Quienes han leído El espejismo de dios de Richard Dawkins seguramente están familiarizados con la comparación entre creencias religiosas y enfermedades mentales — de hecho, el título original del libro habla del delirio de dios, que fue traducido más benévolamente como “espejismo”.
Y el punto de Dawkins es bastante válido: ¿qué diferencia objetiva existe entre una creencia religiosa y una enfermedad mental? En estos días, Nathaniel P. Morris escribió un artículo en Scientific American haciéndose esa misma pregunta:
Mis colegas y yo a menudo cuidamos de pacientes que sufren de alucinaciones, hacen profecías, y afirman hablar con Dios, entre otros síntomas — en la atención de salud mental, a veces es muy difícil distinguir la creencia religiosa de la enfermedad mental.
Parte de esto es porque la clasificación de la enfermedad mental a menudo se basa en criterios subjetivos. No podemos diagnosticar muchas condiciones de salud mental con escáneres cerebrales o análisis de sangre. Nuestras conclusiones frecuentemente se derivan de los comportamientos que vemos ante nosotros.
Tomemos el ejemplo de un hombre que entra a urgencias, murmurando incoherencias. Dice que escucha voces en su cabeza, pero insiste en que no hay nada malo con él. No ha usado drogas ni alcohol. Si hubiera sido evaluado por profesionales de la salud mental, existe una buena probabilidad de que se le diagnostique un trastorno psicótico como la esquizofrenia.
Pero, ¿y si ese mismo hombre fuera profundamente religioso? ¿Y si su incomprensible lenguaje fuera hablar en lenguas? ¿Y si el pudiera escuchar a Jesús hablando con él? También podría insistir en que no había nada malo con él. Después de todo, está practicando su fe.
[…]
“¿Dónde está la línea entre la fe y el delirio? ¿Entre la malicia y la enfermedad mental?”
Estas son preguntas difíciles. Las prácticas de la Cienciología y el fundamentalismo mormón están lejos de ser los únicos ejemplos de esta línea tan ofuscada entre la religión y el cuidado en salud mental. Prácticamente todas las religiones tienen creencias y rituales inusuales, desde consumir la carne y la sangre de Cristo en el catolicismo hasta el ayuno como una forma de expiar los pecados en el judaísmo.
Morris cita el caso de Utah v. Lafferty en el que se juzga a Dan y Ron Lafferty, dos mormones, por asesinar a una mujer y un niño en 1984: mientras la defensa de Ron Lafferty afirma que es una persona con problemas de salud mental atemorizado por la idea de que un espíritu homosexual trate de invadir su cuerpo a través de su ano (?), la Fiscalía ha argumentado que debería recibir la pena de muerte porque esas ideas hacen parte de sus creencias religiosas.
Y el punto es ese: no hay una diferencia objetiva entre creencias religiosas y enfermedad mental — a nadie se le tendría especial consideración si cometiera un delito afirmando que así lo exige su profunda creencia en Supermán, Los Pitufos o Harry Potter, y la religión no debería ser ninguna excepción. Mientras una religión no pueda explicar objetivamente cómo es que sus creencias se distinguen de una enfermedad mental, debe tratársele como tal.
Mantener la artificiosa y forzada distinción entre religión y enfermedad mental no hace sino poner en riesgo a las personas que necesitan atención en salud mental y los cuerdos que los rodean.
(imagen: South Park Studios)
____
Publicado en De Avanzada por David Osorio