En gran post donde cuestiona si no hemos exagerado la capacidad crítica del ser humano, mi amigo Martín trae a colación una conversación que tuvimos por Facebook sobre falsos documentales y cómo engañan al público. Creo que lo de los pseudodocumentales está claro, mientras que el tema de la recepción crítica no tanto —y eso que lo he machacado bastante—. Por esto resulta refrescante ver que alguien más lo ponga como tema de conversación.
El artículo de Martín se pregunta si la explosión de pseudodocumentales que cautivan grandes audiencias sería evidencia de que realmente no tenemos capacidad crítica y, además, tiene la valentía ofrecer una respuesta coherente y plausible (spoilers: sí tenemos capacidad crítica):
Y resulta que esto deja muy mal parados no solo a los espectadores, sino también a los escépticos que mantenemos una postura crítica sobre la teoría de la manipulación mediática. Hay suficientes motivos y evidencia para cuestionar la idea de que a través de los medios audiovisuales, especialmente la televisión, se modifique el pensamiento y la capacidad crítica del ciudadano. Esto no es más que parte del discurso tendencioso y muchas veces ridículo de los que se dicen “rebeldes”, que siempre buscar criticar al “sistema” (paradójicamente, si esto fuera cierto, dichos “rebeldes” no tendrían la capacidad de darse cuenta de ello y protestar).
Sin embargo, sucesos como los de The Last Dragon, y especialmente Mermaids, hacen pensar que efectivamente nuestro cerebro puede ser una pasta inútil, o que por lo menos su capacidad de análisis crítico de los mensajes que recibe es muy inferior a la que le otorgamos. ¿Será esto real? ¿Estaremos sobrevalorando nuestra recepción crítica, y en verdad seremos tan mentalmente simples como para que una pantalla modifique nuestro razonamiento?
Explicaré bien por qué me surgen dichas preguntas. Se supone que es de conocimiento pleno que los dragones son puramente seres de mitología, tal como lo son las hadas o los unicornios. Hay libros donde se explica esto claramente, incluyendo los orígenes de dichas creencias, e incluso en los diccionarios tradicionales hacen énfasis en que son mitología. ¿Cómo es que una persona, al ver en la televisión un supuesto documental donde aparece un dragón congelado, no piensa: “Pero, y si esto es verdad, ¿por qué no lo he visto en las noticias o en el periódico? ¿Será que es real, o es como una película?”? No parece algo difícil de hacer, y no creo que sea necesario tener una formación de nivel universitario para tener al menos un nivel básico de análisis crítico (y viendo cómo varios estudiantes de universidad y algunos profesionales se lo creyeron, parece incluso ridículo creerlo). ¿Qué pasó entonces? ¿Por qué tantas personas se lo creyeron? ¿Por qué la gente tiende a creerse cosas que son a todas luces falsas, como las fotos de esqueletos humanos gigantes, o el pastel que supuestamente le echaron en la cabeza a Juan Manuel Santos durante una reunión con los campesinos, o los memes cristianos sobre Albert Einstein? ¿Por qué nadie se molesta en contrastar toda esa información con fuentes que corroboren o desmientan lo que ven?
Afortunadamente, tales interrogantes cuentan con una respuesta que no implica la inutilidad de nuestra masa encefálica, aunque tampoco deja en buena posición nuestra actitud. Es, simplemente, la pereza intelectual. En otras palabras, no es que no contemos con la capacidad suficiente para analizar críticamente los mensajes que nos llegan de los medios audiovisuales: es que no tenemos la costumbre de molestarnos en averiguar, a través de otras fuentes, si tales mensajes son reales. Es más una actitud conformista que incapaz, a diferencia de lo que ladran los “rebeldes”.
Por desgracia, ese conformismo refleja una gran falla en nuestro sistema de educación, y es que no se está preparando adecuadamente a la gente para que mantenga un procesamiento crítico de la información: se tiene la capacidad, pero no se le da estímulo en la educación, y por ello, las personas suelen conformarse con los mensajes más cercanos que reciban, o los más acordes a su línea de pensamiento. Por supuesto, y esto hay que admitirlo, no ayuda mucho que en un canal que se considera de divulgación científica se promocione un trabajo de docuficción sobre dragones o sirenas como si fueran reales.
Si cuentan con 10 minutos de su día para leer algo interesante, lean completo el artículo.
Mientras avanzaba en la lectura, no pude evitar acordarme del sesgo de confirmación y el efecto contraproducente, dos procesos de razonamiento defectuosos que están enquistados en la psicología humana —curiosamente, pensé que iban a aparecer en el texto de Martín, pero finalmente no los incluyó—.
El sesgo de confirmación es la tendencia a aceptar acríticamente los datos que favorecen las creencias que ya tenemos y el efecto contraproducente es la tendencia a proteger esas creencias de cualquier dato que las contradiga. A diferencia de otros sesgos cognitivos más difíciles de erradicar de nuestros procesos de razonamiento —Daniel Kahneman nos enseñó algunos— el sesgo de confirmación y el efecto contraproducente son relativamente fáciles de combatir y todos tenemos la capacidad para hacerlo; lo que falta es la disposición.
(imagen: Pixabay)