Nuestra permanente deferencia a la religión, a pesar de su toxicidad y falsas explicaciones para el cosmos, le permite sobrevivir
por Jeffrey Tayler:
“Sí, es la libertad de expresión, pero“, dijo Inna Shevchenko, de 24 años de edad, líder del ferozmente ateo y topless grupo activista Femen en Francia. El 14 de febrero ella se estaba dirigiendo a la conferencia sobre arte, blasfemia y libertad de expresión celebrada en el Krudttønden, una cafetería y un centro cultural en Copenhague. Ella continuó. “¿Por qué todavía decimos ‘pero’ cuando…”
Una descarga sostenida de armas automáticas la interrumpió. Ella, el caricaturista sueco con ella en el escenario, Lars Vilks (famoso por sus dibujos del profeta Mahoma del 2007 que provocaron disturbios mortales en el mundo islámico), y gran parte de la audiencia se arrojaron al suelo antes de escapar por la salida trasera del edificio. El agresor terrorista encapuchado, un ciudadano danés de 22 años de edad, de origen árabe, terminó matando a un cineasta danés, Finn Noergaard, e hiriendo a otros cinco. Posteriormente, la policía derribó al asesino después de haber abierto fuego contra una sinagoga, asesinando a uno.
El objetivo principal del atacante probablemente era Vilks, pero él se habría regocijado ante la oportunidad de conseguir a Shevchenko, también. Después de todo, Femen ha dicho que la religión –en particular, el islam– es una maldición para los derechos de las mujeres y ha llevado a cabo una serie de ampliamente difundidas protestas con el pecho desnudo en su contra, quemando la bandera salafista en frente de la Gran Mezquita de París y cantando “¡a la mierda su moral!” y “¡La Primavera de la Mujer está llegando!”, a una multitud furiosa fuera del Ministerio de Justicia de Túnez, interrumpiendo una marcha católica contra el matrimonio igualitario (también en París) y perturbando el discurso semanal del Papa en el Vaticano, y emboscando al patriarca ortodoxo ruso mientras salía de su avión en Kiev, saludando al potentado con gritos (en ruso) de “¡Fuera, fuera, diablo!” (De ninguna manera es esta lista completa). La propia Shevchenko se vio obligada a exiliarse en el 2012, después de que, en apoyo de las activistas de Pussy Riot encarceladas en Rusia, cortara con una motosierra una cruz de madera gigante en el centro de la Plaza de la Independencia de Kiev.
La mañana después del asalto de Copenhague hablé con Shevchenko por Skype. Todavía en la capital danesa, ella había pasado gran parte de la noche en la comisaría, y había dormido mal después de regresar a su hotel. Sin embargo, estaba tranquila y lúcida, decidida a continuar con la lucha de Femen contra la religión. Esta pelea se había vuelto muy personal para ella incluso antes de Copenhague: Perdió 12 amigos en la masacre de Charlie Hebdo el mes pasado en París, donde vive como refugiada política. (Femen había ocupado un lugar destacado en las páginas de la revista satírica e, incluso, había sido editor invitado de una edición.) Si los organizadores de Krudttønden hubieran realizado la conferencia en la sala de frente de la cafetería (con sus grandes ventanales), y no en el auditorio trasero amurallado, me dijo, ella podría no estar viva hoy.
“¿Qué ibas a decir justo antes de que comenzara el tiroteo?”
“Iba a decir que no podemos empezar a autocensurarnos, o terminamos con sólo la ilusión de libre expresión. Si tenemos libre expresión sólo hasta donde podríamos herir los sentimientos de alguien, entonces no es libre. La gente me dice ‘Tienes libertad de expresión, simplemente no ofendas’. Los que dicen esto sólo están tratando de apagar nuestras libertades. Si cedemos a esto, jugamos su juego. Ahora, eso me ofende a mí“.
En el mes entre la masacre de Charlie Hebdo y el ataque en Copenhague, leí y escuché una serie de argumentos que, en esencia, culpaban a los artistas de su propia muerte. La mayoría, de hecho, comienzan con “Yo creo en libertad de expresión, pero…”.
