cerca los estudios sobre esta cuestión, cambiando su lupa por los pompones. Se dedican varios párrafos a decirnos que no nos fiemos de la literatura sobre el desistimiento, y luego se vincula estos estudios —muy limitados en sus propios hallazgos— con las asertivas palabras “abundante” y “claro”, incluso cuando uno de ellos adolece del mismo defecto que se acaba de mencionar en un pasaje mucho más crítico.
“La biología es un binario y las diferencias de desarrollo sexual (DSD) son rarísimas”. Falso. Las DSD son tan comunes como 1 de cada 5.000 nacimientos, y aumentan a 1 de cada 200 o 1 de cada 300 si se incluyen las hipospadias y las criptorquidias. Se sabe muy bien que la biología es un espectro.
En esta extraña sección final, Lovell lanza un montón de lo que parecen ser citas del libro de Shrier y luego intenta desacreditarlas. Sin embargo, no se trata de citas — son su propia paráfrasis del argumento de Shrier. Creo que los lectores se confundirán, pero aquí hay cierta ambigüedad y le daré el beneficio de la duda. En el próximo artículo, como veremos, no hay duda de que SBM transmitió citas inventadas como si vinieran directamente de Daño Irreversible.
En este caso, Shrier me dijo que no entendía esta crítica ya que no entra en el tema de la intersexualidad en Daño Irreversible. Envié un correo electrónico a Lovell y ella mencionó una línea que parece ser la única y fugaz referencia de Shrier a este tema. Shrier escribe: “La raza es una característica biológica mucho más trivial que el sexo. A diferencia de lo que ocurre con el hombre y la mujer —cuyas variaciones anormales son estadísticamente insignificantes—, la raza admite realmente un espectro”. Intentaré dejar de hacer todos estos apartes exasperados, lo prometo, pero me resulta tan extraño que haya tenido que pasar por un proceso de varios pasos, que incluye ponerse en contacto con ambas partes, sólo para cazar exactamente lo que dijo Shrier sobre este tema para poder evaluar las afirmaciones del duelo. ¿Por qué incluir una paráfrasis —¡para completar entre comillas!— en lugar de citarla directamente? Sigo pensando que el único objetivo aquí es ofuscar las afirmaciones reales de Shrier y hacerla parecer tan tonta y reaccionaria como sea posible.
De todos modos, no creo que Shrier utilice “estadísticamente insignificante” en el sentido tradicional y científico — creo que sólo quiere decir algo así como “muy raro”. O, si lo utiliza en el sentido tradicional, la única manera de analizar su significado aquí sería algo así como “menos de una de cada 20 personas no son directamente hombres o mujeres”, dado que (para simplificar) ese es el punto de referencia de la corriente principal para la “importancia estadística”. En cualquier caso, Shrier afirma que casi todo el mundo es biológicamente masculino o femenino. Esto es simplemente cierto, y hasta hace poco no era controvertido. Incluso en un artículo de 2013 que, en mi opinión, se tragó demasiado de esta charla sobre el espectro y combinó el sexo y el género o la identidad de género de forma confusa, Harriet Hall escribió que “la clasificación binaria es suficiente para la mayoría de los fines prácticos y es muy útil. En medicina, saber que un paciente es hombre o mujer ayuda a orientar el diagnóstico y el tratamiento. Sabemos que los hombres y las mujeres tienen diferentes respuestas a los medicamentos y diferentes incidencias de diversas enfermedades”.
Lovell confunde aquí las cosas al atribuir a Shrier la afirmación difícil de entender de que “la biología es binaria”. No sé qué significa esto y voy a ignorarlo, ya que seguramente Shrier reconoce que algunos aspectos de la biología no pueden ser conceptualizados como binarios — ella misma menciona la altura y la raza. Su afirmación, sin embargo, es simplemente que el sexo biológico humano es binario (dejando de lado un pequeño número de casos de intersexualidad), y Lovell no ofrece ninguna prueba real para refutar esta opinión. Si fuera un espectro, veríamos una situación en la que todo el mundo podría situarse en algún lugar de una línea biológica que va desde “excepcionalmente femenino” (un extremo) a “ni masculino ni femenino” (el medio) y “excepcionalmente masculino” (el otro extremo). En el día a día, nos encontraríamos con personas de todo el espectro. En este escenario, el sexo sería como la estatura, en la que los adultos pueden medir desde un metro y medio hasta casi dos metros y medio (con ambos extremos probablemente con algún tipo de problema médico), o la raza, en la que la gente puede tener una piel muy, muy clara, o muy, muy oscura.
El sexo biológico no es en absoluto así, aunque cada vez más progresistas caigan en un pozo de analfabetismo científico por motivos ideológicos sobre este tema. Como señala la propia Lovell, cuando buscamos la prevalencia de los trastornos del desarrollo sexual que podrían hacer difícil llamar a alguien biológicamente hombre o mujer sin un asterisco o dos, obtenemos algo así como 1 de cada 5.000 para las variantes más graves, o 1 de cada 200 – 300 para una condición como la hipospadía, que no es más que un defecto de nacimiento en los genitales de los bebés que son claramente, en todos los sentidos, masculinos. (Por cierto, todo el mundo debería ver Dave — estoy deseando sumergirme finalmente en la segunda temporada dado lo brillante que fue la primera).
Al afirmar que “se sabe muy bien que la biología es un espectro“, Lovell enlaza a un artículo que señala que
La frecuencia estimada de la ambigüedad genital se sitúa en el rango de 1:2000-1:4500 [1]. Según el Registro Central de Citogenética de Dinamarca, la prevalencia de mujeres XY es de 6,4 por cada 100.000 mujeres nacidas vivas. En este registro, la prevalencia de insensibilidad a los andrógenos fue de 4,1 por cada 100.000 nacidos vivos, con una edad media de diagnóstico de 7,5 años. La prevalencia de la disgenesia gonadal XY fue de 1,5 por cada 100.000 mujeres nacidas vivas, con una edad media de diagnóstico de 17 años [2]. La incidencia de la DSD varía entre los grupos étnicos, con la mayor incidencia en la población del sur de África.
¡Sigue sin ser un espectro!
(Debo señalar que en el correo electrónico que me envió, Lovell también citó una estimación frecuentemente mencionada que sitúa la prevalencia de las condiciones intersexuales en casi el 2%. Esta cifra se ha estado barajando desde siempre, pero yo soy partidario de esta refutación, que argumenta que la única manera de llegar a una cifra tan alta es incluir una serie de condiciones que realmente estirarían la definición de “intersexualidad”, ya que no implican la genuina ambigüedad cromosonal/fenotípica que asociamos con el término. Si no se tienen en cuenta estas condiciones, la prevalencia estimada es mucho menor).
“Los padres son los que conocen mejor a sus hijos y tienen en cuenta el interés del niño”. ¿De verdad? En Estados Unidos durante 2019, se informó que el 0,89% de los niños fueron descuidados o abusados (probablemente una subestimación debido a la subnotificación), y el 77,5% de esa negligencia y abuso fue a manos de los padres. He visto abuso infantil en mi propia práctica. No es infrecuente.
La tasa del 0,89% de Lovell no se encuentra en ninguna parte del informe que enlaza y no voy a intentar averiguar de dónde la ha sacado. Por el bien de la discusión, digamos que esta cifra no es del 0,89%, sino del 5%. Imaginemos que alguien dijera: “¿Así que crees que los padres son los que mejor conocen a sus hijos y se preocupan por sus intereses? Entonces, ¿cómo se explica que el 5% de ellos abuse de sus hijos?”. Este es, a primera vista, un argumento muy extraño. Shrier nunca afirma que no haya padres abusivos, por supuesto, sino que argumenta algo así como que, en general, los padres conocen a sus hijos lo suficientemente bien como para entender cuándo parecen haber desarrollado repentinamente un interés por la transición a pesar de no haber sufrido disforia de género en la infancia. En cualquier caso, buena suerte argumentándole a los normies “No escuches a Abigail Shrier — ella cree que los padres saben lo que es mejor para sus hijos”.
