Algunas personas —los acomodacionistas— insisten que la ciencia y la religión no son mutuamente excluyentes y que pueden coexistir.
Por ejemplo, para ellos es completamente plausible aceptar la evolución y la existencia de dios al tiempo. Es lo que se llama “evolución teísta”, pero al aceptar esta idea se sacrifica la ciencia en pos de la ideología.
Jerry Coyne explica los tres principales problemas de la evolución teísta:
En primer lugar, todo el concepto, ya sea del tipo “la pone en movimiento” o “intervención constante”, invoca la intervención de Dios, una violación del naturalismo. Y es una violación de la que no hay evidencia científica, por lo que de inmediato tenemos una mezcla de ciencia basada en la evidencia y fe basada en la revelación. Es como si le explicáramos la física a los escépticos religiosos diciendo que sí, la ley de la gravedad mantiene a los planetas en órbita alrededor del Sol, pero la mano de Dios permite que eso ocurra (“física teísta”). La única razón por la que no tenemos física teísta, o química teísta, es que ni la química ni la física violan las Escrituras o atacan la idea de que los seres humanos somos la creación especial de Dios.
En segundo lugar, estas teorías son todas teleológicas, invocando una direccionalidad al proceso evolutivo: “hacia arriba” al Homo sapiens. Sin embargo, no hay la más mínima evidencia de dicha orientación teleológica: por lo que podemos ver, las mutaciones son al azar (y casi siempre neutras, sin efectos sobre la aptitud, o nocivas), la evolución parece operar en cualquier dirección que confiera ventaja reproductiva, incluso si eso te hace menos complejo (la tenias, al volverse parasitarias, han perdido su sistema digestivo y la mayoría de su sistema reproductivo). Y luego está el desperdicio de la evolución y la selección natural: los miles de individuos que mueren una muerte dolorosa, y el 99% o más de los linajes que se extinguieron sin dejar descendientes. ¿Por qué Dios lo hizo de esa manera? Los teístas no tienen respuesta, excepto invocar el misterio de los caminos de Dios. Pero si los caminos de Dios son tan misteriosos, ¿cómo saben que Dios es bueno, o poderoso — o algo?
Por último, una de las grandes maravillas de la evolución es el hecho de que un proceso sin propósito, sin sentido, la selección natural, condujo las maravillosas adaptaciones que vemos en las plantas y los animales — adaptaciones que, antes de Darwin, constituían una fuerte evidencia de la existencia de Dios. Después de todo, antes de Darwin qué otra explicación teníamos para estas adaptaciones? Pero Darwin y Wallace, en un duro golpe, disiparon la evidencia más fuerte que teníamos de Dios desde la “teología natural”, lo que demuestra que la diversidad de la vida podría ser explicada por la sencilla clasificación de variación hereditaria en las poblaciones.
Este hecho es lo que hace a la evolución tan maravillosa: que cuando ves una ardilla, una secuoya, o un tiburón, te das cuenta de que estas fantásticamente intrincadas criaturas son los productos de la evolución durante millones de años, que empezó únicamente con unas pocas moléculas inanimadas, y que nada la guió salvo las exigencias del entorno. Hay una razón por la que Darwin la llamó “selección natural” en lugar de “selección sobrenatural”.
(imagen: Vector Open Stock)
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Publicado en De Avanzada por David Osorio