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Iglesia Católica es fuerza del mal en el mundo

Christopher Hitchens en el debate de Intelligence²:


Ahora bien, siento tener que comenzar disintiendo con Su Gracia.

Una persona seria y adulta que defiende a la Iglesia Católica en público frente a una audiencia educada y alfabetizada, debe comenzar con una serie de sentidas disculpas y pedidos de arrepentimiento y perdón.

Ahora bien, podrán preguntar, tienen el derecho a preguntar, hermanos y hermanas, ¿quién soy yo para decir esto?

Bien, en el Año del Jubileo del 2000, el portavoz del Vaticano, el obispo Piero Marini dijo, explicando un sermón de disculpas dado por Su Santidad el Papa, que se suponía que debía cubrir toda la historia de la Iglesia en su Año del Jubileo… citaré al obispo Marini directamente. Dijo:

Dado el número de pecados que hemos cometido en el curso de veinte siglos, la referencia a ellos deberá ser necesariamente resumida.

Bien, creo que el obispo Marini estuvo en lo correcto, así que también deberé ser sumario. Pero creo que él dijo lo menos importante. En esa ocasión -12 de marzo del 2000, si desean comprobarlo-, Su Santidad rogó perdón por, entre otras cosas:

Las Cruzadas, la Inquisición, la persecución del pueblo judío, las injusticias hacia la mujer -ésa ya es la mitad de la raza humana- y la conversión forzada de pueblos indígenas, especialmente en Sudamérica. Y ésas siguieron a toda una serie de disculpas procedentes, o disculpas que yo llamaría muy blandas, hechas por el Papa Juan Pablo quien, no me molesta decir, era un ser humano muy impresionante y serio.

Siguió a no menos de noventa y cuatro, ¡noventa y cuatro, contados!, reconocimientos públicos de su parte de crímenes apabullantes, y de error, y de crueldad, y de estupidez, y de ofensa a la inteligencia libre, que van desde, seré breve como el obispo Marini:

El intercambio de esclavos en África, por el cual se disculparon en 1995; el reconocimiento de que Galileo estaba en lo cierto sobre la relación entre el Sol y la Tierra y otras esferas, que fue hecho en 1992; uno podría agregar -no, no lo diré, es muy fácil- “más vale tarde que nunca”, ahí tienen, lo dije. Por la violencia y la tortura – tortura legalizada, la tortura fue legalizada e institucionalizada por el Pontífice, durante la Contrarreforma, esa disculpa fue en 1995. Y por el silencio durante la Solución Final de Hitler, o Shoah, así como también, en 1999, justo antes del Jubileo del Milenio, una disculpa por haber quemado vivo en la plaza pública de Praga al gran protestante checo Jan Hus.

Desde esa gran fiesta de perdón que comenzó -bueno, culminó, diría, en el año 2000-, fiesta de disculpas, fiesta de presentarlas, el Papado también pidió ser disculpado por el saqueo de Constantinopla y la masacre de la cristiandad bizantina en abril de 1204 como parte de la Cuarta Cruzada. La anatema a todos los cristianos ortodoxos de Oriente por incrédulos, a los herejes y a gente por fuera de la salud de la Iglesia sólo fue levantada a principios de 1964 – quiero llamar la atención sobre eso.

También expresó sus disculpas por el asesinato y la conversión forzada de cristianos ortodoxos serbios, en los Balcanes durante la Segunda Guerra Mundial. Y no termina allí, hay confesiones -más pequeñas pero igualmente significativas- de muy mala conciencia. Éstas incluyen el remordimiento por la violación y la tortura de huérfanos y otros niños en escuelas manejadas por la Iglesia en casi cada país del mundo, desde Irlanda hasta Australia.

Y me complace ver que se está considerando y, de hecho, ya se ha dado consideración a la infernal -he escogido la palabra con cuidado- doctrina del limbo, ese estúpido y cruel problema de desechos de San Agustín – esa solución a un problema inexistente, esto es, el destino de las almas de los niños sin bautizar.

Hasta hace poco, los católicos creían que ése era el lugar a donde los niños sin bautizar iban, una forma de tortura que es a veces peor que la física. Ahora parece que esa pieza de sadismo agustino está siendo reconsiderada también – pero recuerden que esto es de una Iglesia que, en general, no puede equivocarse.

Todavía esperamos una confesión más directa, por ejemplo de – daré algunas sugerencias, ya puestos.