Una crítica a “Daño irreversible a la comunidad trans: Una revisión crítica del libro de Abigail Shrier Daño irreversible (Primera parte)” por AJ Eckert”
Eckert es “el primer médico no binario de Connecticut y es el director médico del Programa de Medicina de Afirmación de la Vida y el Género (GLAM) de Anchor Health”. Lo mismo en esta sección — las afirmaciones de Eckert en negrilla, como citas directas, seguidas de mis respuestas.
A lo largo de su libro, Shrier se refiere a sus sujetos como “chicas biológicas”, un término que confunde el sexo con el género y caracteriza erróneamente a los sujetos de Shrier. La razón es que el sexo de una persona se refiere a la identidad asignada por los médicos, los padres y los profesionales de la medicina al nacer, casi siempre basada en la anatomía externa (genitales). A menudo se confunde o se intercambia el sexo con el género, que tiene que ver con el propio sentido de los comportamientos, las características, los pensamientos y los factores sociales de una persona, y no está determinado por el sexo biológico. El género de una persona puede ajustarse o no al binario masculino y femenino y puede coincidir o no con su sexo asignado al nacer.
Para ser más exactos, los sujetos de Shrier son “AFAB”, o “asignadas mujer al nacer“, porque nadie puede elegir el sexo que se le asigna al nacer. Cuando se habla de personas transgénero y no conformes con el género, se suele preferir esta terminología a la de “hombre/femenino biológico”, “con cuerpo masculino/femenino”, “masculino/femenino natal” y “nacido masculino/femenino”, que se consideran difamatorias e inexactas.
El término “niñas biológicas” no “confunde [] el sexo con el género”. El término “biológico” está ahí mismo, un modificador que pretende indicar que Shrier se refiere al sexo biológico del niño y no a su identidad de género. Aunque la forma plural de esta frase no aparece en Daño Irreversible, la forma singular aparece cuatro veces, la mayoría en el contexto de Shrier explicando los efectos físicos de la transición y/o sus reparos con el llamado “enfoque de afirmación” para tratar la disforia de género:
– “No se menciona el hecho de que no existen criterios diagnósticos o empíricos para decidir que una niña biológica es de hecho ‘realmente un niño'”. (p. 64)
– “Todo el curso del tratamiento adecuado depende de si los médicos ven al paciente como una niña biológica que sufre trastornos mentales o como un niño en el cuerpo de una niña”. (p. 98)
-“[La ligadura] me ofreció la posibilidad de apartar de mi mente algo que me molestaba y no tener que preocuparme por ello”, dijo Jackson Tree, chica biológica ahora convertida en hombre, según el artículo”. (p. 145)
– “Si una chica biológica se arrepiente de su decisión y deja de tomar testosterona, es probable que su vello corporal y facial extra permanezca, al igual que su congestión del clítoris, su voz más grave y posiblemente incluso la masculinización de sus rasgos faciales”. (p. 170)
Se podría argumentar, por razones de etiqueta, que fue grosero que Shrier se refiriera al sexo biológico de Tree: en la gran mayoría de los casos no hay razón para referirse al sexo biológico de una persona trans a menos que ésta lo mencione. Pero en tres de estas cuatro citas, Shrier simplemente utiliza “chica biológica” para referirse al sexo biológico de alguien en un entorno en el que es muy importante. Es sorprendente que Science-Based Medicine argumente que esto es inapropiado.
O, más exactamente, me habría sorprendido no hace mucho tiempo. Pero ahora SBM se ha entregado por completo a la comprensión activista de esta cuestión, y en esa comprensión se supone que no se puede hablar del “sexo biológico” de nadie, porque el sexo biológico es un fenómeno demasiado difuso para entenderlo o categorizarlo fácilmente, a diferencia de la identidad de género, que a pesar de ser el informe subjetivo de un paciente sobre un concepto inherentemente difuso, se trata en este modelo como objetivamente verdadero de la misma manera que solíamos ver la masculinidad o feminidad biológica de alguien como objetivamente verdadera.
Como pueden ver, Shrier tampoco puede utilizar “mujer natal” o “mujer nacida”, porque son ‘difamatorias’. ¿Cómo puede ser “difamatorio” —es decir, “perjudicial para la buena reputación de alguien; calumnioso o injurioso”— llamar a alguien “varón (o mujer) natal”? Si haces click en el enlace proporcionado en este artículo de Science-Based Medicine, te llevará a lo que parece ser un documento básico de Word alojado en el hospital presbiteriano de Nueva York y titulado “LGBTQ+ Terminology / Vocabulary Primer“. Ese documento simplemente repite la afirmación de Eckert sin explicarla en absoluto.
¿Qué podría significar esto? Science-Based Medicine parece estar promoviendo el punto de vista de que si una niña de 14 años anuncia que es un niño trans, ya no es biológicamente femenina — después de todo, no puede ser “considerado difamatorio e inexacto” referirse a ella como tal si la afirmación es cierta. Si esto no es lo que dice Eckert, ¿qué es lo que dice? Esto es preocupante, viniendo de un clínico de género encargado de guiar a los niños y a sus familias a través de decisiones que sólo pueden tomarse de manera verdaderamente informada si todos los involucrados tienen una comprensión sofisticada y realista del desarrollo biológico y de los límites de lo que los bloqueadores de pubertad y las hormonas pueden hacer. Más concretamente, no se puede dar a un niño una atención competente a menos que entienda que es biológicamente masculino (o femenino) y que esto significa ciertas cosas con respecto a cómo será la transición, qué ocurrirá durante la pubertad si no se hace o se deja de hacer la transición, etc. (Esta es una cuestión que los clínicos holandeses mencionan explícitamente en el resumen de su enfoque).
Menos importante, pero todavía digno de mención, si uno realmente trata de enchufar la terminología AFAB en las afirmaciones de Shrier, es fácilmente evidente por qué no funciona: “Si una adolescente asignada como mujer al nacer se arrepiente de su decisión y deja de tomar testosterona, es probable que su vello corporal y facial adicional permanezca, al igual que su congestión del clítoris, su voz más grave y posiblemente incluso la masculinización de sus rasgos faciales”. Se trata de una redacción rebuscada que no tiene ningún sentido. Esos cambios físicos la distinguirían no porque se le haya asignado algo al nacer, sino porque las mujeres natales —una clase a la que pertenece independientemente de lo que diga un médico, o de sus propios pensamientos al respecto— tienden a tener mucha menos testosterona, menos vello corporal y facial, etc. Si un médico hubiera metido la pata y le hubiera “asignado” una M en lugar de una F, esta persona seguiría, en ausencia de intervención médica, desarrollando características sexuales secundarias femeninas, menstruando, etc. No hay nada “asignado” en todo esto. Es casi como si el objetivo de estas reglas lingüísticas cada vez más estrictas fuera hacer imposible que cualquiera de nosotros hable de las realidades biológicas. Pero esas realidades son bastante importantes.
También es alarmante que Science-Based Medicine no sólo respalde sino que difunda con entusiasmo la opinión de que “el sexo de una persona se refiere a la identidad asignada por los médicos, los padres y los profesionales de la medicina al nacer”, en lugar de un conjunto estable de características físicas que son inequívocas algo así como el 99% de las veces. ¿Apoyan David Gorski y Steven Novella, críticos desde hace tiempo de las afirmaciones científicas basura, esta visión de lo que es el sexo biológico? ¿Apoyan la opinión de que no podemos hablar de “niñas biológicas” o “mujeres biológicas”? Si es así, deberían considerar las ramificaciones que esto tendrá para la medicina, en particular para la atención sanitaria de las mujeres. Si no es así, deberían explicar en qué difieren sus propios puntos de vista y por qué creen que Eckert está equivocado. La cuestión de si es apropiado o no, en un sitio web sobre investigación médica, referirse al sexo “biológico” o “natal”, no es algo que pueda posponerse — y es bastante urgente. (Corregido. Este párrafo decía inicialmente “por qué creen que Lovell está equivocada”).
Ellos no van a explicar nada de esto, por supuesto. Su objetivo es agachar la cabeza, hablar de los tópicos pseudocientíficos adecuados y no meterse en más problemas como los que tuvieron cuando publicaron una reseña positiva de Daño Irreversible. Por eso publicaron esta serie.
(De nuevo, si estoy siendo poco caritativo, explíquenme qué otra teoría de sus motivaciones podría explicar algo de esto).
