La crianza religiosa ha sido entendida tradicionalmente por los científicos sociales como un factor determinante de las conductas sexuales de las personas. Sin embargo, un creciente cuerpo de evidencia indicaría que (una parte de) la relación va en el sentido contrario: en vez de que la religión dicte las actitudes frente al sexo, las estrategias sexuales de los adultos parecen indicar el nivel de compromiso hacia la religión.
Monogamia y promiscuidad
Los datos sugieren que las estrategias de apareamiento preferidas por la gente influyen fuertemente en su atracción o repulsión hacia la religión. El investigador Jason Weeden propone que las personas que favorecen la monogamia se acercan a la religión porque las religiones tradicionales apoyan un estilo de vida en familia y desalientan la promiscuidad. Weeden encontró que cuando se controla la variable de la actitud de las personas hacia el sexo, las correlaciones normalmente altas entre creencias religiosas y otras actitudes morales se reducen.
En términos sencillos, parece ser que las personas que se inclinan más fuertemente hacia la monogamia tienden a acercarse más a la religión.
Comprender la religión en términos de estrategia reproductiva también podría arrojar luces sobre otros temas. Por ejemplo, el hallazgo está en consonancia con la literatura que ha encontrado que muchas personas tienden a volverse especialmente religiosas cuando tienen hijos, y que su nivel de devoción va disminuyendo a medida que estos crecen.
Ateofobia
Entender la religión en el marco de la estrategia reproductiva también podría contribuir a comprender mejor la ateofobia. Para nadie medianamente informado es un secreto que existe un odio generalizado contra los ateos y que en el mundo no hay escasez de sanciones legales, políticas, jurídicas y sociales contra quienes nos atrevemos a vivir libres de amigos imaginarios — la idea de que creer en dioses hace a alguien mejor persona está tan extendida que en la construcción de perfiles periodísticos se sigue equiparando la asistencia a la iglesia con ser buena persona.
Los estudios que han analizado los sesgos contra los ateos han encontrado que las personas tienden a confiar más en los creyentes religiosos que en los ateos — de hecho, los creyentes confían más en creyentes de otra religión que en los ateos, a pesar de que objetivamente sean igual de ajenos a su religión. La investigación ha encontrado que se asocia el ateísmo con conductas inmorales y que, incluso los propios ateos desconfían más de otros ateos que de los creyentes.
Tres investigadores quisieron saber si la ateofobia estaba relacionada con el sesgo anti-promiscuidad, así que llevaron a cabo un estudio en el que a un grupo de evaluadores se les daba la información de varias personas junto con sus creencias religiosas y sus estrategia reproductivas. Los resultados sugieren que las personas confiarán más en un ateo que es un monógamo comprometido, que en un creyente religioso promiscuo. Estos hallazgos sugieren que la desconfianza hacia los ateos es impulsada en gran parte por las presunciones sobre sus estrategias de apareamiento.
La brecha sexual
El poder explicativo de estos resultados también podría extenderse a otro tema que ha dividido opiniones: la brecha de sexos en la religiosidad y el ateísmo — hasta ahora, los investigadores no han dado con una explicación plausible que dé cuenta de por qué hay una desproporción significativa entre el numero de ateos y el de ateas (de 3 a 1), y por qué la afiliación religiosa es más alta entre las mujeres que entre los hombres.
Si las estrategias reproductivas median en el nivel de religiosidad, entonces tiene sentido que haya una diferencia entre los sexos: en vista de que las mujeres asumen los costos más elevados de la reproducción, ellas tendrían menos probabilidades de beneficiarse en una sociedad más promiscua, porque los potenciales padres de sus hijos tendrían muchos menos incentivos para quedarse y ofrecer sus recursos para la protección y el éxito de esa familia. Una sociedad que restrinja más las inclinaciones sexuales más desenfrenadas (que suelen ser de los hombres) ofrecería a las mujeres más probabilidades de beneficiarse, porque los hombres tendrían menos incentivos para no invertir en esa familia. La promiscuidad absoluta, sin embargo, tampoco es un panorama que beneficiaría a los hombres, porque existe una mayor probabilidad de que los hijos de su pareja, a quienes les ofrezca protección y recursos, no sean suyos.
Otro estudio encontró que tanto hombres como mujeres reportaron una mayor religiosidad cuando eran expuestos a un grupo de personas atractivas de su mismo sexo, aunque no hubo cambios en su nivel de devoción cuando fueron expuestos a un grupo de personas atractivas del sexo contrario. Los resultados sugieren que la “religiosidad puede ser una estrategia flexible según los insumos ecológicos relevantes”, que en este caso sería la presencia de presuntos competidores.
Si la persistencia u ocurrencia de varias prácticas religiosas como la circuncisión, el ayuno y el juego con serpientes han sido explicados en términos de señalización de virtud y exhibición de moralidad personal frente a la audiencia, tampoco resulta disparatado sugerir que las personas podrían exhibir una mayor o menor religiosidad como parte de su estrategia reproductiva — la religiosidad como un rasgo sexualmente seleccionado.
En campaña política
Otro frente en el que estos hallazgos resultan relevantes es el de las campañas políticas.
A pesar de que Europa ya superó en gran medida el tabú de tener líderes nacionales que no necesitan de amigos imaginarios, en el resto del mundo donde hay democracias o remedos de la misma, el (presunto) ateísmo de un candidato sirve como arma política para descalificarlo. Una encuesta Gallup de 2015 encontró que un 40% del electorado americano no votaría por un candidato ateo (una antipatía política sólo superada por la negativa a votar por un candidato socialista). En mi natal Colombia, en 2010, el entonces candidato a Presidente de la extrema derecha, Juan Manuel Santos, en entrevista con el diario español El Mundo se desmarcó de su rival Antanas Mockus asegurando que la diferencia entre ambos era que Santos creía en dios. (Luego salió un cardenal católico a decir que Mockus también creía en dios, después de que el propio candidato-filósofo tuviera problemas para responder la sencilla pregunta de si él también creía en un dictador celestial personalizado.)
Si todavía estamos en sociedades tan primitivas en donde acusar a un candidato de ser ateo sirve como estrategia política para desprestigiarlo, una dirección de campaña medianamente diligente habrá caído en cuenta que si el sesgo contra los ateos proviene de una heurística que nos asocia con la promiscuidad y con ser poco confiables, la respuesta a la acusación tendría que dejar absolutamente claro en la mente del electorado que la estrategia reproductiva del candidato es la monogamia. (Al fin y al cabo, supongo que una respuesta del tipo “Yo gobernaré para todos y mis creencias se quedan en mi casa, así que resulta irrelevante si creo en dioses o no” ya es pedir demasiado.)
Ya la redacción exacta de esa respuesta se la dejo a los expertos en comunicación política, que supongo que pasarán horrores para encontrar una forma de transmitir la idea sin que suene totalmente creepy o fuera de tono.
(vía Douglas Kenrick)
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Publicado en De Avanzada por David Osorio