En Los ángeles que llevamos dentro, Steven Pinker dedica buena parte del capítulo ‘La nueva paz‘ a explicar el genocidio — empieza con las categorías mentales (pg. 430):
Para comprender la idea de matar conforme a categorías, en la medida que seamos capaces de hacerlo, hemos de empezar con la psicología de categorías.
Unas personas clasifican a otras en casillas mentales con arreglo a sus filiaciones, costumbres, aspectos y creencias. Aunque es tentador considerar que este encasillamiento es una especie de defecto mental, para la inteligencia la categorización es indispensable. Las categorías nos permiten hacer inferencias partiendo de unas cuantas cualidades observadas hasta llegar a un gran número de otras cualidades no observadas. Si observo el color y la forma de una fruta y la clasifico como frambuesa, puedo deducir que será dulce, satisfará mi hambre y no me envenenará. Ciertas sensibilidades políticamente correctas acaso se molesten por la sugerencia de que un grupo de personas, como una variedad de fruta, pueden tener rasgos en común, pero si no fuera así, no habría diversidad cultural que celebrar ni peculiaridades étnicas de las que sentirse orgulloso. Determinados grupos de personas forman una unidad porque realmente comparten rasgos, aunque sea desde el punto de vista estadístico. Así pues, una mente que generaliza sobre personas de su categoría no es ipso facto defectuosa. Los afroamericanos actuales tienen realmente más probabilidades de recibir asistencia social, los judíos perciben realmente ingresos medios superiores a los de los WASP, y los estudiantes de empresariales son realmente más conservadores que los de historia del arte — por lo general.
El problema de la categorización es que, a menudo, va más allá de la estadística. Para empezar, cuando las personas están presionadas, distraídas o inmersas en un estado emocional, olvidan que una categoría es una aproximación y actúan como si un estereotipo fuera aplicable a todos los hombres, mujeres y niños. Por otro lado, las personas tienden a ‘moralizar’ sus categorías, y asignan rasgos loables a sus aliados y rasgos condenables a sus enemigos. Durante la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, los americanos creían que los rusos tenían cualidades más positivas que los alemanes, y durante la Guerra Fría pensaban que era al revés. Por último, las personas suelen ‘esencializar’ los grupos. Cuando son pequeños, los niños explican a los investigadores que un bebé cuyos padres hayan sido reemplazados por otros al nacer hablará la lengua de los biológicos antes que la de los padres adoptivos, por lo que son homogéneos, inalterables, previsibles y distintos de otros grupos.
El hábito cognitivo de tratar a las personas como ejemplos de una categoría llega a ser realmente peligroso cuando hay un conflicto, y hace que el trío de Hobbes de motivos que incitan a la violencia —beneficios, seguridad y disuación— pase de ser la manzana de la discordia de una pelea individual a ser casus belli de una guerra étnica.
(imagen: Killing Fields – Skulls via photopin (license))