Creo que el papa Francisco fue nombrado para mejorar la imagen de la Iglesia Católica y la estrategia publicitaria fue un éxito — Bergoglio es un ídolo para personas que, de otro modo, rechazarían el emporio criminal que dirige; es frustrante ver que personas supuestamente críticas se emocionen cada vez que el Papa moja prensa y no se tomen la molestia de leer entre líneas sus palabras, que siguen siendo tan retrógradas y cavernarias como las de todos sus antecesores.
Por eso es un alivio encontrar en Soho una diatriba contra el papa Fracisco de Martín Caparrós, quien no sólo le saca los trapitos al Sol, sino que —siendo ambos argentinos— expone el peronismo del Papa. Aquí unos apartes:
Dice tan tolerante que “quién es él para juzgar a un homosexual”, y nadie le contesta que es el jefe de una organización que siempre los consideró pervertidos enfermos y los condenó a las llamas del infierno. Y que es —él mismo— el cardenal que escribió hace un par de años que el matrimonio homosexual era una “movida del demonio”.
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En estos días, demócratas y progres festejan alborozados la recuperación de un pequeño reino teocrático: la síntesis misma de lo que dicen combatir. La Iglesia católica es una monarquía absoluta con un rey elegido por los príncipes —todos hombres, tremendo olor a huevo— que se reparten los territorios del reino. La Iglesia católica es una organización riquísima que siempre estuvo aliada con los poderes más discrecionales —más parecidos al suyo—, que lleva siglos y siglos justificando matanzas, dictaduras, guerras, retrocesos culturales y técnicos; que torturó y asesinó a quienes pensaban diferente, que llegó a quemar a quien decía que la Tierra giraba alrededor del Sol —porque no podía haber verdad fuera de sus palabras.
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Una organización tan totalitaria que ha conseguido instalar la idea de que discutirla es “una falta de respeto”. Es sorprendente: su doctrina dice que los que no creemos lo que ellos creen nos vamos a quemar en el infierno; su práctica siempre —que pudieron— consistió en obligar a todos a vivir según sus convicciones. Y sin embargo lo intolerante y ofensivo sería hablar —hablar— de ellos como cada quien quiera.
En síntesis: es esta organización, con esa historia y esa identidad, la que ahora, con su sonrisa sencilla de viejito de barrio, el señor Bergoglio, entrenado por el peronismo durante cinco décadas, quiere reencauchar y repintar para devolverle el poder que está perdiendo. Es una trampa que debería ser torpe; a veces son las que cazan más ratones.
Todo el artículo merece ser leído por lo menos dos veces.
(imagen: Catholic Church (England and Wales) via photopin cc)