Ayer fue la primera vuelta de las elecciones presidenciales 2018 en Colombia y, como estaba previsto, los dos candidatos que mostraban una mayor intención de voto en las encuestas quedaron de primero y segundo respectivamente — Iván Duque y Gustavo Petro.
Nada nuevo, la verdad: Duque es la marioneta del tenebroso expresidente Álvaro Uribe Vélez, un filofascista caudillo sediento de poder, y Petro es un caudillo sediento de poder de una izquierda regresiva poderosamente reaccionaria. Ambos son la encarnación de cultos a la personalidad que pretenden acabar con la Constitución de 1991 —que lejos de ser perfecta es bastante buena— para hacerse una a la medida, sin esos molestos derechos y libertades para los ciudadanos, ni esa incómoda separación de poderes.
A la luz del paradigma ideológico de la Nueva Guerra Fría, Uribe y Petro son dos caras de una misma moneda: la del rechazo al modelo de democracia liberal, y la adopción, en cambio, del nacional-populismo. En Colombia el Kremlin no necesita interferir en las elecciones porque, por pura convicción, la población siempre preferirá tipos que rechazan el Estado de derecho, y hacen campaña sucia, con salvajes teorías de la conspiración y un monumental desprecio por la objetividad — aquí no necesitan sabotear la civilización, porque esta nunca llegó en primer lugar.
Si no fuera patético, me parecería hasta tierno que todavía haya gente que vota según el eje izquierda-derecha, como si no hubiéramos visto una y otra vez que cuando se trata de rechazar el modelo de democracia liberal, aunque nominalmente haya partidos en extremos opuestos, sus propuestas, modus operandi y políticas realmente no difieren tanto. Cuando la institucionalidad (proto-)democrática está en juego, el eje izquierda-derecha pierde relevancia.
En la contienda de ayer había dos opciones que, más o menos, se acercaban a defender el modelo de democracia liberal y del Estado de derecho: Sergio Fajardo —por quien voté, en vista de que tenía más posibilidades— y Humberto de la Calle. Pero, como de costumbre en Colombia, la democracia perdió en las urnas.
¿Y para segunda vuelta?
Si bien Duque (Uribe, realmente) y Petro encarnan los mismos vicios antidemocráticos y populistas, hay una diferencia insalvable entre estas dos pésimas opciones: Uribe puede coordinar sectores legales e ilegales al mismo tiempo, y el culto a su personalidad tiene una nada despreciable mayoría simple en el Congreso. Petro no, por lo que una Presidencia del (títere del) primero sería muchísimo más peligrosa que una del segundo. A mí todavía me estremece recordar la oscura época de la “aplanadora uribista”, hará unos 10 años, cuando discrepar del proyecto personalista del señor Uribe era considerado sinónimo de simpatizar con grupos terroristas (!), y oponerse a las tendencias antidemocráticas del tipejo era casi un llamado al ostracismo — de hecho, todavía quedan muchas criaturitas que piensan así.
Tengo la plena certeza de que, de gozar de un poder similar, Petro actuaría igual. Pero no lo tiene — y ese es el punto. Que es preferible que entre Uribe y Petro se pisen las mangueras e impidan —por motivos mezquinos y egoístas— los excesos del otro, a que uno de los dos tenga control sobre dos de los tres poderes públicos. Y Uribe ya maneja el Congreso. Por eso, en segunda vuelta votaré por Petro, con todo el asco que eso me genera; porque es un imperativo moral, y la alternativa atenta contra todas y cada una de las fibras de mi ser.
Dicho lo cual: las mismas encuestas que daban a Duque y Petro como ganadores en primera vuelta señalaban que, en segunda vuelta, Duque vencería a Petro. Y yo no me ando con triunfalismos ni pendejadas parecidas —con la plebitusa ya tuve suficiente para todo lo que me queda de vida—, así que realmente mi voto por Petro será por hacer lo correcto (o lo menos incorrecto) aún cuando sospecho que, una vez más, Colombia elegirá a la peor basura posible.
(imagen: Conexión Capital)
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Publicado en De Avanzada por David Osorio