En los últimos años, el número de investigadores por cada mil personas entre la población económicamente activa en Colombia ha disminuido drásticamente.
En Razón Pública, Iván Hernández ofrece los datos en contexto:
Esto nos pone en niveles que están muy por debajo de Argentina, Chile, Brasil y Uruguay. Incluso países como Ecuador y Venezuela nos están sobrepasando. Si se tiene en cuenta el tamaño de la economía y de la población del país, el aporte de nuestros investigadores debería ser dos o tres veces el magro 0,2 por ciento que aportamos actualmente a las publicaciones científicas globales.
Por cada científico que hay en Colombia existen dos o incluso tres habitantes que, con condiciones adecuadas, podrían dedicarse a la ciencia. Sin embargo, estos colombianos seguramente se encuentran empleados en otros sectores, están subempleados o desempleados. Y todo esto sin hablar del enorme potencial perdido por la exportación o fuga de cerebros.
¿Cuáles son las condiciones que hemos dado al trabajo creativo e intelectual para que hoy sea tan poco atractivo? Si quiero ser científico(a) en Colombia, ¿hay de dónde?, ¿hay con quién?, y, sobre todo, ¿cuál es la motivación para serlo?
Tomando un reciente informe del Observatorio de Ciencia y Tecnología de Colombia, Hernández ofrece dos hipótesis para explicar el atraso del sistema de ciencia del país. La primera hipótesis es que “no hay de dónde ni con quién hacer ciencia, pues se están viendo el agotamiento y la salida de recursos financieros y humanos”. La segunda hipótesis apunta a que “no hay un propósito regional ni nacional para atraer talento” y que, además, hay una gran brecha interregional, que impide aprovechar el talento existente.
En vista de que ambas hipótesis no son mutuamente excluyentes, no es descabellado afirmar que pueden ser complementarias: no sólo no hay el talento, sino que este es espantado activamente en el país.
Yo agregaría, además, que la cultura colombiana es tremendamente anticientífica: en Colombia la ciencia y la investigación son vistas con desconfianza, desdén y desprecio. Al colombiano promedio no le gusta que desafíen sus creencias, ni está por la labor de confirmar si son ciertas (o falsas); mucho menos se preocupa por tener creencias y opiniones basadas en la evidencia.
Esto afecta toda la empresa científica y las disciplinas con las que se retroalimenta, como lo demuestra el lamentable estado de la ciencia ficción en el país. Es triste, aunque tampoco es que la noticia sea una sorpresa: lo raro sería que la ciencia prosperara en Colombia.
(imagen: Alex Proimos)
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Publicado en De Avanzada por David Osorio