Carta abierta a
Anthony Lake
Director Ejecutivo de Unicef
Bernt Aasen
Unicef Regional Lationamérica y el Caribe
Roberto de Bernardi
Unicef Colombia
Embajada de los Países Bajos en Colombia
Lamentablemente, no fue sorpresa, para mí, ver que las redes sociales de personas con mi misma nacionalidad se llenaban de mensajes de odio contra Nicolette van Dam, después de que ella, en ejercicio de su libertad de expresión, retuiteara una broma sobre futbolistas colombianos y el consumo de cocaína.
Les presento disculpas en nombre de esa recua de Homo sapiens que tengo por compatriotas, que saben henchir el pecho cuando alguien de su país anota un gol o gana el Giro de Italia, como si hubieran tenido alguna injerencia o crédito en dicho resultado.
Estas personas callan impunemente cuando el país se lleva el último lugar en pruebas internacionales de educación y ante los reportes de ejecuciones extrajudiciales a cargo de escuadrones de la muerte que actúan en complicidad con las Fuerzas Armadas. Estos colombianos viven en una burbuja de que Colombia es el mejor país del mundo.
Por está peligrosa dinámica tribal (promovida, además, por el Gobierno Nacional), estas personas creen, erróneamente, que sus sentimientos y creencias están eximidos de todo análisis, cualquier tipo de crítica y, por supuesto, del humor. Por eso, no es de extrañar que hayan creído, equivocadamente, que tenían algún tipo de derecho a que su delirio chovinista no se vea amenazado por una publicación en una red social.
Así se explica que, en el transcurso de los últimos cinco días, vieran inundados sus correos electrónicos con todo tipo de reclamos absurdos acerca del “insulto” de Van Dam hacia los colombianos (!). Recordemos que la educación en el país no es muy alta —a diferencia de la espiral de violencia—, por lo que tampoco es dable exigir de un número relativamente decente de colombianos que entiendan que existe el derecho a ofender y el derecho a sentirse ofendidos, pero que no existe el derecho a no sentirse ofendidos.
Para hacerlo aún peor, algunos tuvieron la desfachatez de regodearse en un victimismo tercermundista, acusando la política holandesa de drogas de ser parte del problema. Probablemente esto sea lo que me produjo más vergüenza ajena de todo el asunto (además, claro, de las amenazas de muerte que recibió van Dam). Que Colombia haya decidido satisfacer la absurda, puritana, mojigata y sadomasoquista noción cristiana del Valle de Lágrimas y haya prohibido el narcotráfico, haciéndolo, en consecuencia, un negocio tan lucrativo como letal, es un error estúpido del que sólo son culpables la religión y el país que decidió envenenar su política pública con esa narrativa tan ridícula y corta de miras.
Mientras Holanda comprendió perfectamente que cada quién es dueño y responsable de su cuerpo, los colombianos no saben nada sobre libertad, ni mucho menos responsabilidad; así, creen que el gobierno de los Países Bajos debe responder por las declaraciones de un ciudadano — ¡es que no andamos en taparrabos de milagro! Es completamente plausible suponer que, por estos motivos, los colombianos no pudieron soportar una imagen y exigieron la salida de Van Dam de la Unicef, lo que no hará que Colombia tenga una política de drogas medianamente lógica, ni que aumente la educación del país, ni que se reduzcan las cifras de asesinatos o drogadictos.
Sólo sirvió para calmar la sed de venganza de un pueblo atrasado, feudal, que se encuentra tan lejos de la civilización como Plutón está del Sol, y para reafirmarlo en su negativa a hacerse responsable de sus propios sentimientos, al tiempo que complace su devaneo pastoril de culpar a los demás por sus propios fracasos.
También sirvió para privar a los niños de una cara que habría podido y está más que dispuesta a llevar muy lejos el nombre y mensaje de Unicef.
Lamento que hayan tenido que perder su tiempo, paciencia, tranquilidad y dignidad por la gritería que causó el ego magullado de los nativos de un dizque país que todavía no ha aprendido que es más importante cambiar la realidad que nuestra imagen y lo que los demás piensen sobre nosotros. Por favor, no cometan el error de volver a satisfacer las pataletas primitivas de estos especímenes humanos.
Atentamente,
David Alejandro Osorio Sarmiento
Ciudadano del mundo (vergonzosamente etiquetado como colombiano)