Hace unos días, el pastor y exsenador Carlos Baena —fundador del engendro de iglesia y movimiento político Mira— publicó una columna en la que busca “dignificar la relación entre religión y política” — una relación peligrosa y tóxica que goza de bastante buena salud en Colombia, por lo que la petición de Baena parece, cuando menos, delirante.
Su argumento es que en países civilizados se ve con muy buenos ojos que la superstición meta sus garras en la política y aboga porque en Colombia sea igual… como si este fuera algún tipo de paraíso laico o algo por el estilo. Es raro:
Mientras que en nuestro Colombia, lamentablemente, se acostumbra desacreditar casi generalizadamente esta unión, sobre todo cuando alguna persona que posee cierto liderazgo religioso, opta por participar activamente en escenarios de elecciones populares o en cargos públicos; en muchos países extranjeros piensan todo lo contrario.
Allá, se ve como algo muy positivo y enriquecedor para la administración pública y para la política en general, que una persona que ejerza esa función pastoral se desempeñe en esos cargos.
No sé en qué países ha estado Baena, pero ciertamente necesita visitar más Colombia y no le haría daño revisar sus hechos. Aquí casi nadie desacredita el contubernio entre religión y política; hay pastores en el Concejo de Bogotá y en el Congreso de la República, la Procuraduría es una sucursal de la Inquisición y el Presidente le revela secretos de Estado a la Iglesia.
Básicamente, consideran que la religión aporta valores y virtudes como honestidad, rectitud, imparcialidad o equidad, a la política. Religión y Política es entonces, una relación enriquecedora.
Aww, ¿todavía no han entendido que la ética no es patrimonio de la religión? Entonces no son los países civilizados que menciona Baena. Porque yo no necesito insultar mi inteligencia y creer en un amigo imaginario simplemente para ser honesto, recto, imparcial o equitativo… y lo contrario también es cierto: en varias ocasiones los políticos religiosos han favorecido a sus correligionarios en detrimento de la sociedad.
Pero Baena sigue, citando ejemplos internacionales:
Así la entiende por ejemplo Ban Ki-Moon, el Secretario General de las Naciones Unidas, quien reconoce la importancia de la religión, en la construcción de entornos pacíficos […]
Uyy, sí, porque eso le ha funcionado muuuuuy bien a Oriente Medio, y los Balcanes, mientras que Suecia y Noruega son focos de violencia extrema. Ohh, wait!
Y hasta Angela Merkel fue citada por Baena:
Ángela Merkel, quien en declaraciones replicadas y traducidas por el mundo, y dadas originalmente al Süddeutsche Zeitung, un importante diario de ese país, asegura: “La fe y la religión son la base sobre la que yo y muchos otros contemplamos la sagrada dignidad del ser humano. Nos vemos como la creación de Dios, y eso guía nuestras acciones políticas… La fe en Dios me facilita muchas decisiones políticas”.
De hecho, la unión de partidos cristianos (uno de los cuales es el de Merkel) ha bloqueado los intentos de legalizar el matrimonio gay, Alemania aún es bastante restrictiva con las drogas y sólo permite los abortos en el primer trimestre (o si la salud de la madre corre peligro). Tampoco es que vayan muy adelante en desarrollos sociales (como lo quiere vender Baena) — y ya vamos entendiendo por qué.
Toda su columna se puede resumir en “Los países civilizados no ven con tan malos ojos la mezcla de política y religión”, lo que no es más que una gigantesca falacia ad verecundiam — en general es una muy mala idea hacer algo sólo porque los demás lo hacen; proponer algo así con la política pública, además, es supremamente irresponsable.
En el papel, Colombia es un Estado laico; en la práctica (y gracias en parte a Baena y su teocrático movimiento), nuestras políticas públicas están infectadas de religión hasta la médula — mientras eso no cambie, el desarrollo del que gozan otros países se quedará como un sueño inalcanzable.
El progreso humano está necesariamente ligado a librarnos de las cadenas de la ignorancia, y es claro que Baena prefiere estas a aquel. Un detalle de fina coquetería habría sido que declarara su conflicto de intereses antes de publicar.
(imagen: Dana Goldstein)