Ella defiende su referencia a estos sujetos utilizando pronombres que no reflejan correctamente el género con el que se identifican, lo que se conoce comúnmente como “misgendering“, apelando a la Primera Enmienda, una estrategia común empleada para atacar los derechos de las personas LGBTQ.
Esto no ocurre en ninguna parte del libro. En un momento dado, Shrier sí menciona la Primera Enmienda en el contexto de lo que ella considera la inconstitucionalidad de una ley que “amenazaba con penas de cárcel a los trabajadores sanitarios que se negaran a utilizar los pronombres de género solicitados por los pacientes”, así como otra que “se aplicaba a los empresarios, propietarios y dueños de negocios”. Pero la breve “Nota de la autora” donde explica su postura sobre los pronombres no apela a la Primera Enmienda. Aquí está en su totalidad:
Doy por sentado que los adolescentes no son adultos del todo. En aras de la claridad y la honestidad, me refiero a las adolescentes biológicamente femeninas atrapadas en esta locura transgénero como “ella” y “su”.
Los adultos transgénero son un asunto diferente. Me refiero a ellos con los nombres y pronombres que prefieren siempre que puedo hacerlo sin causar confusión.
Por último, he cambiado los nombres y algunos detalles menores de las adolescentes que se identifican como transgénero (y de sus padres) para asegurarme de que ninguna pueda reconocerse a sí misma y acusar a sus aguerridos padres de traición. Dado que las historias de las personas vulnerables a este contagio son sorprendentemente similares, algunos lectores pueden creer que se han reconocido a sí mismos — sólo para estar equivocados.
Estoy seguro de que algunos lectores encontrarán esto ofensivo y tengo mis propios reparos sobre la forma en que Shrier enmarca ciertos aspectos de su argumento, pero la cuestión es que sobre la cuestión de hecho de si Shrier formula la política de sus libros sobre los pronombres en el lenguaje de la Primera Enmienda, claramente no lo hace. Y sería raro que lo hiciera: Es licenciada en Derecho y, por supuesto, entiende que sus decisiones sobre qué pronombres utilizar en un libro no tienen nada que ver con la Primera Enmienda, mientras que las leyes estatales sobre cómo uno puede referirse a los demás sí lo hacen, por lo menos de forma discutible. Science-Based Medicine debería corregir esta falsa afirmación sobre el contenido de Daño Irreversible.
Lo que sigue es la primera parte de un debate sobre los argumentos y las afirmaciones del libro de Shrier y los puntos en los que se equivocan. Hay mucho que revisar aquí y, como saben mis pacientes, no se me da bien la brevedad. Me centraré en las creencias fundamentales que forman la base de los argumentos de Shrier: la disforia de género en los adolescentes AFAB es la última moda; la “ideología de género” (o “ideología transgénero” o “ideología trans”) empuja a los adolescentes a “convertirse” en trans; la disforia de género de inicio rápido es real; el DSM-IV es el manual de diagnóstico superior porque clasificó la identidad trans como una enfermedad mental; el 80% de los niños desisten de una identidad trans; los adolescentes de hoy en día no siguen las reglas correctas para ser trans y, por lo tanto, no son trans pero definitivamente son enfermos mentales.
El DSM-IV no clasificó la “identidad trans” como una enfermedad mental. Ya hemos pasado por esto. Y Daño Irreversible sólo parece mencionar esta versión antigua del DSM un par de veces, dos en sus secciones de referencia y una en un extracto en el que Shrier señala que las identidades transgénero se han normalizado recientemente — lo que ella expresa como algo bueno en general:
La “disforia de género” sigue apareciendo en el DSM, pero ya está en vías de desaparecer — ya no se llama “trastorno de identidad de género”, que enfatizaba la psicopatología. La “homosexualidad” también se clasificó en su día como trastorno mental; la mayoría de nosotros ya no creía que la homosexualidad fuera un impedimento para una vida plena y feliz. Tal vez aparecer en el DSM no signifique nada tan malo; tal vez no esté ahí por mucho tiempo.
Ahora, por supuesto, Shrier también argumenta, de forma controvertida, que debido a que cada vez hay menos estigma asociado con tener DG, una consecuencia no intencionada es que las adolescentes están recurriendo a ella como una explicación para su angustia que también les aporta algo de influencia social y comunidad. Pero en ningún momento Shrier declara, como sugiere SBM, ningún tipo de preferencia por un conjunto de criterios de diagnóstico sobre el otro. No creo que ni siquiera mencione las diferencias específicas en ninguna parte, aparte de esta fugaz referencia al superficial cambio de nombre. Y, por supuesto, todo esto es en cierto sentido discutible porque estamos hablando de una versión de fantasía del DSM-IV en la que “ser trans” es en sí mismo un trastorno mental. No está claro cómo Shrier podría preferir esa versión dado que no existe.
A menos que me esté perdiendo algo y Eckert pueda aportar pruebas de lo contrario, Science-Based Medicine debería corregir las afirmaciones falsas de que el DSM-IV categoriza la identidad trans como una enfermedad mental y que Abigail Shrier lo respaldó por encima del DSM-5 por esa razón.
Shrier tampoco menciona la estadística del 80% de desistimiento. En su lugar, la estima en un 70% (extrañamente, Eckert reconoce esto más adelante, por lo que hay mensajes contradictorios en este frente). Y cuando Shrier cita esta cifra concreta, lo hace siempre en el contexto de la disforia de género que se resuelve por sí misma, no de la “identidad trans” que se resuelve por sí misma. Lo cual tiene sentido porque los estudios que llevan a esta estimación se refieren sobre todo a los síntomas clínicos de la disforia de género, no a la cuestión (superpuesta pero distinta) de cómo se identifica un niño determinado.
Aquí están todas las menciones de esta cifra en Daño Irreversible, con las citas eliminadas:
– “Pero en la mayoría de los casos —casi el 70%— la disforia de género infantil se resuelve”. (xxi)
– “Varios estudios indican que casi el 70 por ciento de los niños que experimentan disforia de género en la infancia —y que no se afirman ni hacen una transición social— acaban por superarla”. (119)
– “Es una estadística asombrosa, sobre todo si se tiene en cuenta que cuando no se interviene, aproximadamente el 70% de los niños superan la disforia de género por sí solos”. (165)
Science-Based Medicine debería corregir la afirmación falsa de Abigail Shrier de que el 80% de los niños desisten de la identidad trans, aclarando que la cifra que ella ofrece es del 70%, y también debería aclarar que al citar esta cifra, se refiere a la resolución de la disforia de género, no a la identidad trans en sí. Eckert sabe que son conceptos superpuestos pero diferentes.
Según Shrier, “antes de 2012, de hecho, no había ninguna literatura científica sobre niñas de 11 a 21 años que hubieran desarrollado disforia de género en absoluto”. Una revisión de los estudios de investigación revela (1) un estudio de 1998 sobre el retraso de la pubertad en adolescentes trans, una (2) Introducción a los Estudios Transmasculinos de 2005, (3) directrices médicas de 2011 para (4) el tratamiento de jóvenes transgénero, y (5) aquellos específicos para jóvenes transmasculinos, y mucho más; hay una base sólida de literatura científica sobre los jóvenes trans AFAB. Uno se pregunta si Shrier sabe utilizar Google y PubMed, dado que estas referencias no son difíciles de encontrar. [números añadidos por mí].
El argumento de Shrier es que la disforia de género juvenil de aparición tardía para mujeres natales es un fenómeno nuevo y menos comprendido, mientras que los investigadores conocen desde hace mucho tiempo a los niños hombres y (con menos frecuencia) a las niñas que desarrollan disforia de género en la primera infancia. Creo que la autora se expone a la crítica con su atrevida formulación: ¿No hay literatura científica sobre ningún niño que haya desarrollado disforia de género en este rango de edad? Parece improbable a primera vista.
Eckert es ciertamente escéptico, lanzando no uno sino cinco estudios que supuestamente refutan esta afirmación y luego apuntando con sarcasmo a la incapacidad de Shrier para hacer la más elemental investigación. Veamos estas citas una por una:
(1) es un informe de un caso holandés de una mujer natal (perdón por la difamación) que “acudió a la clínica de género solicitando una cirugía de reasignación de sexo a los 16 años. De las entrevistas con sus padres se desprende que siempre había sido una marimacho clásica en sus actividades lúdicas y en sus preferencias por los juguetes y los compañeros, y que deseaba ser un chico desde muy pronto”. Se trata de una aparente DG de inicio en la infancia, por lo que no desacredita la afirmación de Shrier.
