Cuando se señala que masacres como la de París, Bruselas u Orlando se pueden vincular directamente al libro sagrado de una religión, muchos creyentes —e incluso ateos posmodernos— dicen que ese no es el verdadero sentido del texto, o que quien comete atrocidades con base en la Biblia o el Corán hace una “mala interpretación de los textos”. Incluso hay una iniciativa para hacer un Corán ‘bueno’ que, en realidad, será un ejercicio de gimnasia mental impresionante para que el libro diga lo que no dice.
Y la cuestión es muy sencilla; los libros religiosos no son susceptibles de interpretación — así lo explicó Raúl Buendía en Facebook:
La interpretación de un texto se da cuando este es oscuro en su literalidad, por lo cual se requiere acudir al contexto o a los principios que le asisten como motivación. En otras ocasiones, y más tratándose de libros normativos antiguos, la interpretación se sustenta en que los cambios en las sociedades provocan que ya no sean aplicables debido a que se quedan desfasadas, lo que obliga a interpretarlas o a cambiarlas para que cumplan los fines para las cuales fueron emitidas.
Sin embargo, ¿por qué se supone que un libro sagrado, inspirado por el mismo Espíritu Santo, se vería afectado de igual forma que cualquier texto escrito por cualquier persona en el mundo en cualquier momento? De verdad, nos van a sostener que dios dictó su obra magna de tal forma que perdería coherencia con el paso de tiempo, o con metáforas que se prestarían a confusión según quien las interpretara? Si ese libro es lo mejor que pudo hacer un dios, entonces ser dios le representa dificultades y limitaciones muy humanas para escribir o para inspirar la escritura.
El Levítico 20:13 y de la Sura 7:80-84 están bastante lejos de ser oscuros en su literalidad — es más, en ambos casos queda clarísimo que prescriben el asesinato de homosexuales.
Entiendo que muchas personas recurran a la excusa de la interpretación ‘errónea’ para no hacer sentir mal a los creyentes, pero es que cada quién responde por sus propios sentimientos — que a algunos creyentes les resulte doloroso ponerse en el predicamento de cuestionar los principios de su fe no es culpa de nadie más.
Y lo contrario también es cierto: quien insiste en la interpretación ‘errónea’ y les da la respuesta reconfortante y políticamente correcta para ahorrarles la molestia, sí conlleva responsabilidad pues, por pequeñas que sean, todas las mentiras cuestan.
En este momento, negar que los libros ‘sagrados’ y las religiones en general tienen enseñanzas homofóbicas, sexistas e intolerantes impide tener una conversación honesta sobre las causas de buena parte del sufrimiento humano y tomar acciones efectivas para prevenirlo.
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Publicado en De Avanzada por David Osorio