La pregunta de EDGE del año 2013 fue ¿Qué debería preocuparnos?
La del 2014 es ¿Qué idea científica está lista para la jubilación?
Richard Dawkins respondió que el Esencialismo:
El esencialismo -lo que he llamado “la tiranía de la mente discontinua“- deriva de Platón, con la opinión geómetra característicamente griega de las cosas. Para Platón, un círculo o un triángulo rectángulo, eran formas ideales, definibles matemáticamente, pero nunca que nunca ocurrían en la práctica. Un círculo dibujado en la arena era una aproximación imperfecta al círculo platónico ideal colgando en algún espacio abstracto. Eso funciona para las formas geométricas como los círculos, pero el esencialismo se ha aplicado a los seres vivos y Ernst Mayr lo culpó del demorado descubrimiento que la humanidad hizo de la evolución – en fecha tan tardía como el siglo XIX. Si, como Aristóteles, tratas a todos los conejos de carne y hueso como aproximaciones imperfectas a un conejo platónico ideal, no se te va a ocurrir que los conejos podrían haber evolucionado de un ancestro no-conejo, y podrían evolucionar en un descendiente no-conejo. Si piensas, siguiendo la definición de diccionario del esencialismo, que la esencia de la conejidad es “previa a” la existencia de los conejos (lo que sea que pudiera significar “previa a”, y eso es un absurdo en sí mismo), la evolución no es una idea que surgirá fácilmente a tu mente, y puedes resistir cuando alguien más la sugiera.
Los paleontólogos discutirán apasionadamente sobre si un fósil en particular es, por ejemplo, Australopithecus u Homo. Pero cualquier evolucionista sabe que deben haber existido individuos que fueron exactamente intermedios. Es una locura esencialista insistir en la necesidad de calzar a la fuerza tu fósil en un género u otro. Nunca hubo una madre Australopithecus que diera a luz a un niño Homo, porque cada hijo que haya nacido pertenecía a la misma especie que su madre. Todo el sistema de etiquetado de las especies con nombres discontinuos está orientado a un segmento de tiempo, el presente, en el que los antepasados han sido convenientemente borrados de nuestra conciencia (y las “especies anillo” ignoradas con mucho tacto). Si por algún milagro cada antepasado fuera preservado como un fósil, la denominación discontinua sería imposible. A los creacionistas les fascina erróneamente citar “huecos” erróneamente como algo vergonzoso para los evolucionistas, pero las lagunas son de gran ayuda fortuita para los taxonomistas que, con razón, quieren dar nombres discretas a las especies. Discutir sobre si un fósil es “realmente” Australopithecus u Homo es como discutir sobre si George debería llamarse “alto”. Él mide un metro con 78, ¿no te dice eso lo que necesitas saber?
El esencialismo asoma su fea cabeza en la terminología racial. La mayoría de los “afroamericanos” son de raza mixta. Sin embargo, tan arraigada está nuestra mentalidad esencialista, que los formularios oficiales estadounidenses requieren que cada uno marque una casilla de raza /etnia o la otra: no hay lugar para los intermedios. Un punto diferente pero también pernicioso es que una persona será “afroamericana” aunque, por ejemplo, sólo uno de sus ocho bisabuelos fuera de ascendencia africana. Como me lo dijo Lionel Tiger, tenemos aquí una reprochable “metáfora de contaminación“. Pero sobre todo quiero llamar la atención a la determinación esencialista de nuestra sociedad de someter a una persona en una categoría discreta u otra. Parece que estamos mal equipados para lidiar mentalmente con un espectro continuo de productos intermedios. Todavía estamos infectados con la plaga del esencialismo de Platón.
Controversias morales, como ésas sobre aborto y eutanasia están plagadas de la misma infección. ¿En qué momento se define como “muerta” una víctima de accidente con muerte cerebral? ¿En qué momento durante el desarrollo se convierte un embrión en una “persona”? Sólo una mente infectada con el esencialismo podría hacer tales preguntas. Un embrión se desarrolla gradualmente a partir del cigoto unicelular hasta el bebé recién nacido, y no hay un instante en que deba considerarse que ha llegado a “ser persona”. El mundo se divide en aquellos que reciben esta verdad y los que lloriquean: “Pero tiene que haber algún momento en que el feto se convierta en humano”. No, en realidad no tiene que haberlo, no más de lo que tiene que haber un día en que una persona de mediana edad se hace vieja. Sería mejor -aunque todavía no es lo ideal- decir que el embrión pasa por etapas de ser una cuarta parte humana, mitad humano, tres cuartas partes humano… La mente esencialista retrocederá ante ese lenguaje y me acusará de toda clase de horrores por negar la esencia de lo humano.
La evolución también, como el desarrollo embrionario, es gradual. Cada uno de nuestros antepasados, regresando hasta la raíz común que compartimos con los chimpancés y más allá, pertenecieron a la misma especie que sus propios padres y sus propios hijos. Y del mismo modo para los antepasados de un chimpancé, regresando al mismo progenitor compartido. Estamos vinculados a los chimpancés modernos por una cadena en forma de V de individuos que una vez vivieron y respiraron y se reprodujeron, siendo cada eslabón de la cadena miembro de la misma especie que sus vecinos de la cadena, sin importar que los taxonomistas insistan en dividirlos en puntos convenientes y metiendo etiquetas discontinuas entre ellos. Si todos los intermedios, por ambas horquillas de la V del ancestro común, hubieran conseguido sobrevivir, los moralistas tendrían que abandonar su hábito esencialista, “especista” de poner al Homo sapiens en un pedestal sagrado, infinitamente separado de todas las demás especies. El aborto no sería más “asesinato” que matar a un chimpancé, o, por extensión, a cualquier animal. De hecho, un embrión humano en estadio temprano, sin sistema nervioso y, presumiblemente, carente dolor y miedo, podría justificablemente ser objeto de menos protección moral que un cerdo adulto, que está claramente bien equipado para sufrir. Nuestro impulso esencialista hacia definiciones rígidas de “humano” (en los debates sobre el derecho al aborto y los de los animales) y de “vivo” (en los debates sobre la eutanasia y decisiones sobre el fin de vida) no tienen ningún sentido a la luz de la evolución y otros fenómenos gradualistas.
Definimos una “línea” de la pobreza: o estás “arriba” o estás “abajo” de la misma. Pero la pobreza es un proceso continuo. ¿Por qué no decir, en su equivalente en dólares, cuán pobre realmente se es? El absurdo sistema del Colegio Electoral en las elecciones presidenciales de Estados Unidos es otra, y especialmente grave, manifestación de pensamiento esencialista. Florida debe ser o totalmente Republicana o totalmente Demócrata -los 25 votos del Colegio Electoral- a pesar de que el voto popular sea un empate. Pero los estados no deberían considerarse como esencialmente rojos o azules: son mezclas en diferentes proporciones.
Seguramente puedes pensar en muchos otros ejemplos de “la mano muerta del Platón” – el esencialismo. Científicamente está confundido y moralmente es pernicioso. Tiene que ser jubilado.