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Laicismo, el protagonista de la Marcha LGBT en Bogotá

En la XXI Marcha LGBT de Bogotá, que se llevó a cabo el 2 de julio de este año, el lema fue “Estado laico, seres libres” y, en consecuencia, el discurso central estuvo a cargo de Bogotá Atea y la Asociación de Ateos de Bogotá (AAB).

Este fue el discurso [1]:

No puedo enfatizar suficiente lo significativo de que el lema de la marcha haya girado alrededor del Estado laico, y que el espacio del discurso central se le haya ofrecido a las organizaciones que velan por el laicismo.

Esto habría sido impensable hace unos años. En perjuicio de su propia causa, el movimiento LGBTI es integrado en buena medida por creyentes religiosos que siguen siendo esclavos de la manipulación emocional de la Iglesia —es por esto que la propuesta de Germán Rincón Perfetti hace unos años de ‘cortarles los servicios’ a los curas católicos cayó en oídos sordos—. Sé de una ‘líder’ del movimiento LGBTI en Colombia que es una católica fundamentalista a la que no le molestaría la teocracia católica siempre y cuando le respeten sus derechos al matrimonio gay y a adoptar (¡mucha suerte con eso!). Y los activistas serios, como Mauricio Albarracín, si bien dicen apoyar el laicismo, la única forma de conseguir que expresen abiertamente ese apoyo es casi que con tirabuzón —que, digo yo, tratándose de sus convicciones uno esperaría lo hicieran más como acto reflejo—.

La idea no es hacer un memorial de agravios, sino ilustrar el punto: aunque resulta de perogrullo, a muchas personas todavía les cuesta trabajo asimilar que los derechos LGBTI, de las mujeres y de las minorías (no-)religosas sólo tienen cabida en un Estado laico porque son consecuencia del mismo, y que este es una condición sine qua non para aquellos. Incluso después de la Marcha, algunas criaturas fueron a las redes sociales de las asociaciones a lloriquear por, supuestamente, haber usurpado la causa LGBTI para promover la laica, como si la primera no dependiera directamente de la segunda.

Muchos ciudadanos LGBTI todavía hacen gesto de asco cuando uno les recuerda que Colombia es un Estado laico, como si uno les hubiera escupido en la cara en vez de estar ofreciéndoles la herramienta más importante para que defiendan sus derechos. Así que, por supuesto, una Plaza de Bolívar llena de personas a quienes el laicismo les puede significar la diferencia entre tener derechos o seguir siendo ciudadanos de segunda clase es un momento memorable.

Hace menos de un año advertíamos de la teocracia que se avecina en Colombia y por qué el laicismo es lo único que puede prevenirla y, en consecuencia, evitar que Colombia retroceda en materia de derechos sexuales y libertades individuales, logros que no han sido nada fáciles de conseguir. Para mí era claro que los cristianos iban a ganarle la guerra a los LGBTI si estos no empezaban a defender el laicismo como si fuera su propia causa (¡que lo es!)… y no parecía que lo fueran a hacer nunca. Afortunadamente, eso cambió esta semana.

No me gusta el triunfalismo pero que la Marcha del Orgullo haya girado en torno al laicismo es un paso en la dirección correcta. También aprovecho para felicitar tanto a Bogotá Atea como a la Asociación de Ateos de Bogotá porque sortear todos los obstáculos debió requerir de una cantidad apoteósica de paciencia y diplomacia; algo que nunca es fácil. Yo no habría podido hacerlo — me quedo sin palabras cuando tengo que explicarle a quien se ha montado al bus de que “la igualdad es imparable” que la separación del Estado y las iglesias es una garantía de esa igualdad. Me cuesta trabajo ver como aliado a alguien que se niega a entender que la Constitución y los DDHH están por encima de su libro sagrado en todos los casos. Lo dicho: que el laicismo haya sido el protagonista de la Marcha LGBT es un gran logro.

Y, de hecho, fue un éxito: que la Marcha se concentrara en el laicismo dejó ardidos a los traficantes de odio; uno de esos resentidos le hizo un ultimátum a la Marcha (?) exigiéndole que ‘respete’ la fe católica… como si el respeto se exigiera —en vez de ganarse—, como si los LGBTI le rindieran cuentas a él, o como si la ignorancia organizada (católica o de cualquier otra marca) mereciera respeto —en vez de escarnio—. Cuando la Marcha LGBT logra sacarle roncha a los fundalunáticos, uno sabe que están haciendo las cosas bien.

Ojalá sigan por ese camino.

Adenda

1. Sí, el absurdo lenguaje ‘incluyente’ del discurso me hizo rechinar los dientes, pero en momentos como estos es cuando debemos saber elegir nuestras batallas — y es más importante trabajar conjuntamente con la población LGBTI que ponernos en plan de purismo ideológico a desengañarlos de la ridícula doctrina de que el lenguaje crea realidades.

(imagen: Mesa LGBT de Bogotá)

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Publicado en De Avanzada por David Osorio

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