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Del segundo día sin carro del año

Hace dos meses, la alcaldía de Gustavo Petro anunció su intención de hacer más de un día sin carro al año así que, gracias a ese ese arranque colectivista que parece requisito para ser alcalde de Bogotá, hoy estamos repitiendo jornada liberticida.

La inutilidad de la medida no le ha restado popularidad, al fin y al cabo no hay nada que alegre más a un colombiano que amputarle por derecha las libertades civiles al vecino y justificarse en el bien común (todavía no salimos del oxímoron de que la democracia es la dictadura de las mayorías). Explicar que el día sin carro es una mala idea sólo parece incrementar el placer morboso de quienes no tienen empacho en imponer sus gustos por vía del Estado.

La excusa de la administración y de los hippies es que hay que ser creativos. Que si a uno no le gusta, o tiene creatividad para otras cosas, o simplemente quiere disfrutar de haber trabajado duro para poder transportarse en carro, de malas. Se nos obliga a “ser creativos” mediante coerción estatal — nada que envidiarle a Ingsoc.

Fenalco demandó la medida por el golpe económico que representa y el Alcalde ripostó acusándolos de codiciosos — de alguna forma, no querer quebrarse por cuenta del populismo capitalino los hace malas personas. Curiosamente, nadie más parece preocupado por esto, a pesar de que la economía tendría que venir en segundo lugar de prioridades; tienen prelación los derechos fundamentales al libre desarrollo de la personalidad y a el derecho a la movilidad. A ver cómo me hace esto codicioso.

Tristemente, nos hemos acostumbrado a que estos atroces experimentos contra la libertad son el pan de cada día… y así nos va.

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