El orgullo patrio me parece sumamente irracional y, ahora, Carlos Palacio resume muy bien mi argumento en pocas líneas:
Hace más de diez años asistí a una conferencia del señor Pedro Medina, en ese entonces alto directivo de McDonald’s, quien presentaba una charla llamada “Yo creo en Colombia”.
Su presentación, muy entretenida por demás, consistía en una extensísima enumeración de las singularidades de nuestro país en las cuales —según el— se debería sustentar el inquebrantable orgullo de ser colombianos.
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Recuerdo que le pregunté a Don Pedro —y recuerdo además que eso le disgustó mucho— qué pitos tocábamos nosotros en su listado prolijo. Es decir: cada una de las maravillas naturales, de los logros deportivos, de las conquistas empresariales, todas ellas muy documentadas y verídicas, eran el resultado o bien del azar geográfico o bien de esfuerzos individuales o limitadamente colectivos en los que yo no había tenido la más mínima participación. ¿Por qué, entonces, debería sentirme orgulloso por eso?
Las tres cordilleras exuberantes que recorren a Colombia, sus dos mares prolíficos, sus esmeraldas únicas, sus frutas exóticas, están ahí por asuntos de suerte. Yo no aboné un solo cultivo frutal y perfectamente pude haber nacido en el árido desierto afgano.
Algo que a mí me tomó muchísimos parrafos, aunque la idea esencial es la misma.
(vía Haití Continental)