En las disciplinas científicas existe una disparidad entre hombres y mujeres (hay más científicos hombres), lo que ha llevado a algunos a concluir que la ciencia es sexista y que, por tanto, se debe buscar la paridad de géneros en las ciencias a toda costa.
Desde hace años, la idea ha sido puesta en tela de juicio. Por ejemplo, un artículo del año 2000 por Constance Holden para Science recogía las opiniones de Judith Kleinfeld, Patti Hausman y Linda Gottfredson (psicóloga, científica social y socióloga respectivamente), en donde explicaban que no había más mujeres en las ingenierías por la bastante obvia razón de que no querían y que, “en promedio, las mujeres están más interesadas en tratar con personas y los hombres en tratar con cosas”.
Si estos resultados son acertados, Gottfredson y otros creen que la “paridad” en realidad podría entrar en conflicto con la justicia. “Si insistes en usar [la paridad] como tu medida de justicia social”, dice ella, “esto significa que tendrás que mantener alejados a muchos hombres y mujeres de los trabajos que más les gustan y obligarlos a trabajos que no les gustan“.
Dos años más tarde, en su Tabla rasa, Steven Pinker sugería que las diferencias biológicas y de inversión parental entre hombres y mujeres eran un buen punto de partida para un trato laboral diferenciado*.
Ahora contamos con un creciente cuerpo de evidencia de que existen grandes diferencias entre los sexos en preferencias ocupacionales. Mientras las mujeres en su conjunto tienden a preferir el trabajo social y creativo, los hombres tienden a preferir el trabajo teórico o mecánico. Aclaremos: nadie está poniendo en duda la capacidad para realizar estos trabajos, sino que se está informando sobre la preferencia. Estas diferencias se mantienen incluso entre profesionales: en medicina, más mujeres entran a práctica general y pediatría y escuchan más empáticamente a los pacientes, mientras que los hombres son más predominantes en cirugía.
¿Faltan políticas de discriminación ‘positiva’ en la cirugía**? No lo parece — éstas diferencias ocupacionales son aún mayores en los países que gozan de igualdad real y han establecido políticas de igualdad de género. Por ejemplo, a pesar de las políticas igualitarias de la península nórdica, en Irán se gradúan más mujeres de Informática que en Suecia y Noruega.
¿Cómo explicar esto? Como bien lo anticipaba Pinker, el factor familia juega un papel clave.
Una encuesta de Mason y Goulden encontró que más de la mitad de los hombres y más de dos tercios de las mujeres veían las carreras académicas como incompatibles con la vida familiar, y las razones más frecuentes para que las egresadas abandonaran la carrera académica tras finalizar el doctorado eran “otros intereses vitales” y “querer centrarse en los niños”.
En el libro Do Babies Matter?, que ahonda en el tema, Mason y Goulden se preguntan si la formación de la familia influye en la participación en las disciplinas científicas. Su investigación encontró que, en general, las mujeres más exitosas en la academia tenían menos hijos de los que habían esperado, y los tenían más tarde que las demás mujeres. También encontraron que una proporción nada despreciable de las mujeres que había tenido la esperanza de formar familias en algún momento, había renunciado por completo a ella.
Ahora, una revisión de cientos de análisis de la participación de las mujeres en la ciencias confirma esta hipótesis: el mayor obstáculo para las mujeres es que ven un conflicto entre los trabajos académicos y la formación de una familia; además, lejos de encontrar sexismo, hallaron que en las ciencias predomina más bien la equidad de género: en todas las ciencias, las mujeres tienen más probabilidades de recibir ofertas de trabajo que los hombres, sus becas y artículos son aceptados en la misma proporción, son citados en la misma proporción, y son catedráticos titulares y ascendidos en la misma proporción.
Wendy Williams y Stephen Ceci, coautores de la revisión, publicaron sus resultados en el New York Times dejando claro desde el título que la ciencia académica no es sexista. Los que viven del sexismo no estaban felices, pues esta maravillosa noticia se les traduce en tener que buscar un trabajo de verdad, así que hicieron una campaña de desprestigio contra los investigadores.
Afortunadamente, los intentos de Inquisición no han achicopalado la investigación. Un análisis de las carreras académicas en doctorado en los últimos 30 años encontró que aunque muchas estudiantes de posgrado abandonan la perspectiva de carrera académica al principio, una vez que las mujeres se han enganchado, es muy probable que persistan. Y, mediante experimentos controlados, un nuevo estudio de Williams y Ceci encontró que entre los catedráticos prefieren contratar mujeres, poniendo de manifiesto un sesgo a favor de ellas con proporción de 2:1.
Las mujeres son más que bienvenidas en la ciencia, como debe ser — esto es una buena noticia… salvo para los que necesitan el sexismo para vivir.
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* Según Pinker, las diferencias de sexo justificarían políticas de “protección de la mujer” como el permiso por maternidad y las subvenciones para el cuidado de los hijos. Aquí tengo que discrepar con él: el permiso de maternidad y las subvenciones para el cuidado de los hijos no son políticas de protección de la mujer, sino incentivos estatales para ser madres; una mujer que no quiera hijos no se verá ‘protegida’ por estas políticas. El Estado no tiene por qué interferir con la vida de sus ciudadanos incentivando un estilo de vida u otro.
** ¿Y por qué no políticas de discriminación ‘positiva’ para que haya más hombres en pediatría y práctica general?
(tomado de Claire Lehmann | imagen: Pixabay)