A mediados de diciembre, durante una visita oficial a Arabia Saudita, la ministra alemana de Defensa, Ursula von der Leyen, vistió pantalones en el palacio del Príncipe Heredero de ese país, Mohammed Bin Salman al-Saud y se negó a ponerse el velo islámico:
Los responsables de protocolo de la Embajada alemana en Riad habían repartido abayas por las habitaciones de hotel de las funcionarias y periodistas que acompañaban a la ministra, pero cuando consultaron si tenían que ponérselo, von der Leyen contestó que cada una debía decidir qué hacer y que por su parte sería aceptable cada opción. «Personalmente», dijo la ministra de 58 años de edad, «respeto por supuesto la cultura y las costumbres de los países a los que viajo y trato de adaptarme, pero en lo referente a la vestimenta hay un límite: yo no me cubro con velo y yo llevo pantalones».
A la ministra no le tosió nadie, pero al resto de las mujeres de la delegación se les insistió en la conveniencia de mantener la corrección por el bien del viaje oficial y se les pidió que se cubrieran al modo árabe, insistencia tras la cual Ursula von der Leyen sentenció que «ninguna mujer de mi delegación debe ser obligada a vestir abaya. Elegir su propia ropa es un derecho que asiste igualmente a los hombres y a las mujeres y me enfada que se las esté presionando en ese sentido». Algunas optaron por seguir los consejos de los diplomáticos y otras vistieron los mismos pantalones que en Berlín y que llevaban en la maleta.
Angela Merkel no me cae particularmente bien, sin embargo, me parece que supo elegir bien a su ministra de Defensa: lo que hizo von der Leyen —defender los derechos de las mujeres a vestirse como quieran; incluso en una pocilga teocrática de medio pelo como Arabia Saudita— es digno y merece ser reconocido.
En vez de la pusilánime y autoritaria postura de desconocer los derechos humanos para no ‘ofender’ una cultura, von der Leyen hizo lo correcto.
El fin de semana, un episodio parecido ocurrió con una delegación oficial española que acompañaba al rey Felipe VI en una visita Arabia Saudita. En este caso, la protagonista fue la secretaria de Estado de Comercio, María Luisa Poncela, quien portó una minifalda durante la visita:
Poncela no vestía la abaya, la túnica negra que llevan las mujeres del Reino del Desierto y que sus autoridades recomiendan -por usar un eufemismo- ponerse a todas las extranjeras que acuden al país. Y, en su lugar, participó en encuentros como el de Don Felipe con los ministros de Comercio e Inversiones y de Finanzas de Arabia Saudí con un llamativo vestido minifaldero, de estampados grises y color vino.
La secretaria de Estado ni siquiera se cubrió la cabeza con el velo, algo que sí suelen hacer la mayoría de las mujeres dirigentes que acuden en visita oficial a Riad. Fuentes oficiales de su Departamento señalaron a este diario que Poncela consideró que esa convención se refiere exclusivamente al momento en el que las mujeres salen al exterior, por lo que nunca se sintió obligada a usar la túnica mientras se encontró en el interior del edificio.
Aunque algunos medios han dicho que es una “polémica“, parece que el gobierno de Arabia Saudita no manifestó incomodidad ni molestia en ninguno de los dos casos. No sé qué podrá tener de polémico una visita oficial en la que no hay reproche de ningún tipo: por encima de la ‘cultura de un país’ —y debemos recordar que esta, realmente, es la cultura de una monarquía absoluta y tiránica, y no necesariamente la de su pueblo oprimido— están los derechos humanos.
Y ya que las propias ciudadanas del país no pueden ejercer libremente la totalidad de sus derechos humanos (como tampoco pueden las turistas), no está de más que al menos las visitantes occidentales en delegaciones oficiales desafíen el machismo mahometano ejerciendo los suyos.
Kudos para ellas.
(vía Jesús M. Pérez | imagen: Wikimedia Commons)
____
Publicado en De Avanzada por David Osorio