Uno de los sellos característicos de la izquierda autoritaria es su tendencia a censurar a las personas, con cualquier excusa — en su deprimente y distorsionada comprensión de la realidad, sólo hay cabida para las ideas ‘correctas’. Buena parte de este cáncer se ha extendido a los temas sobre derechos, así que no es infrecuente encontrar personas diciendo, por ejemplo, que los hombres no tenemos derecho a opinar sobre el aborto.
Esto es una ridiculez de proporciones galácticas, pues todos podemos tener opiniones sobre cualquier tema y, además, tenemos el derecho a expresar esas opiniones tan fuerte y frecuentemente como queramos. Limitar los temas sobre los que puedo expresar puntos de vista con base en mis rasgos biológicos es caer en la misma discriminación de los racistas y sexistas de toda la vida — si a alguien no le gusta que el dueño de un pene hable —en cualquier sentido— sobre el aborto, de malas.
Realmente podría dejarlo ahí, y el argumento está completo; sin embargo, vamos a aprovechar para examinar esta pataleta sexista.
Quienes insisten que los hombres no tenemos derecho a opinar sobre el aborto, parecen basar su apología de la censura en la creencia de que los hombres no podríamos entender el problema en vista de que no llevamos fetos en el vientre, no tenemos mensturación, y tampoco sentimos los efectos del embarazo en el día a día. Pero el estatus legal del aborto también afecta a los hombres —que, de nuevo, no es que eso confiera o niegue legitimidad para opinar—:
Decir que el aborto es un asunto de mujeres, o que son las únicas que pueden tener opiniones al respecto ya que soportan la mayor parte de las consecuencias, es pasar por alto un gran impacto social. Los hombres tienen madres, hermanas, amigas y parejas sexuales se verían afectadas por la legalidad del aborto; algunos hombres que no desean ser padres sin duda son afectados por las leyes de aborto, así como los hombres que desean convertirse en padres podrían serlo.
Y resulta que todos entendemos los argumentos a favor y en contra del aborto, independientemente de si hemos tenido períodos menstruales o no — la ausencia de los rasgos biológicos ‘adecuados’ jamás ha hecho que nadie se pierda en un debate sobre aborto como si estuvieran hablando en chino básico. Y eso es por una razón muy sencilla: las opiniones sobre el aborto no son impulsadas por el sexo de cada uno, sino por las estrategias sexuales de cada uno, algo que tenemos todos los individuos de la raza humana, independientemente de nuestro sexo.
Y es que esta idea de que uno sólo pueda opinar sobre los temas que lo afectan directamente es tonta como ella sola, por dos motivos: el primero, es la empatía y la solidaridad — yo no necesito ser afectado por el clasismo o la homofobia para entender que discriminar a alguien por los recursos que tiene o por su orientación sexual está mal y que no lo tolero, aún si no soy yo a quien están discriminando.
El segundo es aún más contundente: es que sí me afecta. Alguna vez, un amigo me preguntó por qué me preocupaban tanto los derechos LGBTI si soy heterosexual. La respuesta no se hizo esperar — vivo en esta sociedad, y cuando sus políticas públicas discriminan por rasgos biológicos o por orientación sexual, eso nos concierne a todos, porque negarle derechos a un grupo de ciudadanos con base en características elegidas de manera arbitraria significa que en cualquier momento pueden venir por cualquiera de nosotros, por las razones más soberanamente absurdas que uno se pueda imaginar —que usa gafas, que tiene ojos azules, que es AB+, que no le gusta usar corbata, que es gay, que es ateo, que es budista, que es asexual—.
Que hoy en día se discrimine a los LGBTI (y a mujeres, afros, solteros, pobres, etc.) sólo es un accidente histórico; cualquiera de nosotros podría ser el discriminado y eso, como sociedad, nos rebaja a todos. Así que sí me afecta, porque quiero vivir en una sociedad realmente abierta e igualitaria y, precisamente porque no soporto que se discrimine por rasgos biológicos, no voy a dejar de decir lo que pienso sobre ningún tema.
No necesito ser negro para rechazar el racismo, no necesito ser gay para rechazar la homofobia, no necesito ser musulmán para rechazar la intolerancia antimusulmana, y no necesito ser mujer para apoyar el aborto. En resumen: no necesito pertenecer a un grupo discriminado para rechazar la discriminación — cómo puede asumir ese autoritarismo alguien que dice defender derechos me supera.
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Publicado en De Avanzada por David Osorio