Estas semanas la Corte Constitucional ha recibido críticas muy agudas por su ridícula decisión de mantener el crucifijo de la Sala Plena, aduciendo razones que rayan en lo absurdo — El Espectador criticó la decisión en un editorial.
Este martes, ese diario publicó una carta enviada por la lectora Leila Delgado Almanza, donde explica por qué Colombia debe ser un Estado laico de verdad — reproduzco en su totalidad esta oda al muy escaso sentido común, en la que su autora pide que El Espectador se comprometa en serio con el laicismo:
No solo en la Corte Constitucional la presencia de crucifijos y otras imágenes religiosas especialmente católicas es ostensible. Las otras confesiones religiosas no rinden cultos por lo general a imágenes. Pero son parte del paisaje colombiano las múltiples imágenes católicas: en las aulas de los colegios; las habitaciones de clínicas y hospitales, las oficinas públicas de Alcaldías, Gobernaciones, Ministerios, los despachos judiciales, desde juzgados promiscuos hasta altos tribunales. Altares e imágenes de todas las advocaciones de María se ven por carreteras y calles. Y cruces donde se supone hubo accidentes fatales. Capillas erigidas para el culto católico en edificios oficiales, colegios, clínicas y cementerios.
A lo anterior añadimos la obligación de primeras comuniones en casi todos los colegios. El proselitismo católico en la cátedra de religión que no presenta las doctrinas comparativamente al libre examen del alumno. El juramento para la posesión de funcionarios públicos. La novena de navidad en los lugares de trabajo y en los parques públicos. Las misas campales en plazas y plazoletas que no siempre terminan en prohibición como el caso del padre Chucho. La manifestación expresa de las autoridades de su confesión religiosa. El te deum en las celebraciones patrias. Las capillas y capellanes con salario oficial en guarniciones militares, colegios y universidades. Profesores sacerdotes, hermanos y monjas con hábitos que adoctrinan con salario oficial.
Por supuesto el catolicismo dominante de la autoridad permea las decisiones de política pública, caso de la interrupción del embarazo, la adopción y matrimonio de personas LGBTI, entre otras.
Una verdadera separación entre Estado e iglesia que garantice la libertad de cultos consagrada en la Constitución, exige un Estado laico, como en Francia, en donde no se reconoce, ni paga salarios, ni subvenciona ningún culto.
Los empleados públicos no pueden llevar muestras visibles de símbolos y vestimentas que identifiquen su pertenencia a un credo particular: el velo islámico, la kipa judía, la cruz, grandes turbantes de los sij solo pueden aparecer en los lugares cerrados consagrados al respectivo culto.
Todo lo anterior, obliga a extender la posición de El Espectador de descolgar el crucifijo de la Corte Constitucional a la exigencia de formalizar el Estado laico en Colombia que defienda la libertad de cultos, en donde cada cual profese el que quiera, que no constriñan los derechos de las otras concepciones y de las personas no creyentes o ateas.
Una religión mayoritaria con expresiones ostensibles apoyadas oficialmente, atenta contra las minorías, cuando no las discrimina. Discriminación y maltrato psicológico reciben los niños hijos de familias no católicas que llegada la hora de definir su participación en un acto religioso católico deben quedarse aislados en su aula, en el mejor de los casos. O el ateo que cuando da a conocer su postura se le mira como apestado y proclive a los peores crímenes.
Wow! Ella resumió con palabras sencillas lo que aquí cronicamos como el pan de cada día y que se niega a entrar en las cabecitas de las autoridades (y de Magistrados supuestamente preparados).
A ver si El Espectador recoge la invitación que les hace Leila… (ustedes también pueden escribir sus propias cartas exhortando a que El Espectador tome una postura más comprometida con el laicismo)
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Publicado en De Avanzada por David Osorio