Reflexión del siempre agudo Kenan Malik:
‘Je suis Charlie‘. Es una frase en todos los periódicos, en cada cuenta de Twitter, sobre manifestaciones en ciudades de toda Europa. Las expresiones de solidaridad con los muertos en el ataque a las oficinas de Charlie Hebdo son impresionantes. También llegan demasiado tarde. Si periodistas y artistas y activistas políticos hubieran adoptado una posición más sólida sobre la libertad de expresión en los últimos 20 años, entonces puede que nunca hubiéramos llegado a esto.
En cambio, han ayudado a crear una nueva cultura de la autocensura. En parte, se trata de una cuestión de miedo, una falta de voluntad para tomar el tipo de riesgos que los editores de Charlie Hebdo cortejaban, y por el que han pagado un precio tan alto. Pero el miedo es sólo una parte de la explicación. También se ha desarrollado en las últimas dos décadas un compromiso moral con la censura, la creencia de que en vista de que vivimos en una sociedad plural, debemos vigilar el discurso público sobre las diferentes culturas y creencias, y restringir la expresión para no ofender. En palabras del sociólogo británico Tariq Modood, “Si la gente va a ocupar el mismo espacio político sin conflicto, tienen que limitar mutuamente la medida en que someten a la crítica las creencias fundamentales de los demás”.
Esta creencia se ha incrustado tan profundamente que incluso los activistas de la libertad de expresión se la han creído. Hace seis años, el Índice de la Censura, una de las organizaciones de libertad de expresión más importantes del mundo, publicó en su revista una entrevista con la académica danés-estadounidense Jytte Klausen acerca de su libro sobre la polémica de las caricaturas danesas. Pero le negó el permiso al entonces editor para publicar cualquiera de las caricaturas para ilustrar la entrevista. En el momento yo era miembro de la junta del Indice – pero fui el único que se opuso públicamente. “Al negarse a publicar las caricaturas”, observé, “el Índice no sólo está ayudando a fortalecer la cultura de la censura, sino que también está debilitando su autoridad para desafiar esa cultura”.
En esta ocasión, el Índice de la Censura insiste en que ‘La libertad de expresión no es negociable‘ y ha pedido ‘a todos aquellos que creen en el derecho fundamental a la libertad de expresión unánse publicando las caricaturas o portadas de Charlie Hebdo‘. Pero la cultura de autocensura ya está profundamente arraigada. De hecho la misma Charlie Hebdo ha sido ambigua. Con demasiada frecuencia, la defensa de la libertad de expresión ha llegado con un doble rasero adjunto.
La ironía es que los que más sufren de una cultura de la censura son las propias comunidades minoritarias. Cualquier tipo de cambio social o progreso social significa necesariamente ofender algunas sensibilidades profundas. “¡No puedes decir eso!” es, con demasiada frecuencia, la respuesta de los gobernantes cuando su poder es impugnado. Aceptar que no se puede decir ciertas cosas es aceptar que ciertas formas de poder no pueden ser impugnadas. El derecho a “someter a la crítica las creencias fundamentales de los demás” es la base de una sociedad diversa, abierta. Una vez que renunciamos a ese derecho en nombre de la ‘tolerancia’ o el ‘respeto’, limitamos nuestra capacidad para hacer frente a aquellos en el poder, y por lo tanto para desafiar la injusticia.
No obstante, apenas se comenzó a filtrar la noticia del tiroteo de Charlie Hebdo, hubo quienes sugerían que la revista era una ‘institución racista‘ y que los dibujantes, si bien no se merecían lo que les llegó, sin embargo, sí se lo habían buscado con sus incesantes ataques al islam. Lo que es realmente racista es la idea de que los buenos progresistas blancos son los únicos que quieren desafiar la religión o demoler sus pretensiones o que pueden manejar la sátira y la burla. Parece que los que afirman que es ‘racista’ o ‘islamofóbico’ burlarse del profeta Mahoma, imaginan, junto con los racistas, que todos los musulmanes son reaccionarios. Es aquí donde el ‘antirracismo’ de izquierda se da la mano con la intolerancia antimusulmana de derecha.
Lo que se dice que es una ‘ofensa a una comunidad’ en realidad es, más a menudo que no, una lucha dentro de las comunidades. Hay cientos de miles de personas dentro de las comunidades musulmanas en Occidente, y dentro de los países de mayoría musulmana en todo el mundo, desafiando las ideas y las políticas e instituciones reaccionarias de base religiosa; escritores, dibujantes, activistas políticos, poniendo diariamente en juego sus vidas al desafiar leyes contra la blasfemia, defender la igualdad de derechos y la lucha por las libertades democráticas; gente como el caricaturista paquistaní Sabir Nazar, la escritora bangladeshí Taslima Nasreen, exiliada en India después de recibir amenazas de muerte, o el blogger iraní Soheil Arabi, condenado a muerte el año pasado por ‘insultar al Profeta‘. Lo que ocurrió en las oficinas de Charlie Hebdo en París fue visceralmente impactante; pero en el mundo no occidental, aquellos que defienden sus derechos se enfrentan a estas amenazas todos los días.
Lo que nutre a los reaccionarios, tanto dentro de las comunidades musulmanas como fuera de ellas, es la pusilanimidad de muchos de los llamados progresistas, su falta de voluntad para defender los principios liberales básicos, su disposición a traicionar a los progresistas dentro de las comunidades minoritarias. Por un lado, esto le da a los extremistas musulmanes el espacio para operar. Entre más licencia da la sociedad para que las personas se sientan ofendidas, más aprovecharán las personas la oportunidad para sentirse ofendidas. Y más mortales se volverán en expresar su indignación. Siempre habrá extremistas que respondan como lo hicieron los asesinos de Charlie Hebdo. El verdadero problema es que los progresistas que proclaman que ofender es inaceptable les dan una legitimidad moral espuria a sus acciones.
La pusilanimidad progresista también ayuda a alimentar el sentimiento antimusulmán. Alimenta la idea racista de que todos los musulmanes son reaccionarios, que los propios musulmanes son el problema, que la inmigración musulmana debería detenerse, y que las comunidades musulmanas deberían ser controladas más severamente. Crea el espacio para que organizaciones como el Frente Nacional difundan su veneno. Queda por ver si hay una reacción violenta antimusulmana después de los asesinatos de Charlie Hebdo, aunque hay informes de ataques contra mezquitas y centros comunitarios. Los falsos progresistas han desempeñado su papel en la promoción de ideas reaccionarias sobre los musulmanes.
Ridiculizar la religión y defender la libertad de expresión no es atacar a las comunidades minoritarias. Por el contrario: al no hacer ninguna de las dos es imposible defender las libertades de los musulmanes o de cualquier otra persona. Así que, sí, desafiemos a los islamistas y reaccionarios dentro de las comunidades musulmanas. Desafiemos también a los reaccionarios antimusulmanes. Pero, igualmente, pidámosle a los falsos progresistas que rindan cuentas.