Me gustaría que se arrepintieran del Concordato hecho con Adolf Hitler, el primer tratado que él firmó, que le daba a la Iglesia el monopolio de la reeducación en Alemania a cambio de la disolución del Partido de Centro Católico, para despejarle el camino al partido Nazi.

Me habría disculpado por el Pacto de Letrán de Mussolini, también el primer tratado firmado por ese dictador fascista. También me gustaría reconsiderar el hecho de que el padre Tiso, jefe del estado-marioneta nazi de Eslovaquia, era un sacerdote del orden sagrado. Que el estado-marioneta fascista de Croacia, la Ustaša de Ante Pavelić, estaba también operando bajo completa protección clerical, como así también el régimen del general Franco y el dictador António.

También quiero… realmente pienso que rogaría perdón por esto:

No creo que la Iglesia Alemana debería haber pedido que el cumpleaños de Hitler fuera celebrado desde el púlpito cada año hasta su muerte. Éstos son asuntos muy serios, y no son para tomar a la ligera en referencia al ocasional trabajo de las entidades de caridad católicas. Pero quiero que presten atención no sólo a las disculpas, damas y caballeros, sino a la forma evasiva y eufemística que tomaron.

Joseph Ratzinger, el actual Papa, considerado por los católicos como el Vicario de Cristo en la Tierra, dijo de los indios que fueron masacrados durante la conversión en Brasil, después de que la disculpa fuera hecha:

“Sin embargo, debemos recordar que antes de que llegáramos para convertirlos, ya estaban esperando en silencio la llegada de la Iglesia“.

No creo que ésa sea una forma muy sincera de disculpa.

En su comentario, uno de los pocos que hizo respecto de la institucionalización de la violación y la tortura y el maltrato de niños en instituciones católicas, dijo que “es una crisis muy severa que nos involucra”, dijo, lo siguiente: “en la necesidad de dar a estas víctimas el cuidado pastoral más tierno“.

Bien, lo siento pero ya han tenido eso, y decir que ésa es su respuesta por la terrible y tardía confesión que acaba de hacer es no aceptar responsabilidad de manera adulta.

¿Cómo me atrevo a decir que el abuso infantil está institucionalizado? ¿Cómo puedo probar semejante cosa? Bien, le preguntaré a Su Gracia, y también a Ann Widdecomb:

¿Dónde está el cardenal Bernard Law ahora? ¿Dónde está? ¿Dónde está el cardenal arzobispo de Boston cuya renuncia fue indignamente exigida, al fin, por cincuenta miembros de la Iglesia y por todo el laicado de Massachussetts, quienes también denunciaron su proceso por la promoción y la protección y el ocultamiento, y las disculpas por, y la defensa de gente cuyos crímenes contra los niños son demasiado repugnantes para especificar?

Y él ya no está en la jurisdicción de Massachussetts, como tal vez ya sepan. Ahora es el Vicario Superior de la Iglesia de Santa María Maggiore en Roma, designado personalmente por el Papa a ésa y a otras importantes sinecuras, y en el 2005 este hombre, un fugitivo de la justicia y cómplice en el crimen más sucio imaginable para un ser humano, fue uno de los que votó en el Cónclave para decidir quién sería el próximo Vicario de Cristo en la Tierra. No sé. Creo que me gustaría escuchar un poco más de vergüenza al respecto.

Me gustaría ver un poco más de realidad en la confrontación del asunto. Ahora, ésta es una pregunta seria, como ya he dicho. Ann Widdecomb a menudo, y con razón, ataca el relativismo moral y el “todo vale” al servicio de una cultura posmoderna y hedonista.

A menudo, me alegra que mencione estas cosas. Pero la violación y la tortura de niños no es algo que pueda ser relativizado. No es algo que pueda ser excusado como un par de malos sacerdotes. Ciertamente no puede ser disculpado por la detestable, falsa afirmación que algunos católicos conservadores han hecho de que esto no habría sucedido si los maricones no hubieran sido aceptados en la Iglesia.

Siento decirlo, pero los maricones en la Iglesia también son historia antigua. Y es peor, es mucho peor que la pornografía, y es mucho peor que las groserías en televisión, y es el crimen que pide a gritos ser castigado. Es la cosa por la que, si fuéramos acusados de este lado de la sala, preferiríamos morir antes que admitir, y si fuéramos culpables nos mataríamos. Y es aquello que la Iglesia ha decidido excusar, bajo este papado.

