La semana pasada, el gobierno colombiano lanzó la segunda Misión de Sabios, para que académicos, intelectuales y artistas propongan el rumbo de Colombia en materia de ciencia, tecnología e innovación.
A mí, esto de la Misión de Sabios me da repelús, porque exuda todo lo que está mal con la forma en que Colombia hace políticas públicas — ¿para qué una Misión de Sabios, si no es para algo distinto a que el Gobierno gane puntos de popularidad y para hacerle perder el tiempo a un montón de gente que, de otra forma, podría estar haciendo algo valioso?
No, en serio: es que esta es la segunda Misión de Sabios porque por allá en 1994 hubo un gobierno tan inepto como el actual, que convocó a la primera Misión de Sabios, cuyos hallazgos y conclusiones fueron presentados en el libro Colombia: Al filo de la oportunidad. Resulta que, en los 23 años que han transcurrido desde que ese libro fue publicado, hasta el sol de hoy, las recomendaciones que hicieron los primeros “sabios” se mantienen íntegramente vigentes porque nunca fueron puestas en práctica, en primer lugar.
Así que se plantea doblemente la pregunta: ¿para qué una Misión de Sabios? ¿Para qué una Misión de Sabios, si hace 23 años tenemos las conclusiones de la primera Misión, que siguen recogiendo polvo sin haber sido estrenadas? Y, más acuciante aún: ¿para qué una Misión de Sabios, si igual sus propuestas no van a ser acogidas?
Lo más aterrador, sin embargo, es que una “Misión de Sabios” —la primera, la segunda, o el número de veces que los “sabios” se presten para este pan-y-circo— dice mucho de la forma como el país toma decisiones. La idea de que sólo unas mentes superiores podrán sacar adelante a 47 millones de personas sumidas en la niebla de la inopia y la oligofrenia es de un mesianismo y servilismo estremecedores. No porque los “sabios” del 96 o del 19 no sean hombres probos, valiosos e inteligentes, sino porque la noción de que alguien tiene todas las respuestas es lo que ha enfrascado al país una absurda dinámica política de caudillismo por más de 200 años.
Es que mirada bien, la idea de que sólo unos sabios pueden desentrañar lo que se encuentra inexorablemente mal con el país —o siquiera con la parte de ciencia y tecnología— es poderosamente risible, porque revela aquello para lo cual fue convocada la Misión o, como señaló la nota de El Espectador, que la esperanza de Colombia “reside en las ideas de un selecto grupo de personalidades”. Es farándula, pues, en clave de paganismo industrial.
Que la convocatoria de la misión de “sabios” sea celebrada con bombos y platillos como un hecho histórico trascendental, a su vez, traiciona la mentalidad de que basar las políticas públicas en la mejor evidencia disponible es algo tan ajeno al país, que cuando se anuncia es celebrado botando la casa por la ventana. En otras palabras, algo que se asemeja a lo que debería ser una política de Estado común y corriente realmente es un evento extraordinario — así que vuelve y se plantea la pregunta: ¿para qué una misión de “sabios” si al otro día seguiremos con nuestras leyes infectas de pensamiento mágico? ¿No deberían, acaso, todas nuestras políticas públicas venir informadas por los expertos del área interpretando la mejor evidencia relevante sobre cualquier tema?
En cualquier caso, si los “sabios” se prestaron para la dichosa Misión creyendo que el Gobierno pondrá en práctica alguna de sus recomendaciones, todavía les falta mucho para alcanzar la sabiduría. Porque si bien es cierto que el gobierno que Iván Duque representa nominalmente no es el mismo que ignoró las recomendaciones de la primera Misión, tenemos muy buenas razones para sospechar que la voluntad política para poner en práctica cualquier cosa que diga esta segunda Misión brillará por su ausencia una vez las presenten: en primer lugar, porque el jefe político de Duque, Álvaro Uribe, ignoró olímpicamente las recomendaciones de la primera Misión durante sus ocho siniestros años como Presidente. Y en segundo lugar, porque si hay algo que ha marcado la trayectoria política de Duque, eso ha sido la completa indiferencia por una comprensión racional del mundo basada en la evidencia — desde la sede de su partido en una secta cristiana hasta el nombramiento como director del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) a alguien que niega aquello sobre lo que se predica la existencia del CNMH, pasando por su recrudecimiento de la única cosa que mantiene vivo el narcotráfico —la absurda guerra contra las drogas—.
¿Qué tan sabio puede ser realmente alguien que se presta para un truco publicitario de mejora de popularidad? ¿Para qué?
(imagen: Vicepresidencia de la República)
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Publicado en De Avanzada por David Osorio