El día de la posesión de Donald Trump hubo todo tipo de protestas alrededor del mundo y, por lo visto, muchos de los detractores del nuevo presidente de EEUU comparten con él y sus seguidores una inclinación a la violencia y el caos cuando las cosas no salen como quieren — las imágenes de disturbios en varias ciudades, como Washington, Nueva York y Chicago guardan una similitud impresionante con las marchas y manifestaciones en Colombia, que son una vergüenza, con excesos de parte y parte, garantizando siempre una espiral de violencia.
Y, precisamente, en esa dirección iban las cosas con la posesión de Trump. Para la muestra, mientras el supremacista blanco Richard Spencer estaba siendo entrevistado en las calles de Washington D.C, un manifestante se le acercó y le dio un puñetazo en toda la cara:
Spencer es un tipo impresentable, y las ideas que defiende son risibles en el mejor de los casos, y para echarse a llorar en el peor de ellos. Hay pocas cosas que yo encuentre más repugnantes y repudiables que el racismo y el discurso supremacista. Aún así el puñetazo estuvo mal.
Spencer tiene derecho a pensar y decir lo que quiera sin que ello implique una amenaza para su integridad. “No estoy de acuerdo con lo que dices pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”. Yo pensaba que los motivos por los que el puñetazo estuvo mal eran claros, aunque después de que la bullosa izquierda regresiva defendió el hecho, parece necesario recordarlos.
Lo primero es que todos debemos ser tratados igual ante la ley, independientemente de nuestras opiniones. No puede ser que los derechos de alguien varíen en función de si sostiene las ideas ‘correctas’ o no, porque eso atenta contra la libertad de opinión y de expresión. El rasgo democrático está en garantizar que lo que le permito a mis amigos se lo permito a mis enemigos.
Lo segundo es que recurrir a la violencia es rebajarse a su nivel — porque las malas ideas se combaten con mejores ideas, no con censura (y sí, golpear a alguien por sus ideas es censura). Nos oponemos a que se prohíba el discurso del odio, porque nuestras ideas (la igualdad y la libertad) son superiores, y todas las veces, rotunda y consistentemente, podremos vencerlo.
Por último, aunque no menos importante, es el hecho de que utilizar la violencia contra ellos es legitimarlos. Nada le gustaría más a los neonazis y criaturas similares que tener una excusa para soltar a sus matones y ejercer la violencia — y no estamos muy lejos de que el discurso socialmente aceptable deje de ser la igualdad y empiece a ser el supremacismo. Si hoy no defendemos su libertad de expresión, en ese momento, ¿quién podrá objetar que sean ellos quienes ataquen a los que pensamos distinto?
(Por cierto, Spencer es ateo y desprecia el laicismo. Una muestra más de que no tener amigos imaginarios no garantiza que alguien sea más inteligente ni mejor persona.)
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Publicado en De Avanzada por David Osorio