(2) es un artículo titulado “The Middle Men: Una introducción a las identidades transmasculinas” que no parece tener nada que ver con la cuestión que nos ocupa (“Ilumino las variadas experiencias de los individuos transmasculinos organizando la plétora de etiquetas definitorias de MaH en tres amplias categorías: Madereros, Transexuales y Genderqueers“), por lo que tampoco parece desacreditar la afirmación de Shrier. No tengo ganas de leer este artículo de 23 páginas en su totalidad en este momento porque mi cerebro ya se siente como una tortuga varada de espaldas a mediodía en un soleado día de agosto en un parqueadero de Brooklyn, pero está claro que no es un informe científico sobre la disforia de género juvenil. Si me equivoco y esto contiene pruebas científicas (en lugar de anécdotas) relativas a las mujeres natales que desarrollan disforia de género en el rango de edad de 11 a 21 años, publicaré una corrección. Siento que estoy en terreno seguro aquí.
(3) son directrices médicas que dicen, en su mismo comienzo, “Basándose en el trabajo de Cohen-Kettenis et al en Amsterdam, se recomienda que los niños con DIG persistente y empeoramiento de la disforia de género comiencen la supresión de la pubertad en el estadio 2 de Tanner después de una evaluación exhaustiva por parte de un profesional de la salud mental que excluya cualquier trastorno psicológico causante de un trastorno de género”. Los autores también señalan que “aunque entre el 80% y el 90% de los DIG de la infancia desaparecen en la edad adulta, los DIG rara vez desaparecen tras el inicio del desarrollo puberal”. Todas estas son referencias a la DIG/DG de la infancia y su persistencia/desistencia, por lo que nada aquí desacredita la afirmación de Shrier.
(4) es un artículo sobre “Gestión del adolescente transgénero“, cuyo autor principal es Johanna Olson (ahora Olson-Kennedy), que apenas aborda esta cuestión específica. Señala que “la mayoría de los adolescentes y adultos con DIG informan que experimentaron un comportamiento e identidad transgénero cuando eran niños, y muchos adolescentes diagnosticados con DIG tienen una persistencia de DIG en la edad adulta. [citas eliminadas]”. Así que, aunque el lenguaje de “la mayoría” en lugar de “todos” hace un guiño a la posibilidad de que los jóvenes tengan DG de inicio tardío (incluso entre mujeres natales), este documento no ofrece ninguna información sobre esta población, ni referencias específicas a ella. Así que tampoco desacredita la afirmación de Shrier.
(5), por último, es una visión general para la evaluación y el tratamiento de los “adolescentes transgénero de mujer a hombre” que, al igual que (4), incluye un lenguaje que implícitamente hace un guiño a la posibilidad de que haya jóvenes con DG de inicio tardío entre mujeres natales, pero que no ofrece ideas específicas ni menciones explícitas a la investigación sobre esta población. Así que, de nuevo, no hay nada.
Para los que llevan la cuenta, esto se trata de cinco referencias a artículos que supuestamente desacreditan una afirmación científica supuestamente risible, ninguna de las cuales desacredita realmente esa afirmación. Teniendo en cuenta que el lector medio rara vez hace click en los enlaces y que sólo en muy raras ocasiones puede acceder a la investigación tras muros de pago, comparen el contenido real de estos artículos con la sensación que un párrafo con cinco enlaces y ese comentario sarcástico puede dar al lector: “¡Caramba, esta mujer sí que miente!” Y fíjense en el tiempo que puede llevar refutar afirmaciones falsas, frente a la rapidez con la que debe haber sido una tarea para Eckert el llenar este párrafo con citas que parecían referirse al tema en cuestión, pero que no lo hacen.
A menos que Eckert pueda señalar una investigación que sugiera lo contrario, Science-Based Medicine debería retractar su afirmación de que Shrier se equivocó al sugerir que, antes de 2012, no había habido ninguna investigación específica sobre la DG juvenil de aparición tardía en mujeres natales.
Shrier informa que “por primera vez en la historia de la medicina, las niñas natales… constituyen la mayoría” (del “repentino aumento de adolescentes que dicen tener disforia de género”). La fuente citada examinó la proporción de sexos en niños y adolescentes remitidos al Servicio de Desarrollo de la Identidad de Género (GIDS) en Reino Unido. El estudio descubrió un aumento de la proporción de referencias de adolescentes. En concreto, el 32% eran AMAB (asignados como varones al nacer); el 68% AFAB, lo que coincidía con los resultados de una clínica de Ámsterdam. Sin embargo, una clínica de Toronto reportó una mayor proporción de referencias AMAB.
La afirmación sobre la clínica de Toronto es engañosa. Si se consulta el estudio enlazado, se verá que incluye el siguiente texto: “En comparación con los datos internacionales comunicados por otras clínicas de identidad de género, la proporción de sexo de los niños remitidos en Reino Unido estaba más en consonancia con la proporción de sexo de los niños comunicada por la clínica de Ámsterdam (1,25:1, N=860) que con la clínica de Toronto, que comunicó una mayor proporción de varones asignados al nacer referidos en la infancia”. Pero el argumento de Shrier se refiere a las referencias de adolescentes, como Eckert es claramente consciente dado que cita a Shrier mencionando esto. Y apenas unas frases después en ese mismo artículo: “Para los adolescentes, nuestros hallazgos reflejan la tendencia general de una inversión en las proporciones de los sexos reportada tanto en Ámsterdam como en Toronto (en Ámsterdam: 1:1,72, N=234; en Toronto: 1:1,76, N=202; Aitken et al., 2015), en Estados Unidos (1:1,4, N=180; Reisner et al., 2015), y más pronunciado en Alemania (1:2,9, N=39; Becker, Ravens-Sieberer, Ottová-Jordan, & Schulte-Markwort, 2017) y Finlandia (1:6,8, N=49; Kaltiala-Heino et al., 2015)”. Esto coincide plenamente con el argumento de Shrier.
En su contexto, se trata de una afirmación falsa — cualquiera que lea este párrafo y no lea detenidamente el propio artículo pensará que la referencia es a los patrones de referencia de adolescentes en la clínica de Toronto. Science-Based Medicine debería corregir la afirmación falsa de que la clínica de Toronto no vio el mismo cambio de sexo natal entre los pacientes adolescentes que otras clínicas.
Las limitaciones de la fuente de Shrier son que se basa en encuestas anecdóticas, pequeñas bases de datos y estudios inconsistentes y blandos, y deja de lado los factores sociales/culturales, como el hecho de que a menudo es más fácil que los jóvenes AFAB “salgan del clóset”, especialmente porque el comportamiento de variación de género en los jóvenes AMAB (asignados como varones al nacer) puede ser más exponente y conducir al estigma social. Los adolescentes que no son atendidos en clínicas especializadas no están representados en los estudios sobre disforia de género, un factor que sesga la proporción, por lo que el estudio sólo puede suponer que los datos reflejan un cambio real en las proporciones de la población juvenil trans en general.
En su sección de referencias, Shrier cita los propios informes de múltiples clínicas de género sobre los cambios en los patrones de derivación. ¿Qué otra cosa puede hacer? ¿Cómo es que los propios datos de una clínica son “anecdóticos” o “blandos”? Esta es una afirmación extraña.
[Las diversas prácticas escolares, en su mayoría relacionadas con el activismo y la educación LGBT, que no le gustan a Shrier], se caracterizan como una “ideología de género woke“, una frase citada frecuentemente que nunca se define realmente.
No creo que Eckert haya leído realmente este libro. Al menos no con detenimiento. Lejos de ser “frecuentemente citada”, la frase “ideología de género woke” no aparece en ninguna parte del mismo. Science-Based Medicine debería corregir esta afirmación y aclarar que la frase nunca aparece en Daño Irreversible. (Esto fue corregido antes de que este artículo saliera a la luz — véase Error #2.)
Según Shrier, Internet entrena y adoctrina a los adolescentes en la “ideología trans radical” (de nuevo, lo que sea que eso signifique).
