Blog // La shahāda en Sidney nos recuerda que el islam político es mortal

La shahāda en Sidney nos recuerda que el islam político es mortal

Columna invitada de Ayaan Hirsi Ali en Time:


Ningún símbolo representa el alma del islam más que la shahāda. Pero hoy hay un concurso al interior del islam por la propiedad de ese símbolo.

Todavía hay mucho que no sabemos sobre el asedio a la cafetería Lindt en Sidney. Sabemos que dos personas inocentes están muertas: la gerente de la cafetería, Tori Johnson; y la abogada y madre de tres hijos Katrina Dawson. Y sabemos que el hombre armado que las retenía a ellas y a otras 15 personas como rehenes, Man Haron Monis, era autoproclamado un clérigo musulmán.

Después de haber sido declarado culpable de escribir cartas con veneno a las familias de los soldados australianos caídos, evidentemente Monis no era un imam inocente. Recientemente había sido acusado no sólo de ser cómplice del asesinato de su exesposa, sino también de más de 50 casos de asalto indecente y sexual.

Sin embargo, el mensaje Monis para al mundo —estampado en árabe en una bandera negra sostenida en la ventana de la cafetería Lindt— era un clásico: “Soy testigo de que no hay más dios que Alá, y Mahoma es su mensajero”. Esta es la shahāda, la profesión de fe musulmana, y es el más importante de los cinco pilares del islam.

Una coalición de grupos de musulmanes en Australia no tardó en repudiar la acción de Monis: “Recordamos a todos”, declararon, “que la inscripción en árabe en la bandera negra no es representativo de una declaración política, sino que reafirma un testimonio de fe que ha sido apropiado indebidamente por personas descaminadas que no representan a nadie más que a sí mismos”.

Para aquellos que reconocieron la bandera negra como estrechamente relacionada con el estándar adoptado por el Estado Islámico, la organización asesina que ahora controla grandes extensiones de Siria e Irak —una organización a la que Monis afirmaba pertenecer— este “recordatorio” no va a ser suficiente.

La shahāda puede parecer una declaración de fe no muy diferente de cualquier otra para los occidentales, acostumbrados a la libertad individual de conciencia y de religión. Pero como exmusulmana a quien le encantaría ver que el islam se reforme a sí mismo (como empezó a hacer el cristianismo hace cinco siglos), no estoy de acuerdo. La realidad es que la shahāda es un símbolo tanto religioso como político.

En los primeros días del islam, cuando Mahoma iba de puerta en puerta tratando de persuadir a los politeístas de abandonar sus ídolos de culto, él los invitaba a aceptar que no había más dios que Alá y que él era el mensajero de Alá, como si Cristo le hubiera pedido a los judíos que aceptaran que él era el hijo de Dios.

Sin embargo, después de 10 años de tratar este tipo de persuasión, Mahoma y su pequeño grupo de creyentes fueron a Medina y desde ese momento, la misión de Mahoma adquirió una dimensión política. Los incrédulos todavía eran invitados a someterse a Alá, pero después de Medina, ellos eran atacados si se negaban. Si los derrotaban, se les daba la opción de convertirse o morir. (Esta era la opción dada a los hermanos árabes politeístas. Para los cristianos y los judíos —considerados como el pueblo de la Sagrada Escritura, Pueblo del Libro— había una tercera opción: pagar un impuesto de capitación.)

Ningún símbolo representa el alma del islam más que la shahāda. Pero hoy hay un concurso al interior del islam por la propiedad de ese símbolo. ¿Quién posee la shahāda? ¿Los musulmanes que quieren enfatizar los años de Mahoma en La Meca o aquellos que se inspiran en sus conquistas después de Medina? Hay millones y millones de musulmanes que se identifican con el primero. Cada vez más, sin embargo, ellos son desafiados por los demás creyentes que quieren revivir y recrear la versión política del islam nacido en Medina. Y, por desgracia, las democracias occidentales han estado más que dispuestas a actuar como refugios para los predicadores del islam político.

En Australia, como en todas las democracias, donde se establece firmemente imperio de la ley, la prédica de cualquier religión está protegida, como debe ser. El autodenominado ‘jeque’ Monis era un solicitante de asilo de Irán, que se aprovechó de esta protección y, de hecho abusó criminalmente de ella. Ahora estos casos son familiares. En los últimos años hemos visto la exposición de predicadores extremistas como Abu Hamza, una vez activo en Reino Unido; Fawaz Jneid en Países Bajos; y Taj Aldin al-Hilali en la propia Australia.

Estos hombres no son “lobos solitarios”, y su comportamiento no puede ser descartado solamente como síntomas de inestabilidad mental. Ellos son parte de un movimiento mundial para despertar a los musulmanes de lo que consideran la pasividad de un islam puramente religioso. Parte de su estrategia es hacer que los musulmanes existentes se vuelvan activos políticamente. Y su punto de partida siempre es la shahāda. Si eres un verdadero musulmán, argumentan, no es suficiente con confesar que no hay más dios que Alá y que Mahoma es su mensajero. Tienes que hacer algo al respecto.

Estos predicadores también buscan convertir a los no musulmanes. Al principio, muchos conversos pueden estar atraídos por el componente espiritual de la shahāda, pero muy pronto se encuentran atrapados en el islam político.

Este último acto de terror solicitará las exigencias habituales de que el islam es una religión de paz y las acusaciones habituales —de ‘islamofóbicos’— de los que, como yo, no estamos de acuerdo. La realidad es que el islam es una religión y una ideología política, y su última forma es cualquier cosa menos pacífica. En el islam político, la afirmación de que no hay más dios que Alá está llena de amenazas para los que adoran a otros dioses o a ningún dios en absoluto. Recuerdo muy bien mi última visita a Australia, el año pasado, cuando fui recibida por un grupo de islamistas aullando con pancartas que decían: “Mensaje a la INFIEL Ayaan Hirsi Ali. ARDE EN EL INFIERNO POR SIEMPRE”. Esos mismos matones también portaban una bandera con la inscripción de la shahāda.

Aun cuando ellos mismos no cometan actos de violencia, los predicadores radicales son muy a menudo los instigadores de actos terroristas que sus autores glorifican como yihad — guerra santa, como la librada por Mahoma después de Medina.

En la medida en que los musulmanes amantes de la paz sinceramente deseen combatir esta tendencia, tienen que hacer algo más que proferir lugares comunes. Tienen que repudiar a la gente como Man Haron Monis antes de que recurran a la violencia, cuando la están predicando. A menos que se reconozca esta dimensión política del islam y se repudie, no vamos a ver el fin de este tipo de terror, y ninguna ciudad —ni siquiera Sidney, alejada más de 8.000 millas de Medina— estará a salvo.

(Imagen: zennie62 via photopin cc)

Post Recientes

Loading

Pin It on Pinterest

Share This