El martes, la revista francesa La Croix publicó una entrevista al papa Francisco, en la que este hizo algunos comentarios sorprendentes sobre el laicismo:
La importancia del islam en Francia hoy, como las bases históricas cristianas de la nación, plantea preguntas recurrentes sobre el lugar de la religión en la esfera pública. ¿Cómo caracterizaría una forma positiva de la laicidad (Editor: ‘laicidad’ se refiere al sistema francés de separación de Iglesia y Estado)?
Papa Francisco: Los estados deben ser laicos. Los estados confesionales terminan mal. Eso va a contrapelo de la Historia. Creo que una versión de la laicidad acompañada de una ley sólida que garantice la libertad religiosa ofrece un marco para el futuro. Todos somos iguales como hijos (e hijas) de Dios y con nuestra dignidad personal. Sin embargo, todo el mundo debe tener la libertad para exteriorizar su propia fe. Si una mujer musulmana quiere llevar un velo, debe poder hacerlo. Del mismo modo, si un católico desea llevar una cruz. La gente debe tener la libertad de profesar su fe en el corazón de su propia cultura, no sólo en sus márgenes.
La crítica modesta que me gustaría hacerle a Francia en este sentido es que exagera en la laicidad. Esto surge de una manera de considerar las religiones como subculturas en lugar de culturas de pleno derecho en sí mismas. Me temo que este enfoque, que es comprensible como parte de la herencia de la Ilustración, sigue existiendo. Francia necesita dar un paso adelante en este ámbito con el fin de aceptar que la apertura a la trascendencia es un derecho para todos.
En un ambiente laico, ¿cómo deberían los católicos defender sus inquietudes sobre cuestiones sociales como la eutanasia o el matrimonio entre personas del mismo sexo?
Papa Francisco: Corresponde al Parlamento discutir, argumentar, explicar, razonar [estas cuestiones]. Así es como crece una sociedad.
Sin embargo, una vez que una ley haya sido aprobada, el estado debe también respetar la conciencia [de la gente]. El derecho a la objeción de conciencia debe ser reconocido dentro de cada estructura legal porque es un derecho humano. Incluso para un funcionario del gobierno, que es una persona humana. El estado también debe tener en cuenta la crítica. Eso sería una forma genuina de laicidad.
Lo que parece sorpresivo es que el Papa suene tan progresista en comparación con el católico promedio. Seguramente a Alejandro Ordóñez le daría un infarto de leer las palabras de Francisco.
Pero, como suele suceder con el carismático papa Frank, el diablo está en los detalles. Allá, en Francia, donde el laicismo es tan fuerte que hasta tiene un nombre especial (“laicidad”) Francisco está abogando por el laicismo común y corriente, del cual reniega en países más retrógrados.
Si leemos bien, Francisco realmente está pidiendo que le bajen al laicismo — seguramente en su visita programada a Colombia saldrá con una retórica aún más bárbara. Y no sería de extrañar; es el modus operandi de las religiones: piden libertad religiosa donde no tienen poder, pero la niegan allá donde lo tienen.
Precisamente por eso insistió ad náuseam sobre la objeción de conciencia: para los religionistas, “libertad de cultos” es un eufemismo para evadir la ley y, precisamente eso fue lo que pidió Francisco. “Ohh, sí, por supuesto, aquí rige el imperio de la ley, pero como tú tienes un amigo imaginario, entonces podrás incumplirla”. Es como decir que un médico testigo de Jehová podrá excusarse de su obligación y no tendrá que hacer transfusiones de sangre, y que un juez nuwaubiano podrá negarse a casar a una pareja blanca. Esto de la objeción de conciencia es una peligrosa pendiente resbaladiza.
Si hay un aspecto de tu religión que choca con tu profesión, tienes que elegir una y renunciar a la otra, pero no se puede tener las dos al tiempo.
(imagen: Catholic Church England and Wales)
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Publicado en De Avanzada por David Osorio