La frase “ideología trans radical” no aparece en ninguna parte de Daño Irreversible. Science-Based Medicine debería corregir esta afirmación y aclarar que la frase nunca aparece en el libro. (Esto se corrigió antes de que se publicara este artículo — véase Error # 3.)
[Lisa] Littman especuló que las ROGD podría ser un “mecanismo de afrontamiento social” para otros trastornos. Su estudio fue publicado en 2018 y retirado poco después, una medida descrita por Shrier como “los activistas irrumpieron en la revista científica revisada por pares acusándola de intolerancia antitrans”. El estudio de Littman sesgó deliberadamente los resultados al basarse en blogs abiertamente hostiles a los jóvenes transgénero, los mismos blogs en los que Littman desarrolló el concepto de ROGD en primer lugar. El estudio formó sus conclusiones en torno a las creencias de los padres que ya presuponían la existencia de la ROGD, ya que Littman sólo publicó su encuesta en los tres blogs que inventaron y promovieron la ROGD. Hoy en día, toda la base de investigación de la ROGD consiste en un resumen de un póster de 2017 de una encuesta en línea de 164 padres.
Esta línea de tiempo es falsa, como me confirmó Littman. Eckert está aparentemente confundido. Ante la presión política, la universidad de Brown retiró un comunicado de prensa sobre el estudio. El estudio de Littman en sí nunca fue “retirado” de nada. Más bien, como resultado de la presión política, PLOS One publicó una versión actualizada y una ‘corrección’ que señalaba que ninguno de los resultados había cambiado. Como mencioné en mi post anterior, la revista también me confirmó que la corrección no se hizo como reacción a ninguna inexactitud de los hechos:
PLOS ONE has confirmed to me that even though Lisa Littman's paper was officially "corrected," there was no false information published in the original. I think this is an unusual deployment of the term "correction." pic.twitter.com/UkPuAPxhhG
— Jesse Singal (@jessesingal) March 19, 2019
PLOS ONE me ha confirmado que, aunque el artículo de Lisa Littman fue oficialmente “corregido”, no había ninguna información falsa publicada en el original. Creo que esto es un despliegue inusual del término “corrección”.
Al igual que en el caso de Ray Blanchard, se trata de una afirmación falsa y perjudicial sobre un investigador del sexo. El artículo de Littman nunca fue retractado. Science-Based Medicine debería corregir la afirmación falsa de que el estudio de Littman fue ‘retirado’, así como la afirmación falsa relacionada de que “toda la base de investigación de la ROGD” consiste en un póster. (La afirmación de que fue “retirado” fue corregida antes de que publicara este artículo — véase Error #4.)
Como es habitual aquí, los enlaces también son confusos — esa afirmación final sobre el póster incluye dos enlaces que critican la investigación de Littman, pero ninguno de ellos menciona un “póster” o el número 164. A falta de enlaces y citas precisas, es imposible comprobar las afirmaciones de Eckert.
A juzgar por las actitudes de los padres encuestados, yo diría que es probable que sus hijos tuvieran miedo de revelar su situación debido a factores de estrés de las minorías, como el estigma social, el miedo al rechazo y una preocupación muy real por la violencia.
Science-Based Medicine está acusando a un grupo de padres que no conoce de ser probablemente abusivos físicamente con sus hijos, porque son escépticos de que sus hijos deban tomar bloqueadores y/u hormonas. ¿Es este el enfoque de Eckert, en su propia práctica, al inevitable desacuerdo que a veces surge entre padres y adolescentes cuando se trata de hormonas y bloqueadores? ¿Cree Eckert que cuando un padre tiene reparos sobre estos tratamientos, eso significa que tiene un alto riesgo de agredir físicamente a sus hijos? ¿Cómo afecta eso la forma en que Eckert hace su trabajo?
Shrier identifica a una persona transgénero “real” como aquella para la que “el cuerpo se siente equivocado” y para la que “la única opción es presentarse como el sexo opuesto”. Afirma que “quieren pasar”.
Las citas sobre “el cuerpo se siente equivocado” y “la única opción es presentarse como el sexo opuesto” no aparecen en ninguna parte de Daño Irreversible. Science-Based Medicine debería publicar una corrección en la que se enumeren estas citas y se aclare que nunca aparecen en el libro.
Hay una mención a las personas que “quieren ‘pasar'”, pero Shrier no las describe como personas trans ‘reales’ y las contrapone a las (supongo) ‘falsas’. Aquí está el pasaje completo en cuestión:
Este libro no trata de adultos transexuales, aunque durante su redacción entrevisté a muchos — tanto a los que se presentan como mujeres como a los que se presentan como hombres. Son amables, reflexivos y decentes. Describen el implacable roce de un cuerpo que se siente equivocado, que parece de alguna manera una mentira. Es un sentimiento que les persigue desde que tienen uso de razón.
Su disforia nunca les hizo populares; la mayoría de las veces era una fuente de malestar y vergüenza. Al crecer, ninguno de ellos conocía a otra persona trans, y todavía no existía Internet para proporcionarles mentores. Pero no querían ni necesitaban mentores: sabían cómo se sentían. Presentarse como el sexo opuesto simplemente les hace sentir más cómodos. No buscan ser celebrados por la vida que han elegido. Quieren “pasar” — y, en muchos casos, que les dejen en paz.
Por si sirve de algo, Shrier dijo en un mensaje directo en Twitter: “Nunca hablo de quién es y quién no es ‘realmente trans’ — de nuevo, ni siquiera sé lo que eso significa”. Ahora bien, el libro plantea que algunos niños que piensan que tienen disforia de género, y que por lo tanto deberían hacer la transición, no son realmente disfóricos, sino que están malinterpretando otras fuentes de angustia como disforia de género. Así que puedo entender que alguien pueda afirmar, en sentido general, que parte de Daño Irreversible trata de la idea de que algunas personas no son “realmente” trans. Pero la versión que expone Eckert, en la que Shrier dice algo así como que las personas que A, B y C son realmente trans, pero las personas que X, Y y Y no lo son, no parece figurar en ninguna parte. A menos que Eckert pueda aportar alguna prueba de lo contrario, Science-Based Medicine debería corregir esta afirmación.
Para Shrier es importante que sepamos que la disforia de género se conocía anteriormente como Trastorno de Identidad de Género. Ella utiliza una versión anticuada del manual del DSM, el DSM-IV, y confunde la disforia de género con el trastorno de identidad de género para definirlo como [un trastorno] caracterizado por un malestar severo y persistente en el propio sexo biológico. … Al citar el DSM-IV, Shrier establece su realidad en la que ser transgénero es una patología que hay que arreglar.
La falta crónica de citas directas precisas de Daño Irreversible me dificultó inicialmente descifrar esto, pero creo que Eckert está criticando a Shrier por escribir que “[l]a disforia de género —antes conocida como ‘trastorno de identidad de género’— se caracteriza por un malestar grave y persistente en el propio sexo biológico” (xxi). Eckert afirma que esto es del DSM-IV, y por supuesto Shrier lo cita aquí cuando introduce el concepto de disforia de género (no sé por qué). Pero esperen — yo creía que el DSM-IV, según Eckert, se equivocaba al afirmar que el mero hecho de ser trans era un trastorno mental, en lugar del sentimiento más visceral y dañino de la auténtica disforia de género. Parece que se está echando atrás, porque, por supuesto, “un malestar severo y persistente en el propio sexo biológico” no es una definición de “ser trans” (no todas las personas trans tienen disforia de género), sino una definición de DG. Eckert no puede entender qué criterios diagnósticos está criticando y por qué
De todos modos, si van a las entradas del DSM-5 sobre la DG tanto para niños como para adolescentes y adultos (más detalles aquí), en ambos casos la primera frase dice “Una marcada incongruencia entre el género experimentado/expresado y el género asignado, de al menos 6 meses de duración, manifestada por…”, seguida de los criterios para cada categoría. Esto es casi idéntico a “una incomodidad severa y persistente en el propio sexo biológico” — es sólo una cuestión de que “sexo biológico” ha sido intercambiado por “género asignado” con el fin de evitar que el DSM-5 sea sacado violentamente de la rotación de los eufemismos (en 2040, “sexo/género asignado” será considerado ofensivo). Si alguien me pidiera que definiera “disforia de género”, lo haría de forma similar a como lo hace Shrier, porque creo que “sexo biológico” es un término perfectamente válido. No hay nada de malo en su definición y es efectivamente idéntica a la del DSM-5.