He aquí un breve resumen de lo que sigue al revelador y escurridizo pero:
“No tiene sentido ofender a la gente innecesariamente. Los musulmanes encuentran ofensiva la representación del profeta Mahoma. Es mejor simplemente evitar publicar dichas caricaturas”.
“Los europeos tienen que darse cuenta que tienen grandes comunidades musulmanas en medio de ellos. Los europeos necesitan adaptarse a ellas, en aras de la armonía social. Es mejor simplemente evitar publicar dichas caricaturas”.
“Los occidentales son cada vez más seculares y se han olvidado de la importancia que tiene la religión en gran parte del mundo. En particular, la religión es un tema extremadamente sensible para la comunidad inmigrante musulmana en Europa. Mejor no publicar estas caricaturas”.
“¿Viste realmente esas caricaturas? Realmente eran ofensivas. Habría sido mejor no publicarlas”.
Prescindamos de inmediato del juvenil argumento de “ofender” (el sentimiento religioso) como motivo para negarse a publicar o decir nada. Ninguna constitución occidental o código legal garantiza a los ciudadanos el derecho de ir por la vida libre de ofensas. La ley proporciona libertad de expresión (con algunas restricciones, especialmente en relación con la seguridad del Estado, los delitos de odio y la incitación a la violencia), pero no pueden prohibir la expresión potencialmente ofensiva sin destruir el derecho que se pretende proteger. (La ley francesa prohíbe negar el Holocausto, lo que crea contradicciones y perjudica la libre expresión, pero ese es otro tema).
Si decidiéramos reconocer dicho delito como un mal privado procesable, ¿cómo podríamos, en cualquier caso, medir o determinar lo que es de iure ofensivo? Para los musulmanes devotos, ver mujeres descubiertas y servir de carne de cerdo y bebidas alcohólicas causa ofensa. Los hindúes devotos ciertamente encontrarían ofensiva la carne de res. Los católicos devotos podrían elaborar su propia lista, y los judíos, otra. En definitiva, un montón de cosas podrían ofender a un gran número de personas por todas partes. En un mundo cada vez más conectado por Internet –el medio por el cual las “ofensivas” caricaturas de Mahoma llegaron a países de mayoría musulmana tan distantes de Europa como Indonesia– no hay manera de evitar ofender a alguien, en algún lugar. No deberíamos ser obligados a tener en cuenta el potencial de una obra para incitar rabietas genocidas en tierras lejanas o masacres en casa cuando se evalúa para su publicación.
El resultado: el argumento de la ofensa no constituye ninguna base para la intromisión en lo que los artistas producen o distribuyen. De hecho, no es un argumento en absoluto, y puede ser fácilmente vuelto contra quien lo propone. “¿Los dibujos del profeta Mahoma le ofenden? Bueno, a mí me ofende” – elijan entre los temas antes mencionados, o añadan el suyo su propio. Personalmente, me parece ofensivo que cualquiera puede ser tomado en serio cuando despliegua el argumento de la ofensa para limitar la libertad de expresión sobre un asunto de vital importancia como el islam, como lo hizo la periodista ítalo-palestina Rula Jebreal el año pasado en el show de Bill Maher, Real Time.
La cuestión de si los países occidentales deben adaptarse a los nuevos musulmanes en aras de la armonía social nos enfrenta a un dilema formidable, que es, sin embargo, eminentemente solucionable. La firme creencia en la infalibilidad de los dogmas religiosos, junto con convicciones (a veces sostenidas fanáticamente) de que los muchos mandatos del dogma están destinados a ser aplicados a toda la humanidad, choca con los principios de los preceptos de gobierno laico y la Ilustración de la época, que nos obligan, al menos idealmente, a solucionar nuestros problemas confiando en la razón, el consenso y la ley. (Sí, las leyes contra la blasfemia todavía manchan los códigos legales en varios países occidentales, pero durante mucho tiempo se han aplicado sólo en casos excepcionales.) Aunque muchos occidentales desean mostrar tolerancia a los musulmanes que consideran en desventaja en sus nuevas patrias, no podemos “adaptarnos” aquí, sobre todo bajo la amenaza de violencia. Debemos permanecer descaradamente del lado de la razón, el imperio de la ley, y el laicismo.
