En Los ángeles que llevamos dentro de Steven Pinker el siguiente fragmento llamó poderosamente mi atención (pág. 546):
Archer observó que en los países donde las mujeres están mejor representadas en el gobierno y el mundo profesional, y donde ganan una porción mayor de los ingresos, es menos probable que se encuentren en el extremo receptor del abuso conyugal. Asimismo, las culturas clasificadas como más individualistas, en las que las personas sienten que tienen el derecho de luchar por sus objetivos, muestran, en términos relativos, menos violencia doméstica contra las mujeres que las culturas clasificadas como colectivistas, en las que las personas sienten que forman parte de una comunidad cuyos intereses gozan de prioridad sobre los intereses personales. Estas correlaciones no demuestran causalidad, sino que concuerdan con la sugerencia de que el declive de la violencia contra las mujeres en Occidente se ha visto propiciado por una mentalidad humanista que eleva los derechos de las personas individuales por encima de las tradiciones de la comunidad, y que adopta cada vez más las perspectivas de las mujeres.
Llamó la atención por dos motivos — primero, porque quienes repudian el individualismo no se dan cuenta que la alternativa, el colectivismo, es intrínsecamente peor, porque reduce su valía como seres humanos a lo que sea que puedan aportarle a su comunidad (y la disidencia o la oposición son vistas como traiciones a la misma).
También me llamó la atención porque hay una cantidad nada despreciable de proyectos e ideas que dicen propender por los derechos de las mujeres —o la igualdad— que, sin embargo, tienen enfoques condenadamente colectivistas, como el falso mantra de que la violación es sobre poder (y no sobre sexo), las propuestas para prohibir la prostitución, la censura de la pornografía, la licencia de maternidad, la disparidad pensional o las cuotas electorales.
Irónico, por decir lo menos.
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Publicado en De Avanzada por David Osorio
