Me gusta ver shows de magia — en vivo son más entretenidos, aunque los grabados permiten que pause y reproduzca cuantas veces quiera. Desde la época de Criss Angel, cada vez que veo un truco en la pantalla, inmediatamente trato de descifrar cómo se hizo, e imaginar cómo habría hecho yo algo así. Ese, supongo, era el primer paso de James Randi siempre que iba a desenmascarar a un charlatán: entender exactamente cómo era que los sentidos de los espectadores —y presentadores de televisión— estaban siendo engañados.
Afortunadamente, contamos con una cantidad decente de shows de magia a nuestra disposición. En Netflix (el de Colombia, al menos), está Penn & Teller: Fool Us, en donde el icónico dúo de ilusionistas americanos presencian diferentes trucos hechos por magos de todo el mundo para ver si pueden descifrar cómo se hacen — y aunque tienen un vasto y enciclopédico conocimiento de los diferentes tipos de ilusionismo, y de una candidad innumerable de trucos, hay algunos que Penn y Teller no han conseguido explicar.
Para la muestra, la primera aparición de Shin Lim, que me gustó mucho porque además de buena magia, tuvo una dirección de arte e imagen impecables, y el detalle añadido de que Lim tenía las mangas de la camisa a la altura del codo, lo que hizo más exigente su presentación:
(Desde esta aparición, Lim tuvo un accidente que le cortó los tendones del pulgar y durante un tiempo no supo si podría volver a practicar magia; afortunadamente se recuperó, volvió al show y supo engañar a Penn y Teller una segunda vez.)
Por arte del algoritmo de Netflix, en mi lista de programas recomendados apareció la recién estrenada Magic for Humans, con el ilusionista Justin Willman. Sus actos de mentalismo son bastante buenos, aunque lo que más me ha gustado hasta ahora fue un fragmento del tercer episodio en el que Willman convenció a dos personas de que las había hecho invisibles. Voy a repetir eso: Willman logró que dos personas adultas de su público creyeran que con sólo poner una manta sobre ellos había alterado el funcionamiento de las leyes de la reflexión (que rigen sobre las ondas de luz). Aquí está ese fragmento:
Mi hipótesis personal es que muchos magos, ilusionistas, mentalistas y prestidigitadores son ateos y escépticos porque su medio de subsistencia comparte una característica con la de los líderes religiosos, vendedores de pócimas y otros traficantes de miedo: la suspensión de la incredulidad, o hacerle creer a las personas que están frente a alguien que puede adulterar de alguna forma las leyes naturales. Sólo que mientras unos lo utilizan para propósitos de entretenimiento —y abiertamente admiten que se trata de ilusiones sensoriales que de ninguna manera implican que puedan manipular las leyes del Universo—, los otros aprovechan para sembrar falsas esperanzas y conseguir que las personas tomen decisiones absurdas sobre su salud y su dinero.
Esto, precisamente, es lo que puso de manifiesto el ilusionista Derren Brown en su espectáculo Miracle (que tiene un par de años, pero sólo llegó a Netflix en 2018). Además de presentar unos actos de mentalismo absolutamente espectaculares, la segunda porción de su show consiste en reproducir el efecto psicológico de los pastores cristianos que hacen ‘curaciones por fe‘, logrando que varios de sus espectadores dejen de sentir dolencias de años por un momento.
En algún punto, incluso, Brown consigue que una persona que usa gafas lea la letra pequeña de un volante sin la asistencia de los lentes. Lo mejor de todo es que Brown —que es abiertamente ateo— acompañó esa parte del espectáculo recitando párrafos de la Biblia y diciendo que las dolencias y afectaciones eran obra de demonios.
Buscar explicaciones para lo que ven nuestros ojos —o detectan nuestros demás sentidos— sabiendo que nada de esto es una expresión de fuerzas sobrenaturales es un reto intelectual y, yo aventuraría, es bastante útil para ejercitar el pensamiento crítico. Y aunque a algunos les parece que la prestidigitación pierde su encanto si le quitamos el elemento preternatural al misterio, a mí me parece lo contrario: que saber que sólo se trata de ilusiones que son posibles gracias a la falibilidad de nuestros cerebros agudiza la sensación de asombro, a la vez que nos exige buscar explicaciones que se mantengan en el ámbito de lo posible.
Hace unos años se transmitía Breaking The Magician’s Code (hay dos temporadas en Netflix) que, aunque era algo cutre, explicaba cómo se hacen muchos de los trucos que vemos en la pantalla. Tras haberlo sintonizado con relativa frecuencia, a veces podía descifrar cómo se hacían algunos de los trucos que presentaban antes de que lo revelaran — como material didáctico está bastante bien.
Sé que hay muchos más shows de ilusionistas, y ni se diga canales YouTube. Si hay alguno que a ustedes les guste particularmente, recuerden mencionarlo en la sección de comentarios.
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Publicado en De Avanzada por David Osorio