Los que argumentan a favor de ejercer “moderación” realmente están abogando (cobardemente) por la autocensura. Ya hacemos suficiente de esto. Cuando algunas caricaturas “ofensivas” se publican en Europa y estallan disturbios en Medio Oriente, las imágenes de interés periodístico, independientemente de su relevancia, rara vez son reproducidas en los reportes que siguen. Y que nadie olvide que ni los artistas de Charlie Hebdo ni Lars Vilks entraron en las comunidades musulmanas locales ondeando sus caricaturas de Mahoma, empeñados en causar disturbios. Ellos estaban ejerciendo sus profesiones en sus oficinas, con todo el derecho legal de hacerlo.
¿Deberíamos admitir lo delicada que es la fe como tema para los musulmanes y simplemente dejarla en paz? Bueno, la religión es un tema (demasiado) sensible para muchas personas, y no sólo los musulmanes. Nuestra duradera deferencia a todas las religiones, a pesar de sus demostrablemente falsas explicaciones sobre los orígenes del cosmos y de nuestra especie, por no hablar de sus prédicas tóxicas, sólo favorece su supervivencia. Necesitamos no menos, sino más conversación franca sobre la fe.
Si las caricaturas de Charlie Hebdo o Lars Vilks son de buen gusto es una cuestión para que la decidan los artistas, sus editores y sus audiencias. ¿No te gustan los dibujos? Aléjate. Nadie te obliga a mirar.
Los conceptos de libertad de expresión y las leyes destinadas a protegerla nacieron en la historia empapada de sangre de la guerra interreligiosa de Europa, sobre todo entre católicos y protestantes. La (atea) Revolución Francesa le apuntó a “des-cristianizar” Francia con el fin de aplastar el dominio (temporal, basado en la riqueza) que la Iglesia Católica tenía en el país. Los Padres Fundadores sabían muy bien cómo el Estado podía usar la religión contra el pueblo; por lo tanto, la Primera Enmienda garantiza tanto la libertad de expresión como la libertad de religión, prohibiéndole al Congreso promulgar leyes que coarten el ejercicio de cualquiera de las dos. Las religiones abrahámicas nunca han sido meras cuestiones de conciencia; siempre han servido como armas para imponer el control, sobre todo en las mujeres y sus cuerpos, las minorías sexuales y la educación. Las armas deben mantenerse bajo llave o, mejor aún, eliminarse.
Un exceso de pensamiento descuidado y verborrea aturdida ha complicado nuestro discurso sobre los asuntos de Charlie Hebdo y Lars Vilks. A pesar de la lógica y el daño causado a nuestras perspectivas de autoconservación, evitamos las conversaciones francas sobre el islam — la fe de mayor inspiración hoy para el terrorismo. Lanzar insultos sin sentido como “islamófobo” o “islamofóbico” a los que hablan con franqueza sobre esto no ayuda a nadie. Y recuerda, a menos que creas solemnemente en el Corán, no hay nada —absolutamente nada— en él para “respetar”. (Lo mismo ocurre con la Biblia y la Torá, por supuesto) Los intentos de proteger a las religiones de la crítica ante la abrumadora evidencia —el presidente Obama encabeza la lista de los invertebrados políticos occidentales que hacen esto— no es nada más que hacerle el juego de aceptación a mitos antiguos, ideas nocivas y la cada vez más espantosa violencia a la que a menudo conducen. Las ideologías no merecen ningún respeto a priori; la gente sí.
O, como me lo resmuió Shevchenko luego en nuestra conversación, “Nosotros [los progresistas] nos rendimos cuando aceptamos la palabra ‘islamofobia’“. Hizo una pausa. “La gente hiere mis sentimientos todos los días. Pero no hay tal cosa como la palabra ‘feministofobia'”.