El mismo eufemismo aparece en la forma en que algunos cristianos lo usan en todas las disculpas con respecto a las Cruzadas, las inquisiciones, los exterminios antisemitas y todo lo demás: que algunos cristianos cayeron en el error, que algunos cristianos fueron engañados y actuaron en contra del Evangelio.

Pues bien, el antisemitismo fue predicado como doctrina oficial por la Iglesia hasta 1964. ¿Piensan que tal vez tuvo algo que ver con la opinión pública en Austria, en Bavaria, en Polonia y en Lituania? ¿Que los judíos fueran acusados colectivamente como deicidas, como criminales por el asesinato de Dios en la figura de Jesús de Nazareth? Y esa anatema no fue levantada hasta el ’64, mucho después de que los perpetradores del Holocausto fueran procesados en cortes seculares y justamente castigados por sus acciones.

¿Cómo puede esta Iglesia arrogarse superioridad moral? Tiene dificultades para ponerse al día con lo que la gente normal considera sentido común moral, y ético y así y todo no puede disculparse apropiadamente. Y les diré por qué.

Porque, y citaré nuevamente de las encíclicas, se ha dicho de las Cruzadas, de la complicidad con el Holocausto, de las alianzas políticas y diplomáticas con el fascismo, de todas estas cosas se ha dicho: “Pues, se ha cometido violencia, pero”, y remarcaré esto, lo subrayaré, lo citaré directamente, “[ha sido] al servicio de la verdad”.

Entonces, ¿cómo es posible una disculpa, cómo un acuerdo, o un compromiso o un firme propósito de enmienda puede ser permitido cuando el Pecado Original, por decirlo de alguna manera, el radix malorum, el fons et origo, el problema en primer lugar es la creencia por parte de esta Iglesia de que posee una verdad que nosotros no tenemos, y de que tiene un Derecho Divino, una palabra, un Mandato Celestial para decirle a la gente qué hacer, tanto en lo público como en sus vidas privadas?

Y hasta que eso no cambie, hasta que esa fantástica, siniestra e infundada pretensión no cambie, estos crímenes seguirán sucediendo y repitiéndose, siendo parcialmente negados, parcialmente admitidos cuando es demasiado tarde para hacer algo, y encubiertos.

Detrás de todos estos crímenes y miserias está la negación de lo que nosotros, de este lado de la sala, afirmamos: que la única pequeña vela de esperanza que nuestra especie posee, nuestra pobre especie de mamíferos primates descalzos de quienes tienen esta noche dos espléndidos ejemplares de este lado de la sala y otros dos no tan malos del otro lado, es la inteligencia sin restricciones, el método de la libre investigación en la filosofía y la ciencia, y la negativa a admitir que cualquier persona pueda prohibirnos hacerlo.

Es la única cosa que diría que es, si no sacrosanta o sagrada, es esencial, y la Iglesia siempre se ha opuesto –y sigue oponiéndose– a ella.

Ahora, en el breve tiempo que me queda, propondré algunas disculpas más que podríamos esperar oír en un futuro cercano. Llegará el momento en que la Iglesia pedirá disculpas y dará explicaciones, y peticiones de perdón a medio cocer por cosas que aún está haciendo.

La readmisión del obispo Richard Williamson, miembro de la secta disidente y fanática de Marcel Lefebvre llamada Sociedad de San Pío X. Richard Williamson se escondía en un establecimiento reaccionario cuasi-fascista en Argentina y está convencido de que, lo haré breve, el Holocausto no sucedió pero que los judíos sí mataron a Cristo. En otras palabras: genocidio, no; deicidio, sí.

Fue excomulgado con razón hace unos años junto con otros miembros de su organización, pero Joseph Ratzinger lo invitó de nuevo a la comunión porque para él, tener a este hombre, a este mentiroso, a este fraude, a este racista en la Iglesia es más importante, por la unidad de la Iglesia, que las cosas que él ha dicho y hecho y sigue representando. ¿No es esto un escándalo?

Creo que habrá una disculpa por lo sucedido en Ruanda, el país más católico de África, uno de los países más católicos del mundo, donde los sacerdotes y monjas y obispos están en juicio por incitar, desde sus púlpitos y en las estaciones de radio de la Iglesia y en los periódicos, a la masacre de sus hermanos y hermanas. Y el Papado mantuvo silencio en esta terrible ocasión. Y en Ruanda todos lo saben. Y no se ha escrito aún una disculpa apropiada por esa desgracia.

