Ayer, la Cámara de Representantes de Colombia nos dio una sorpresa a todos cuando en tercer debate, la Comisión Primera negó la iniciativa legislativa de Viviane Morales para convocar un referendo en el que se sometiera a votación popular si se prohibía la adopción homoparental.
Mis redes sociales se llenaron de júbilo, e invitaciones a celebrar. Simpatizo con el resultado de las votaciones y el espíritu de celebrar que la intolerancia fracasó tanto en aprobar algo ridículo —ya que los derechos no se pueden someter a votación— como en el trampolín político hacia la presidencia de la propia Morales —o, peor, de su macabro esposo Carlos Alonso Lucio—.
Sin embargo, hay una idea que sigue martillando al fondo de mi cabeza y necesito sacarla antes de ponerme a celebrar — no puedo evitar pensar que la iniciativa de Morales pudo haberse detenido muchísimo antes, y evitar que ganara tanta tracción como lo hizo.
La idea tampoco es nueva. La expresé el año pasado cuando advertí que la marcha homofóbica contra Gina Parody y las cartillas de educación sexual se pudo haber evitado:
Ante la convocatoria a la marcha, mi timeline de Twitter se llenó de trinos de personalidades del país recordando que la Iglesia Católica ha protegido pederastas y cuestionando su idoneidad como guía moral de la sociedad… lo que está muy bien. Es sólo que yo no puedo dejar de preguntarme: ¿Dónde ha estado su indignación todo este tiempo?
¿Dónde estaba su indignación cuando la Corte Constitucional dijo que un crucifijo cristiano en su Sala Plena no violaba la libertad de cultos? ¿Dónde han estado Mauricio Albarracín, Pascual Gaviria, Daniel Samper Ospina, Gonzalo Guillén o Pirry —sólo por mencionar algunos de los que pasaron por mi feed en menos de cinco minutos— cuando se destinan recursos públicos para promover la Semana ‘Santa’ católica? ¿Dónde estaba su indignación durante las posesiones del Congreso adornadas con representante de la peste ensotanada?
La lista de cuándos es demasiado extensa para citarla por completo, pero el punto es claro: mientras ellos han tenido tribunas con amplia audiencia a su disposición, han hecho poco o nada para hacer respetar el laicismo, y por cuestionar su continua y constante violación. Si los servidores públicos de Caparrapí supieran que se les arma una tormenta mediática cada vez que siquiera consideran favorecer la religión con su cargo, estas chorradas homofóbicas y teocráticas jamás habrían ocurrido. ¿En serio nadie ha hecho antes la conexión de que erosionar el poder religioso en las instituciones públicas debilita cualquier imposición con la obsesión de turno —aborto, educación sexual, matrimonio, eutanasia, drogas, adopción, etc—?
Darse cita para defender la decencia cada vez que algún político religionista sale con una nueva fantochada discriminatoria —lo que ocurre con bastante frecuencia— puede llegar a ser desgastante. Es preferible cortar por lo sano, hacerle entender a la ciudadanía que la Constitución está por encima de los libros ‘sagrados’ y que las normas de todos no pueden estar sometidas a los caprichos supersticiosos de algunos. Y se puede conseguir sin mayor esfuerzo.
No es sino acostumbrarse a repetir como posesos, en todos los debates y las columnas de opinión: “Colombia es un Estado laico“. Repetirlo tan constantemente como sea necesario, y defender el laicismo en cada instancia. Abrir y cerrar sus argumentos y discusiones con esto. Que a simpatizantes y opositores les quede marcado a fuego que en Colombia, nadie debe someterse al dios de los demás.
No creo que esto suponga un esfuerzo demasiado exigente para nadie. Si se hubiera hecho desde que escribí la primera vez sobre cómo prevenir los embates religionistas, a lo mejor el proyecto de Morales ni siquiera habría llegado ayer a la Cámara de Representantes.
La alternativa es lo que han venido haciendo hasta ahora: depender de que los intolerantes no sepan de aritmética básica para contar sus apoyos en el Congreso, de que el Partido Conservador prefiere la disciplina fiscal a la homofobia, o de que en este momento tenemos un Gobierno relativamente sensato.
Y no es descabellado pensar que un día el fundalunático de turno evitará los errores de sus predecesores, y conseguirá los votos que necesita para amputarle derechos a algún grupo de ciudadanos. Quiero creer que quienes hoy celebran que el referendo de Morales se cayó, tienen claras sus prioridades al respecto, y prefieren dejar de tentar la suerte. Por ahora, me sumo a la celebración.
¡Salud!
(imagen: Bacteria)
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Publicado en De Avanzada por David Osorio