De hecho, en Occidente hemos comenzado a rendirnos y no sólo por creer la idea de que criticar al islam equivale a atacar a los musulmanes como personas. Deberíamos temblar de repulsión ante el ejemplo de la “tolerancia” multicultural que el Reino Unido nos ha proporcionado. Allí, para los musulmanes que acuden a ellos (para las mujeres, esto no es necesariamente un movimiento voluntario), 85 consejos de la sharía dispensan “justicia” en los “asuntos de familia” – matrimonio y divorcio, herencia y violencia doméstica. Es decir, en asuntos en los que las niñas y las mujeres son más vulnerables. (Hay una campaña en marcha para abolir los consejos.) Al seguir este camino de “tolerancia”, Reino Unido ha denigrado a las musulmanas que tenían la esperanza de una vida digna en un país “desarrollado”, incluyendo aquellas que sólo quieren mantener sus clítoris a salvo del salvaje ritual de la mutilación genital femenina. Reino Unido la prohibió en 1985, pero las familias suelen enviar a sus jóvenes hijas de regreso a su país de origen para unas “vacaciones”, durante las cuales los carniceros locales se ponen a trabajar cercenando el clítoris y serrando sus vaginas — a veces sin anestesia. Una ley del 2003 enviaría a los padres a la cárcel por 14 años por obligar a sus hijas a un “festivo” como ese pero, hasta ahora, nadie ha sido condenado. La práctica continúa.
¿De quién fue la idea de establecer tribunales de sharía en la tierra de Shakespeare y Byron? No fueron musulmanes enojados por haber sido discriminados. No, no fue otro que un buen “hombre del clero” cristiano —el soso sobrenombre realmente debería ser uno de asqueroso oprobio— el exarzobispo de Canterbury, Rowan Williams. En el 2008 Williams declaró que un repugnante “beau geste” como este hacia los imanes (radicales y no tan radicales) conduciría a mejores “relaciones comunitarias”. Este es el tipo de “tolerancia multicultural” apreciada por todos esos “hombres de fe” (de cualquier secta, y quiero decir hombres) que astutamente planean o militan abiertamente por el estatus de ciudadana de segunda clase de las mujeres, por la injerencia en el derecho de la mujer a hacer lo que le plazca con su cuerpo, por la estigmatización (o peor) de las minorías sexuales, por adjuntar una cultura de vergüenza al sexo, y por la enseñanza-abuso de menores en las escuelas con explicaciones absurdas sobre nuestros orígenes completamente no celestes. Con obispos como Williams, ¿quién necesita a los imanes como enemigos?
Nos guste o no, estamos inmersos en una lucha por el alma de nuestra civilización ilustrada. Shevchenko dijo lo mismo.
“Primero fue una guerra de ideas”, me dijo. “Ahora es una guerra real, la gente está perdiendo sus vidas por estas ideas. Ya no hay tal cosa como una ‘Europa segura'”.
Seguir aceptando las pseudojustificaciones colaboracionistas —o los falaces diagnósticos erróneos, à la Reza Aslan— del papel del islam en la motivación del terrorismo en todo el mundo presagia una cosa: vamos a perder.
Shevchenko llegó a decirme de las precauciones de seguridad que ahora tendría que tomar en lo que subestimadamente llama sus “nuevas condiciones para el activismo”. Temo por ella: Su rostro es uno de los más reconocidos en Francia, tanto a causa de sus protestas de Femen, como debido a que en el 2013 un artista la eligió como la inspiración para el rostro de Marianne (la legendaria heroína topless de la Revolución Francesa) que adorna los sellos postales de Francia. Ella siempre ha recibido amenazas de muerte pero ahora, dijo, están creciendo en número, en su mayoría relacionadas con el islam, y son entregadas con calma creíble.
“En cualquier movimiento alguien podría golpearme con una lluvia de balas”, me dijo. Pero ella no se acobardó. “No podemos permitir que el miedo gobierne nuestras ideas o se haga cargo de nuestros sentimientos. Me preocupa que la gente va a dejar de asistir a cosas como esta conferencia sobre blasfemia, diciendo ‘me gustaría ir, pero me da miedo’. Eso hará que los que vayan sean objetivos porque son muy pocos. De hecho, Femen, Charlie Hebdo y Lars somos objetivos porque somos muy pocos”. Ella propuso la única solución segura: que “todo el mundo publique [las polémicas caricaturas]”. La plétora de objetivos podría obstaculizar a los terroristas, y, al mostrar determinación, probar la futilidad de los ataques.
“Ahora”, agregó, “es ellos o nosotros. Yo quiero que ganemos”.
Yo también. Y si eres honesto contigo mismo, tú también.
En esta guerra, la mejor arma, de lejos, es la verdad. Ahora más que nunca, decir la verdad cuenta. Así que por favor, hazlo.