Una de las series que estoy viendo últimamente es Los 100, una novela futurista con un toque de ciencia ficción, que trata sobre un grupo de humanos que viven en una estación espacial porque cien años antes la Tierra sufrió varias explosiones nucleares, haciéndola invivible por un siglo. Ante el inminente agotamiento del oxígeno en la estación espacial, los humanos se ven obligados a enviar a un grupo de 100 personas a la Tierra para que determinen la viabilidad de la vida en el planeta — los enviados son niños menores de 18 años condenados a la correccional juvenil de la estación.
Aunque al principio la serie no parece fuera de lo normal, tiene algunos elementos que me parecen dignos de resaltar, como el hecho de que, siguiendo un poco el camino trazado por Game of Thrones, en cualquier momento puede morir un personaje principal, que los personajes son complejos —con dilemas internos— evitando que sea una confrontación de buenos-buenitos contra malos-malotes, el hecho de que hay varias relaciones afectivas y la orientación sexual no es un asunto relevante —ni siquiera lo mencionan—, y que la protagonista principal no es una mojigata reprimida.
La serie tiene otras cualidades que la hacen interesante para mí, porque muestra cómo sería un mundo sin cosas que hoy en día muchos dan por sentado, o incluso desprecian, como la separación de poderes públicos, el hecho de tener leyes escritas claras y precisas, el valor de cuestionar la autoridad, y la responsabilidad individual —en la serie, en más de una ocasión las personas son juzgadas según el grupo al que pertenecen, en vez de por sus acciones individuales—. También da una buena muestra de lo absurdo que es el racismo, y lo terriblemente absurdo del pacifismo llevado al extremo (principalmente en la tercera temporada).
Aunque lo más llamativo hasta ahora ha sido cómo muestran la religion. [Alerta: a partir de este momento hay SPOILERS]
El arco argumental de la tercera temporada muestra cómo la religión amenaza con destruir la sociedad que Clarke y sus amigos más o menos han conseguido poner a funcionar durante las primeras dos temporadas, a punta de sangre y lágrimas.
En esta ocasión, la religión es la de la Ciudad de la Luz, una tierra prometida a la que se obtiene acceso con una eucaristía en la que, en vez de una oblea, consumen un chip de una inteligencia artificial llamada A.L.I.E, que se apodera de sus mentes y carga en su matriz las conciencias de los seguidores, mientras a ellos les borra todas las experiencias y los recuerdos dolorosos, además de bloquear los neurotransmisores del dolor físico.
A medida que más personas consumen el chip, empiezan a actuar como una turba enfurecida, que no acepta un no por respuesta. En nombre de esa colectividad y de no volver a sentir dolor, los adeptos están más que dispuestos a sacrificarse con tal de que más personas consuman el chip.
Este tipo de extorsión emocional es un modus operandi efectivo para ALIE, y recurre a él varias veces. Por ejemplo, Abby, la médica de la aldea, accede a tomarse el chip para que los creyentes la suelten y pueda tratar a una paciente suya que —controlada por ALIE— se cortó las venas ‘voluntariamente’. Luego, la misma Abby se ofrece alegremente como cordero de sacrificio para extorsionar a sus seres queridos para que acepten el chip.
Guardando las proporciones, ¿cuántas veces no habré oído historias en las que los creyentes recurren a la manipulación emocional de sus familiares ateos? Desde las amenazas con no darles regalos de Navidad hasta llorar y ‘preocuparse’ por el alma del ser querido, todo con tal de que vaya a misa. Aunque en la vida real, la mayoría de casos no sean tan extremos como en la serie, cualquier grado de manipulación emocional está mal. No hay algo así como una cantidad aceptable.
Otro rasgo típico de las religiones que la serie retrata fielmente es el colectivismo. Como mencioné, cada nuevo adepto no sólo hace más fuerte a la inteligencia artificial, sino que esa persona pierde su individualidad, y pasa a ser una herramienta, un medio para conseguir más adeptos. Las personas dejan de importar a nivel individual, y lo disponen todo para uso y beneficio del colectivo, sin importar el costo personal que eso pueda tener.
De nuevo, esto también ocurre en la religión de la vida real, aunque sean cosas que muchas veces parecen normales, o la coerción colectivista no resulte muy evidente. Ocurre en religiones mainstream como en el cristianismo y en el hinduismo, y también en las sectas de garaje.
En la serie, las personas pueden volver a la cordura al remover el chip mediante una sencilla cirugía en la nuca, o un pulso electromagnético que lo destruya sin afectar al paciente. Lamentablemente, en la realidad todavía nos encontramos lejos de librar a las personas de la religión con sólo visitar el quirófano, e incluso hay quienes se ofenden cuando preguntamos cuál es la diferencia entre las creencias religiosas y una enfermedad mental. Curiosamente, ninguno de los ofendidos ha sugerido o señalado una diferencia objetiva entre las creencias religiosas y una enfermedad mental. Y ofenderse (y creer falazmente que millones de personas en el mundo no pueden estar mal o tener todos alguna enfermedad mental) no cambia esos molestos hechos.
