Esta semana conocimos el caso de Adrián Hinojosa, que recibió un montón de amor animalista por tener los gustos ‘equivocados’:
Mensajes ofensivos ha recibido Adrián Hinojosa, un niño español de ocho años con cáncer cuyo deseo es ser torero. La intolerancia llegó al punto de que algunos deseen, incluso, su muerte.
Antitaurinos no le perdonan que Adrián quiera salir al ruedo en traje de luces y enfrentar a un toro de lidia. Pero no son todos.
“Yo no voy a ser políticamente correcta. Que se muera, que se muera ya. Un niño enfermo que quiere curarse para matar a herbívoros inocentes y sanos que también quieren vivir. Anda yaaaa! Adrián, vas a morir”, escribió Aizpea Etxezarraga.
La situación escaló hasta el punto de que la Fundación del Toro de Lidia tuvo que denunciar a quienes le enviaron amenazas al niño.
Otro caso de misantropía antitaurina, la muy popular postura de odiar seres humanos en nombre del amor a los animales, los toros en particular. Lamentablemente, abundan los ejemplos — es que ni siquiera está fresca la tinta del obituario de Víctor Barrio.
Cuando defiendo el antropocentrismo como fuente de ética me dicen que estoy apelando a ejemplos marginales, que no ocurren muy seguido. El hecho de que cada tantos meses sepamos de una persona cuya vida vale menos que nada para los animalistas (que ya sé, que no son todos), pone de relieve que los casos no tienen nada de marginal.
Está bien que a uno no le guste la tauromaquia —a mí no me gusta— pero eso no justifica las amenazas y el matoneo a un niño (o cualquier otro ser humano, de hecho). Si te preocupas por la vida animal, te preocupas por toda ella —humanos incluidos—; si sólo te preocupa la de los animales y crees que eso hace prescindible la vida humana en un contexto comparativo, lo tuyo es misantropía.
Quienes pretenden prohibir la tauromaquia porque “incita a la violencia“ no parecen terriblemente preocupados cuando se incita a la violencia desde su tribuna. Vea pues.
(imagen: Twitter)
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Publicado en De Avanzada por David Osorio