Ya hemos hablado del mito de que hay una profunda diferencia entre el DSM-IV y el DSM-5, y aquí Eckert está exponiendo inadvertidamente que es un mito. Y, de nuevo, no hay nada en Daño Irreversible que sugiera que Shrier se basa en criterios anticuados de alguna manera que pueda importar, excepto en la medida en que, como cualquiera que cite la literatura sobre desistimiento, se ve obligada a basarse en algunos estudios que utilizaron el DSM-IV. Pero no da ninguna indicación de que esté a favor de él y, como ya hemos visto, apenas se menciona.
Estas afirmaciones desmienten que Shrier entienda que ser trans es un trastorno de salud mental, a pesar del consenso médico de que las variaciones en la expresión de género representan las dimensiones normales del desarrollo humano, y de la eliminación del trastorno de identidad de género del DSM hace casi 20 años.
No sé cuántas veces puedo repetirlo, pero un trastorno correspondiente a la disforia de género no fue “eliminado” del DSM en ningún sentido. Más bien, se cambió el nombre de la condición en cuestión de “trastorno de identidad de género” a “disforia de género” y se refinaron los criterios. Sigue siendo un trastorno. Me parece imposible que Eckert, un clínico en activo, no sepa esto.
Aquí hay un resbalón lingüístico a la vista: Eckert trata las “variaciones en la expresión de género”, que por supuesto son una “dimensión normal del desarrollo humano”, como algo intercambiable con la “disforia de género”, que causa a las personas una angustia tan intensa que a menudo buscan tratamientos médicos serios y permanentes, y que el DSM considera un trastorno mental. Shrier no afirma que “ser trans” sea un trastorno mental — como me señaló y señala explícitamente en el libro, ha conocido a muchas personas trans que viven felices y que no sufren ninguna de las angustias que asociamos con los trastornos mentales. En realidad, este es un ejemplo perfecto de la utilidad y la claridad potenciales de tratar la DG como un trastorno mental: Si haces la transición y los síntomas de la DG disminuyen, ya no tienes un trastorno mental, o al menos no uno activo, porque el mero hecho de “ser trans” no implica por sí mismo una angustia como la que provoca la disforia de género. Estas distinciones son muy importantes, y Science-Based Medicine debería corregir esta afirmación falsa sobre Daño Irreversible.
La creencia de que se requiere un diagnóstico clínico para acceder a la atención de afirmación del género, conocida como transmedicalismo, puede contribuir a la estigmatización y la discriminación de las personas transgénero. La disforia de género no es un requisito para ser trans[.]
Esto es preocupante. Science-Based Medicine está promocionando a un clínico de género juvenil que está difundiendo la idea de que es malo exigir un diagnóstico clínico antes de la administración de bloqueadores de pubertad y hormonas a los jóvenes. De nuevo: ¿Cómo es la práctica de esta persona en Connecticut?
Y menos importante, ¡pero más de ese resbalón! La segunda frase no tiene nada que ver con la primera. Los “requisitos para ser trans” son una cuestión totalmente diferente a los requisitos para hormonarse. Las personas trans son las personas que la comunidad trans acepta como trans; es una cuestión sociológica interesante, pero es completamente irrelevante para las controversias que rodean la prescripción de hormonas y bloqueadores a los niños. (Esta falta de claridad y consistencia terminológica y de coherencia es un problema crónico en este debate, así que para ser claros Eckert no es ni mucho menos el único infractor).
Shrier escribe que la disforia de género se resuelve en el 70% de los niños que se identifican como trans. En esta afirmación confunde dos afirmaciones distintas. La estadística del 70% proviene del Dr. Kenneth Zucker, que declaró que un 70% de los niños que veía en su clínica para recibir tratamiento no tenían disforia de género en primer lugar.
Es Eckert quien está confundido. Su enlace, a un comentario de Zucker, no apoya esta afirmación — de hecho, en el comentario Zucker cita un estudio de 2008 del que fue coautor en el que él y sus colegas escribieron que “el 40% de las niñas no fueron juzgadas por haber cumplido con los criterios completos del DSM para DIG”, lo que significa que el 60% sí lo fueron. De nuevo, esto es un nivel notable de descuido y desinformación: Eckert afirma que Zucker dijo X, enlazando, como prueba, a un estudio en el que se cita a sí mismo (y a otros) diciendo casi exactamente lo contrario de X. Muy inusual para un sitio web científico generalmente creíble.
Entonces, ¿por qué cree Eckert que el 70% de los niños de esta clínica estaban por debajo del umbral de DIG? Probablemente porque este es un rumor que ha estado flotando durante media década. En mi artículo de 2016 sobre el cierre de la clínica de Zucker, escribí:
[La Revisión Externa utilizada para justificar el cierre] simplemente no parece, en ningún momento, un intento serio de evaluar la Clínica de Identidad de Género, y está plagada de chapuzas. Desde el principio, hay errores simples: el asesor legal de CAMH se describe como “Kristen Sharpe” cuatro veces en el documento, cuando su nombre real es Kristin Taylor, y los revisores señalan que la clínica ha existido durante “aproximadamente 30 años” cuando en realidad fue fundada hace más de 40 años, en 1975. Y lo que es más importante, Zinck y Pignatiello citan a Zucker afirmando que “el 70% de los niños que vemos están por debajo del umbral de [disforia de género]”. Tanto si Zucker se equivocó al hablar como si los autores se equivocaron al transcribir, esto es exactamente al revés — el 70% de los niños del GIC sí cumplían los criterios clínicos para la condición (una estadística mencionada en [un] artículo de 2008 y confirmada a mí por antiguos clínicos del GIC). Si los revisores creían que sólo el 30 por ciento de ellos cumplía los criterios —no respondieron a un correo electrónico sobre esto—, eso implicaría que fundamentalmente no entendían lo que la clínica hacía y por qué estaba tratando a la mayoría de sus pacientes en absoluto.
Eckert podría haber comprobado fácilmente esto con Zucker. Yo lo hice. “Completamente inexacto”, dijo él por correo electrónico sobre la afirmación de Eckert. “Los detalles se pueden encontrar en los documentos adjuntos”. Uno es sobre las niñas natales (es el que cita en el comentario), otro es sobre los niños natales, y el tercero es… el propio comentario. Ya saben, el mismo que utiliza Eckert para afirmar que Zucker dijo lo contrario de lo que dijo. En ambos trabajos de investigación, el 60% o más de los niños tenían lo que entonces era DIG. ¿Cuántas veces, hasta ahora, ha fracasado Eckert en la tarea básica de leer un artículo y comunicar con precisión sus conclusiones a la audiencia de SBM?
Science-Based Medicine debería corregir las afirmaciones falsas de que el 70% de los niños de la clínica de Zucker no cumplían el umbral para un diagnóstico de DIG, y que el propio Zucker lo dijo.
Los estudios originales [sobre el desistimiento] utilizaron los criterios diagnósticos (en ese momento actuales) del Trastorno de Identidad de Género en el DSM-IV, que se centraban predominantemente en la expresión de género, lo que significa que los niños cisgénero, como las “marimachos” AFAB y los niños AMAB a los que les gustaba jugar con juguetes de código femenino, y otros niños con comportamientos no conformes con el género, fueron incluidos en la categoría de DIG.
Creo que se trata de una mala interpretación de los criterios del DSM-IV. Estoy cansado de pegar estos criterios en tantos posts pero aquí están (y parecen estar reproducidos en forma de texto consultable aquí):
Criterios de diagnóstico del trastorno de identidad de género
A. Una fuerte y persistente identificación de género cruzado (no sólo un deseo de las ventajas culturales percibidas de ser del otro sexo).