Otra cosa más que llamó mi atención es que en Los 100 se pone de manifiesto que la religión juega sucio. Aunque afirman que sólo es para que “el que quiera”, en la serie y en la realidad, la idea es conseguir la mayor cantidad de adeptos y, cuando alcanzan una masa crítica, no aceptan un no por respuesta. En la serie, recurren a la manipulación emocional y la fuerza física —y dicen que todos han decidido ‘voluntariamente’ unirse a la Ciudad de la Luz—. En la vida real jugar sucio es una característica esencial de las religiones: desde la manipulación emocional, hasta condenar a muerte a quienes piensan distinto, pasando por censurar páginas en Internet que ofrezcan visiones alternativas o críticas a la religión, llevar misioneros a lugares donde escasean la educación y los recursos, o pretender que las creencias y los sentimientos religiosos deben gozar de protecciones especiales porque, de alguna forma, son más especiales que otras ideas y otros sentimientos.
La apostasía también es mostrada en la serie. Cuando Raven se da cuenta de que la inteligencia artificial ha borrado todos sus recuerdos de Finn —porque la muerte de su ex es un tema doloroso para ella—, intenta sacarse a ALIE de la cabeza ignorándola y enfocándose en otras cosas, pero esto le exige demasiada energía, por lo que Raven prefiere cortar por lo sano y se le ocurre que un pulso electromagnético conseguiría destruir el chip sin afectar su cerebro. Ante sus intenciones, ALIE intensifica la manipulación emocional y, cuando Raven por fin logra liberarse, la orden que ALIE le da a sus seguidores es la de matarla. En la vida real, en el islam la apostasía se paga con la muerte, mientras que otras supersticiones ponen todo tipo de obstáculos y trabas, o incluso condenan al ostracismo social al apóstata, una forma de castigo muy efectiva cuando las personas comparten religión con la mayoría o la totalidad de sus contactos (como los mormones en Salt Lake City o los miembros del Opus Dei).
Como mencioné, en la serie muestran cómo la religión se vuelve más y más peligrosa para la sociedad a medida que aumenta su número de adeptos y, a mediados de la temporada, consigue destruir el campamento que los protagonistas habían establecido y estaban intentando poner a funcionar.
Sin embargo, la Ciudad de la Luz no es la única religión que muestran en la serie. Cuando el grupo de jóvenes llega a la Tierra se encuentran con que hay poblaciones humanas en lo que ellos consideraban que era un planeta vacío. Existen tres sociedades ‘terrícolas’ diferentes: una de cavernícolas, otra de humanos que viven en la superficie, y una tercera que vive en un búnker (y que desaparece casi totalmente al final de la segunda temporada).
Los ‘terrícolas’ de la superficie se han organizado en 13 clanes distintos, en una sociedad semi-teocrática, que utiliza una versión actualizada de inteligencia artificial —sin entender nada al respecto— para pasar “el espíritu” de los Comandantes Jefe cada vez que un sucesor asume el cargo. En este caso, la religión afecta a una sociedad mucho más tecnológicamente atrasada, y por ello se ven cosas distópicas como el uso de la inteligencia artificial mejorada sin tener idea de lo que significa, o el hecho de que le rindan culto a objetos inanimados y que su mito de creación tome eventos reales y les vaya agregando detalles sobrenaturales hasta conseguir una narrativa completamente distorsionada de la realidad. Además de las religiones mainstream, de alguna forma también cabe una analogía con las religiones nativas americanas o la religión cargo.
La sed de sangre de esta sociedad se relaciona con su mito fundacional y el hecho de que, cien años antes, la creadora de ambas inteligencias artificiales cultivó anticuerpos para resistir la inyección de la segunda IA. Y una pequeña tergiversación, o interpretación sacada de contexto, se ha utilizado durante años para mantener en pie tradiciones extremadamente violentas, absurdas y tribales en el seno de los 13 clanes. De igual forma, la gran mayoría si no todas las tradiciones religiosas del mundo real tienen una obsesión con la sangre que permea y se refleja en otras áreas de las diferentes culturas humanas como el arte, la literatura, la ficción, etc.
Como toda serie de ficción, podemos criticar Los 100 por falta de realismo y por tomarse licencias crerativas con asuntos científicos y tecnológicos. No obstante, recomiendo ver la serie (al menos la tercera temporada) porque aún sin ser perfecta, ofrece insumos para reflexionar sobre lo dañina que es la religión, el peligro que representa para cualquier sociedad y democracia, y cómo se constituye en el mayor obstáculo para el progreso. Sólo por eso vale la pena darle una oportunidad.
(imágenes: Wikipedia y The 100 Wikia)
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Publicado en De Avanzada por David Osorio