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Cómo no hablar de laicismo. Respuesta a Iván Garzón

El Espectador invitó a un tal Iván Garzón Vallejo, profesor de la Universidad de la Sabana (el centro de adoctrinamiento del ultrareaccionario Opus Dei), a que escribiera una columna sobre Estado laico.

Como cabía esperar, el señor no tiene ni pajolera idea del concepto:

Los laicistas creen que el modelo republicano francés es la mejor receta para evitar la intromisión de la religión en la política. Por eso pretenden que las creencias queden relegadas al ámbito privado, que los creyentes se abstengan de participar en el debate público, y promueven leyes y sentencias para esconder cruces y velos, extendiendo un manto de sospecha sobre todo aquello que tenga connotaciones religiosas, o incluso morales.

De este modo los laicistas no sólo limitan arbitrariamente el ejercicio de la libertad religiosa y de conciencia de los creyentes, sino que exhiben una precaria concepción del ámbito público, pues ignoran que la pluralidad de voces contribuye a que los ciudadanos se formen una mejor opinión acerca de los problemas comunes.

Sólo un religionista consigue encajar tantas mentiras y falacias en una sola frase. El retrato que hace de los laicistas es un hombre de paja como un castillo (lo cual resulta irónico, en vista de que el señor Garzón nos acusa de “caricaturizar la postura contraria” – ¡con dos cojones!).

Los laicistas pretendemos evitar la intromisión de la religión en la política, porque es demostrablemente cierto que los dogmas absolutistas como las doctrinas religiosas son incompatibles con la democracia, y que tienen un peligroso carácter impositivo. No por eso queremos relegar a los creyentes del debate público, pero este se alimenta de argumentos serios, en vez de apelar a la superstición. Queremos que los creyentes participen en el debate, pero que no lo infecten con sus creencias.

Lo de “sentencias para esconder cruces y velos” no es una cuestión baladí. El Estado no tiene por qué favorecer una preferencia por encima de otra, mucho menos en un estado laico como el colombiano; ¿por qué se iba a permitir que se favorezca una superstición en la pared de un salón de clase o en un hospital público, por encima de otra? ¿Tanto delira el columnista, que cree que su ‘libertad religiosa’ llega hasta el punto usar las instalaciones del Estado para restregar su creencia irracional a todo el que pase por allí? A que el señor Garzón y sus amos mentales no dudarían en poner el grito en el cielo el día que vean que el dinero que pagan como contribuyentes se desperdicia haciéndole promoción a Ra, Zeus o Bochica en las salas de cuidados intensivos de los centros hospitalarios públicos.

Lo de la ‘pluralidad de voces’ es otra excusa semántica para imponer sus cavernarias visiones a la sociedad. Sí, la pluralidad es una de las bases de la democracia; sin embargo, nos encontramos en un país de mayoría católica, donde se persigue tanto al disidente como al opositor. La pluralidad de voces es la defensa de las minorías y nuestros derechos, no una herramienta para garantizar la imposición de los antivalores cristianos.

La estricta separación entre las iglesias y el Estado es lo único que garantiza la igualdad de los ciudadanos por la que aboga el columnista. Curiosamente, su columna no hace más sino pretender un laicismo desdentado, que permita el privilegio religioso.

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