En los infantes, la perturbación se manifiesta por cuatro (o más) de los siguientes aspectos:
(1) deseo repetido de ser, o insistencia en ser, del otro sexo
(2) en los niños, preferencia por travestirse o simular atuendos femeninos; en las niñas, insistencia en llevar sólo ropa estereotipada masculina
(3) fuerte y persistente preferencia por los roles de otro sexo en los juegos imaginarios o fantasías persistentes de ser del otro sexo
(4) deseo intenso de participar en los juegos y pasatiempos estereotipados del otro sexo
(5) fuerte preferencia por compañeros de juego del otro sexo
En los adolescentes y los adultos, la perturbación se manifiesta con síntomas como el deseo declarado de ser del otro sexo, pasar frecuente como del otro sexo, el deseo de vivir o ser tratado como el otro sexo, o la convicción de que tiene los sentimientos y las reacciones típicas del otro sexo.
B. Malestar persistente con su sexo o sensación de falta en el rol de género de ese sexo.
En los infantes, la perturbación se manifiesta por alguno de los siguientes síntomas: en los niños, afirmación de que su pene o testículos son repugnantes o que van a desaparecer, o afirmación de que sería mejor no tener pene, o aversión a los juegos bruscos y rechazo de los juguetes, juegos y actividades estereotipados masculinos; en las niñas, rechazo a orinar sentadas, afirmación de que les crecen o les crecerá penes, o afirmación de que no quieren tener senos o menstruar, o marcada aversión a la ropa femenina normativa.
En los adolescentes y adultos, la perturbación se manifiesta con síntomas como la preocupación por deshacerse de las características sexuales primarias y secundarias (por ejemplo, solicitud de hormonas, cirugía u otros procedimientos para alterar físicamente las características sexuales para simular el otro sexo) o la creencia de que ha nacido con el sexo equivocado
C. La perturbación no es concurrente con una condición física intersexual.
D. La perturbación causa un malestar clínicamente significativo o un deterioro en las áreas sociales, ocupacionales o en otras áreas importantes del funcionamiento.
La primera frase es “una fuerte y persistente identificación de género”. Por supuesto, “identificación” es diferente de “expresión”. Sí, algunos de los criterios tienen que ver con la expresión. Eso es parte de cómo se diagnostica la disforia de género/trastorno de identidad de género, especialmente en niños. Pero, a mi juicio, es falso que estos criterios se refieran ‘predominantemente’ a la expresión de género.
Y recuerden que el DSM-IV también incluía un lenguaje que contradice directamente la afirmación de Eckert de que los marimachos (por ejemplo) “estaban incluidos en la categoría de DIG”:
El Trastorno de Identidad de Género puede distinguirse de la simple inconformidad con el comportamiento estereotipado de los roles sexuales por el alcance y la generalización de los deseos, intereses y actividades transgénero. Este trastorno no pretende describir la inconformidad de un niño con el comportamiento estereotipado del rol sexual como, por ejemplo, el “marimacho” de las niñas o el “mariquita” de los niños. Más bien representa una profunda perturbación del sentido de identidad del individuo con respecto a la masculinidad o la feminidad. El comportamiento de los niños que simplemente no encaja en el estereotipo cultural de masculinidad o feminidad no debe ser diagnosticado a menos que el síndrome completo esté presente, incluyendo una marcada angustia o deterioro. [énfasis en el original]
Así tenemos:
Eckert: “Los “marimachos” AFAB y los niños AMAB a los que les gustaba jugar con juguetes codificados como femeninos, y otros niños con comportamientos no conformes con el género, fueron incluidos en la categoría DIG [en el DSM-IV].”
El propio DSM-IV: “Este trastorno no pretende describir la no conformidad de un niño con el comportamiento estereotipado de los roles sexuales como, por ejemplo, en el “marimacho” de las niñas o el comportamiento “mariquita” de los niños”.
Science-Based Medicine debería corregir esto.
La investigación se limitaba a aquellos niños cuyos padres los llevaban a la clínica para su diagnóstico y tratamiento, creyendo que la identidad de su hijo era un problema que requería tratamiento psiquiátrico.
En este caso, Eckert parece estar tomando directamente de los autores de ese artículo “A critical commentary on follow-up studies and ‘desistance’ theories about transgender and gender-nonconforming children” mencionado anteriormente. Y quiero decir que lo hace muy directamente. En ese artículo, los autores escriben: “Además, incluso en Toronto y en los Países Bajos, esta investigación se limitó a los niños cuyos padres decidieron llevarlos a una clínica para su diagnóstico y tratamiento y, por tanto, pueden haber creído que la diferencia del niño era un problema, y que requería tratamiento psicológico”. Dejando a un lado la cuestión del plagio menor (menor dado que Eckert sólo roba parte de una frase, pero para que quede claro se trata de un plagio, aunque de la variedad de fechorías en las que un medio de comunicación convencional se apresuraría a explicar que sólo se trató de un olvido de enlaces o de citas, o de ambas cosas), merece la pena destacar el mencionado artículo de respuesta de los propios clínicos holandeses:
Los dos estudios [de desistencia] restantes [que se discuten] proceden de dos clínicas con contextos sociales muy diferentes. Las poblaciones clínicas de Toronto y Ámsterdam no son similares. Esto se ilustra claramente con una serie de estudios comparativos sobre el funcionamiento social y emocional de los niños y adolescentes que son derivados a las dos clínicas: en todos los estudios el funcionamiento psicológico de los niños y adolescentes (medido a través de los padres, los profesores y/o el autoinforme) mostró ser mejor en Ámsterdam que en Toronto (Cohen-Kettenis, Owen, Kaijser, & Bradley, 2003; de Vries, Steensma, VanderLaan, Cohen-Kettenis, & Zucker, 2016; Steensma et al., 2014). Como se señala en las discusiones de estos trabajos, creemos que las diferencias en el clima social respecto a la varianza de género pueden ser un factor importante que subyace a las diferencias. Un estudio sociométrico sobre el estatus del grupo de pares (Wallien, Veentra, Kreukels, & Cohen-Kettenis, 2010) subraya este punto. Se demostró que no había diferencias entre los niños de la escuela primaria referidos al género y sus compañeros de clase en cuanto a la victimización o el matoneo. Los padres que acuden a nuestra clínica están preocupados por el daño potencial para su hijo si ellos no reconocieran la experiencia de género del niño. No están centrados en suprimirla, como sugieren los autores con la frase: [La frase que he citado anteriormente].
Una vez más, como si fuera una compulsión, Science-Based Medicine hace pasar por hechos una y otra vez los rumores e insinuaciones que parecen socavar la literatura sobre el desistimiento. SBM no está obligada a aceptar como verdaderas las afirmaciones de los clínicos holandeses sobre la naturaleza de los padres que vieron. Pero al mismo tiempo, es obviamente injusto que el sitio afirme, como un hecho, que “la investigación [sobre desistimiento] se limitó a aquellos niños cuyos padres los trajeron a la clínica para el diagnóstico y el tratamiento creyendo que la identidad de su hijo era un problema que requería tratamiento psiquiátrico”, y que no explique a los lectores que los propios clínicos holandeses —los clínicos que inventaron la idea misma de un tratamiento médico para los jóvenes trans púberes y que tuvieron experiencia de primera mano con todos estos padres— niegan vehementemente la afirmación. Observarán que el único cambio sustancial que Eckert hace en la frase que está copiando, aparte de cambiar “tratamiento psicológico” por “tratamiento psiquiátrico”, es eliminar el lenguaje ligeramente erizado de “puede haber creído” para hacer la afirmación general más fuerte, para que parezca que estos estudios sólo involucraron a padres intolerantes.
Science-Based Medicine debería corregir la afirmación demasiado fuerte y falsa de que estos estudios sólo se llevaron a cabo en niños que los padres llevaron a las clínicas de género porque creían que sus propias identidades requerían tratamiento psiquiátrico, y debería corregir y abordar este caso menor de plagio.
Las cuatro clínicas tenían altos porcentajes de participantes que no hacían seguimiento: 22%, 25%, 30% y 32%. La falta de compromiso con la clínica, por cualquier motivo, se contabilizó como desistencia.
