El fin de semana, Héctor Riveros aprovechó su tribuna en La Silla Vacía para regañar a la Iglesia por ‘abstenerse’ de comentarle a sus feligreses sobre cómo votar el plebiscito del proceso de ‘paz’ que el Gobierno adelanta con las Farc:
Por la naturaleza de la decisión y el tipo de pregunta que nos harán es que suena raro que la Iglesia católica institucionalmente hablando haya renunciado a asumir lo que se presume es su misión: ser guía ético y espiritual de quienes decidan pertenecer a esa iglesia. La Conferencia episcopal publicó un comunicado en que anuncia que “de ninguna manera, la iglesia católica induce a los colombianos a votar por el Sí o por el No en el plebiscito“.
¡Vaya, vaya!, cuando más necesitamos los colombianos que nos ayuden a distinguir entre lo que está bien de lo que está mal, entre lo justo y lo injusto, los que se autoproclaman como guías espirituales deciden abandonar a sus feligreses.
Esa actitud de los jerarcas de la iglesia católica reveló el que a mi juicio es el gran equívoco sobre el plebiscito: quienes se autocalifican como líderes en la sociedad creen que se trata de un asunto político, incluso partidista y desconocen que se trata de un asunto esencialmente ético, que por tanto se resuelve individualmente y que los ciudadanos van a seguir más a sus referentes éticos que a sus referentes políticos.
Es increíble cómo Riveros puede estar equivocado en tantos niveles al mismo tiempo.
Primero, porque esto es lo que se le debe exigir —sí, exigir— a la Iglesia siempre: que no se entrometa en asuntos políticos. Colombia es un Estado laico y, como tal, la Iglesia no tiene por qué tener voz (que puede traducir en votos de sus borregos) en ninguna decisión política. Todo el tiempo, el proceso de ‘paz’ ha estado infectado de privilegio religioso, concediéndole gabelas a la Iglesia y violando repetidamente el laicismo. ¿Cómo es posible que a alguien que dice preocuparse por la ética le traiga sin cuidado el respeto de los no-creyentes (y no-católicos)? ¿Todo con tal de que gane el Sí? Pues si el fin justifica los medios, tal vez él no es tan diferente de la gente que está promoviendo votar por el No.
¿Acaso Riveros ya se olvidó de los eventos de la semana pasada? La constante violación del laicismo y seguir concediéndole poder político a la religión —en vez de erosionarlo cada vez más— resultó en la pusilánime y cobarde sumisión del Presidente ante la Conferencia Episcopal, que consiguió impedir que se le enseñe a los niños a no matonear a sus congéneres por razones de sexo, género u orientación sexual.
Segundo, y los que dicen que nunca le concedo nada a la Iglesia, tal vez quieran tomar nota: esta vez, la Iglesia hizo lo correcto y se abstuvo de entrometerse en política… por supuesto, no lo hicieron porque hayan madurado en ocho días y hayan aceptado el principio civilizador del laicismo, sino porque la abstensión es su mejor apuesta en este momento. Gane quien gane se evitan futuros rencores y el resultado les trae sin cuidado, pues no afecta directamente sus intereses. Apoyar el Sí o el No sería jugar parte de su capital político en una apuesta que no les representa ningún beneficio. Que hagan lo correcto no significa que no lo hagan por las razones equivocadas.
Tercero, el plebiscito sí es una decisión política porque cualquiera que sea el resultado alterará las políticas públicas y la administración de justicia del país; incluso podría acabar con todo un partido político (razón suficiente para votar por el Sí, dicho sea de paso).
Cuarto, si creen que en nombre de la ‘paz’ vale la pena sacrificar el derecho a la igualdad de budistas, musulmanes, sikhs, ateos, agnósticos y “espirituales”, esa “paz” no vale la pena — seguir tratando a las minorías religiosas y no-religiosas como ciudadanos de segunda clase es perpetuar la guerra. Y mal que les pese a los del “todo vale por el Sí”, la diversidad religiosa es una de las garantías de la paz y, ¿en qué mundo hay diversidad religiosa si se privilegia a una superstición por encima de las demás?
Habrá paz —verdadera paz— cuando los dogmas se queden en los templos y los clérigos dejen de llamar a marchas u opinar sobre los derechos y las libertades ajenas. Pedirle a la Iglesia que se entrometa es casi como ir y votar directamente por el “No”.
Quinto, ya que Riveros está tan interesado en moralizar el asunto, igual va y vota Alejandro Ordóñez para Presidente 2018. Él también quiere la intromisión religiosa en la política pública y cree que esto va sobre el bien y sobre el mal. Porque uno no puede abrazar el laicismo cuando conviene, y rechazarlo cuando es inconveniente — si Riveros considera que esta vez la intromisión de la Iglesia no sería tan mala, no le parece mala nunca. Así funcionan los principios.
(imagen: La Silla Vacía)
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Publicado en De Avanzada por David Osorio