Quedémonos en África: creo que algún día se admitirá con vergüenza que podría tratarse de un error decir que el sida es una enfermedad muy grave, pero no tan grave, ni tan inmoral como lo son los condones.

Lo digo en presencia de Su Gracia, y se lo digo en la cara: las prédicas de esta Iglesia son responsables de la muerte y el sufrimiento y la miseria de millones de sus hermanos africanos, y debería disculparse por ello, debería mostrar cierta vergüenza.

Cuarto: por condenar a mi amigo Stephen Fry por su naturaleza; por decir “no puedes ser miembro de nuestra Iglesia, has nacido en pecado”. Hay un pedazo repugnante de casuística que a veces se utiliza en este punto. “Sí, odiamos el pecado – amamos al pecador”.

Stephen es –siento decirlo– como ninguna otra mujer. Es su naturaleza. De hecho, es como otras mujeres en que los hombres lo vuelven loco. Él no está siendo condenado por lo que hace; está siendo condenado por lo que es.

“Eres un niño hecho a la imagen de Dios – ¡ohh no, no lo eres, eres un maricón y no puedes unirte a nuestra Iglesia ni ir al Cielo!”. Esto es vergonzoso, es inhumano, es obsceno, y proviene de un puñado de vírgenes siniestros e histéricos que ya han traicionado su cargo con los niños de su propia Iglesia. ¡Qué vergüenza! ¡Qué vergüenza!

Y por último, bajo este Papa, como si no fuera suficientemente malo tratar de restaurar la misa en latín para satisfacer a los seguidores dementes y fascistas del arzobispo Lefebvre, sino, volver a ofrecer remisión de los pecados como el obispo Ratzinger -el Papa, voy a llamarlo el Papa, por amor de dios- quiere hacer. Si van a un Festival de la Juventud Católica en Sydney, Australia, donde acabo de estar, obtendrán una cierta remisión del Purgatorio o del Infierno. Puede ser temporal; si van mucho y dan mucho, posiblemente obtendrán remisión eterna del Castigo Eterno, del cual ellos no saben más de lo que ustedes y yo sabemos.

Esto es la descarada y abierta venta de indulgencias, es la misma tentación ofrecida a quienes partieron en esa Cuarta Cruzada por la que acaban de disculparse. Y mataron a todos los judíos de Europa en su camino, saquearon al cristianismo bizantino al llegar a Constantinopla y luego pasaron a masacrar a los árabes y los musulmanes: se les ofreció el Paraíso si morían cometiendo estos terribles crímenes contra la humanidad.

Si ven lo que quiero decir, entonces: el estímulo al crimen, el impulso al crimen, la convicción de certeza, la convicción de que un Mandato Divino les da derecho a hacer lo que quieran, es el pecado que debe ser cancelado, que debe ser aniquilado, del que, de alguna manera, deben disculparse.

Ahora, no le deseo el mal a ninguno de mis compañeros primates o mamíferos, aún cuando ellos se arroguen la posesión de un secreto que me ha sido negado. Puedo perdonarlos porque vivo en un país en donde sus reglas no se aplican. Y no pueden quemarme o silenciarme o censurarme más de lo que pueden decirle a mi esposa que no puede utilizar métodos anticonceptivos, o decirle a Stephen que es un monstruo.

No espero en absoluto la muerte de Joseph Ratzinger, no lo hago, ni de cualquier otro Papa, excepto por una pequeña razón que debo confesar y compartir con ustedes: cuando él muera, habrá un largo intervalo hasta que el Cónclave pueda reunirse —tal vez el Cardenal Law siga siendo parte de él— para elegir a otro Papa. A veces se prolonga por meses hasta obtener el humo blanco. Y por todo ese tiempo, por todo ese delicioso, lúcido intervalo, no hay nadie en la Tierra que alegue ser infalible. ¿No es eso genial?

Todo lo que pienso, todo lo que quiero proponer como cierre es lo siguiente: si queremos que la especie humana crezca a la altura de su dignidad e inteligencia, debemos pasar a un estado de cosas en el que esa condición sea permanente, y creo que deberíamos poner manos a la obra.

Gracias por invitarme.

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