Al principio no sabía de dónde salían esas cifras por la ausencia total de enlaces o citas. Pero la frase macheteada de Eckert me llevó a una tabla en ese “comentario crítico” que tiene estas cifras:
Eckert parece pensar que esta investigación proviene de cuatro clínicas diferentes (no es así — proviene de dos), y está extendiendo en exceso la crítica de una (la holandesa, que sí contó a los que no respondieron como desistentes) a otra (no creo que nadie haya hecho esta afirmación sobre la clínica de Toronto, y cuando le pregunté a Zucker dijo que nadie lo había hecho). Esto está respaldado por este gráfico (del que no puedo dar fe y no voy a comprobar los hechos por el momento — véase el comentario anterior sobre el parqueadero), que sugiere que el único estudio incluido de la clínica canadiense no contó a los que no respondieron como desistentes.
Science-Based Medicine debería corregir la afirmación falsa de que los cuatro estudios tenían esta característica.
En 2003, la Academia Americana de Psiquiatría Infantil y Adolescente (AACAP) informó que Zucker practicaba “algo inquietantemente cercano a la terapia reparadora para homosexuales”.
Esta descripción de las supuestas conclusiones de la AACAP es inexacta. Una sola carta publicada en una revista dirigida por la AACAP hizo esta afirmación. Evidentemente, esto está muy lejos de que un organismo profesional llegue a esta conclusión de forma oficial, que es lo que cualquiera que lea el artículo de Eckert creerá que ha ocurrido. La diferencia entre “una carta publicada en la revista de un organismo médico” y “la opinión oficial de un organismo médico” no es sutil, y cualquier persona con una familiaridad básica con este tipo de publicaciones habría comprendido esta distinción. Una vez más, Eckert muestra una completa incapacidad para transmitir con precisión los resultados de los artículos publicados a la audiencia de Science-Based Medicine. (Esto fue corregido antes de que publicara este artículo: Véase Error #1).
Los investigadores revisaron los expedientes de sus pacientes y descubrieron que el 72% de los niños tratados por Zucker nunca cumplieron los criterios clínicos de disforia de género[.]
De nuevo, no hay enlaces. Los lectores no tendrán ni idea de dónde viene esto. Supongo que ése es el punto. Science-Based Medicine debería corregir esto y dejar claro que, aunque los investigadores ‘informaron’ de esto, era falso que lo hubieran hecho. Todas las investigaciones publicadas por las clínicas sugieren que el 60% o más de sus pacientes tenían lo que entonces se llamaba trastorno de identidad de género, dependiendo de la submuestra en cuestión. Y el informe externo en cuestión ya ni siquiera está disponible en línea — el hospital lo retiró cuando reconoció los problemas de difamación, para no volver a publicarlo (aunque lanzó un resumen ejecutivo más breve). Díganlo conmigo: A Science-Based Medicine no le importa lo cutre que sea una fuente siempre que apoye los prejuicios del sitio sobre la medicina de género juvenil.
Zucker se adhirió a prácticas de terapia de conversión anticuadas y perjudiciales, y tras la legislación provincial que prohíbe los esfuerzos de cambio de identidad de género, su clínica fue cerrada.
Para repetir, Zucker recibió posteriormente más de medio millón de dólares canadienses después de que su hospital reconociera haberle difamado durante una ‘revisión’ manifiestamente desordenada y descuidada. Por supuesto, los lectores de SBM que lleguen frescos a esta polémica no tendrán forma de saberlo. Es periodísticamente inexcusable que, en dos artículos consecutivos de esta serie, se omita este hecho. Ahora bien, ¿este hecho, por sí solo, exculpa a Zucker? Por supuesto que no. Pero no se puede decir “¡Este tipo fue despedido de su trabajo!” sin añadir la muy relevante continuación “…y luego su empleador admitió haberlo hecho mal y le pagó medio millón de dólares”. Es una deshonestidad por omisión fuera de lo común.
Y de nuevo: Todas las omisiones, a través de múltiples artículos de SBM, apuntan en una dirección. Zucker es una de las fuentes de Shrier y es tratado con credibilidad por ella, por lo que los lectores de SBM tienen que saber que es Malo, con cero evidencias compensatorias permitidas. El mismo patrón, una y otra vez. No puede ser un accidente.
Para contrarrestar esta narrativa, un estudio transversal de 27.715 adultos trans de EEUU encontró que la exposición a los esfuerzos de conversión de identidad de género recordada se asoció significativamente con la angustia psicológica severa en el mes anterior y los esfuerzos de suicidio de por vida. Las personas expuestas a esfuerzos de conversión de identidad de género antes de los 10 años tenían un riesgo significativamente mayor de intentos de suicidio a lo largo de su vida.
Seguramente la verdadera terapia de conversión es perjudicial, pero aquí tenemos otro ejemplo de que Science-Based Medicine que transmite una investigación defectuosa de forma totalmente crédula. Este es otro estudio de Turban, basado en el mismo conjunto de datos problemáticos, y hay serias dudas sobre su metodología y sobre si está capturando la exposición a la verdadera terapia de conversión. Este post ya crecido a una extensión inmanejable, así que dejaré este enlace aquí, dejaré que la gente decida por sí misma, y llamaré la atención, una vez más, sobre cómo SBM trata los estudios que apuntan en una dirección en el debate de la medicina de género juvenil frente a cómo trata los que apuntan en la otra dirección.
Creo que aunque los tres artículos fueron bastante chapuceros y comunicaron una gran cantidad de desinformación, el de Eckert fue el más llamativo. Lo anterior es una lista muy parcial de sus problemas. En un par de ocasiones diferentes, consideré criticar otras medias verdades y afirmaciones cuestionables del mismo, pero tengo que terminar esto, así que me detendré aquí. Hasta el momento, este post ha catalogado lo que yo diría que son 19 errores que deberían corregirse en los artículos de Lovell y Eckert, la gran mayoría de ellos de este último, y sólo un pequeño puñado de los cuales han sido corregidos hasta ahora.
Las personas de buena fe seguramente discreparán sobre cuántos de estos errores son lo suficientemente graves, u objetivamente falsos, como para justificar su corrección. Y en algunos casos los problemas que planteo son seguramente errores genuinos, pero seguramente menores (decir que cuatro estudios tenían un supuesto defecto determinado cuando sólo tres de ellos lo tenían, por ejemplo). No creo que las personas de buena fe puedan discrepar sobre la cuestión de si estos artículos, junto con la introducción a la serie escrita por Gorski y Novella, cumplen con las propias normas explícitas de Science-Based Medicine. Por supuesto que no lo hacen. Ni de lejos.
En cierto modo, la parte más inquietante de todo este episodio ocurrió al final. Escribí la mayor parte de este post el domingo. A primera hora de la tarde del sábado, envié un correo electrónico a Gorski y Novella para avisarles de que estaba trabajando en algo que acusaba a su sitio web de haber publicado citas inventadas, y para ver si querían comentar algo. Enlazaba con algunos de los tweets que había hecho sobre todo esto mientras investigaba, y también mencionaba las falsas afirmaciones sobre Littman (de que su estudio había sido retirado) y Zucker (esa estadística zombie del 70% sin umbral).
El domingo, Gorski y Novella, o Eckert, o quienquiera que controle actualmente el post de Eckert, publicó algunas correcciones en las que se abordaban mis preocupaciones — todavía queda mucho camino por recorrer en ese frente, y hasta ahora han ignorado el asunto de la estadística del 70%. Pero Gorski y Novella también publicaron la segunda parte de Eckert. Puede que esto no resulte chocante si no se tiene formación editorial, ¡pero lo es! Si yo encargara a alguien que escribiera una serie de dos partes sobre una autora y su libro, y la primera parte incluyera múltiples citas inventadas, seguro que pondría la segunda parte en espera en cuanto me enterara, aunque sólo fuera para investigar, asegurarme de que no hubiera otros problemas, etc. Publicar simplemente la segunda parte sin investigar estos problemas está fuera de los límites de la supervisión editorial normal. No digo que no debieran haberla publicado nunca, pero ¿tal vez una breve pausa para un mínimo de control de calidad hasta ahora ausente? Y contrasten esto con el tratamiento que Novella y Gorski dieron a la reseña de Harriet Hall, que nunca hizo nada tan grave o incorrecto como inventarse citas. Esa tuvo que ser totalmente retractada.
No es un misterio lo que está pasando aquí, y realmente creo que Science-Based Medicine se ha desviado completamente de los carriles en este tema.
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Publicado en De Avanzada por David Osorio | ¿Te ha gustado este post? Síguenos o apóyanos en Patreon para no perderte las próximas publicaciones