Hace un año conocimos la historia de Martin Stendal, el predicador cristiano que ha aprovechado el conflicto colombiano para predar de todas las personas emocionalmente vulnerables que este deja y reclutarlas en su superstición — el negocio ha resultado lucrativo y viene con el añadido de una red de contactos que le garantiza impunidad en todo lo que hace.
Esta semana Stendal reapareció en La Habana… con su propio yate:
A bordo de su yate de 50 pies anclado en la Marina Hemingway en las afueras de la capital cubana, Stendal dice que su participación no tiene nada que ver con el síndrome de Estocolmo, sino más bien a su creencia de que puede “desarmar los corazones”.
Stendal no ha jugado una parte directa en las conversaciones de paz, que describe su papel como la de un “guía espiritual” para el grupo rebelde.
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La mesa de madera pulida está llena de Biblias en inglés y español, así como varios libros sobre el pensamiento cristiano escritos por Stendhal, conocido como Russ para los amigos en inglés y Martin en español.
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Stendal no adhiere a ninguna secta religiosa en particular. Fundó una iglesia llamada Colombia para Cristo y está estrechamente vinculado a un grupo llamado La Voz de los Mártires, una organización interdenominacional sin ánimo de lucro que ayuda a “los cristianos perseguidos” en todo el mundo.
Pero sus experiencias en Colombia trascienden el plano espiritual. Al discutir las actuales negociaciones entre las Farc y el gobierno, él revela una visión política nítida sobre Colombia, los actores del conflicto, y el camino a seguir para poner fin al mismo.
“No podemos ganar la batalla contra la corrupción política y económica sin luchar una guerra religiosa también“, dice.
El tipo se pasó los últimos 20 años violando la estricta separación entre Estado y religiones ordenada por la Corte Constitucional, ¿y ahora viene a hablar contra la corrupción política? ¡Su nivel de cinismo es impresionante!
Pero lo que más me aterra es que Stendal quiere librar una guerra religiosa, cuando se requiere todo lo contrario: dejar de derramar sangre por razones estúpidas.
Ya había motivos para oponerse al proceso en La Habana, y aquí hay uno más — un proceso infectado con religión y en el que se perpetúa el privilegio religioso de la superstición más extendida sólo garantiza que los ateos seguiremos siendo discriminados y que nuestras leyes responderán al libro de pócimas de unos analfabetos pastores de cabras hace 2.000 años, y no a la Constitución Política.
La paz empieza por respetar el laicismo. Sin eso, no hay paz que valga.
(vía La Silla Vacía | imagen: Eliana Aponte para el Guardian)
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Publicado en De Avanzada por David Osorio