Prólogo de The Best Australian Science Writing 2013, por Tim Minchin:
Las dos colecciones anteriores de esta excelente serie han contenido prólogos escritos por premios Nobel, por lo que en la búsqueda de equilibrio – supongo – el prólogo de este año está siendo escrito por alguien que bastante espectacularmente no es uno. Por lo tanto, en lugar de decir algo bien informado o perspicaz, voy a empezar con la salud dental de la población de Oregon, EEUU.
Sólo he estado en Portland una vez, pero, caramba, es una gran ciudad – su población un modelo de liberalismo y calidad artística, luciendo más tatuajes de a los que podrías apuntar un pesaroso láser, y cuenta con tal vez una relación colectiva de tinte de pelo más alta que en cualquier lugar de la tierra. Buena música, gran arte, maravilloso café… Es mi tipo de ciudad. Excepto porque los residentes votaron recientemente -por cuarta vez desde la década de 1950- en contra de añadir fluoruro al suministro de agua. Es como si una sirena en la parte baja de la espalda de uno fuera un impedimento para la interpretación sensata de los datos, o tal vez el pelo rosa descuidado actúa como una especie de atrapasueños para las teorías de conspiración.
Esta aparente correlación inversa entre el interés artístico y la cultura científica parece desarrollarse en todo el mundo. Vayan a Byron Bay en Nueva Gales del Sur, y encontrarán más pintores y musos per cápita que en cualquier parte del país, e -inevitablemente- un exceso de oferta paralela de lectores del aura, homeópatas y activistas antivacunación. Claramente, no hay tal cosa como un almuerzo gratis: si quieres escuchar buen blues, te tienen que leer la palma de la mano (y tal vez contagiarte de sarampión en el proceso).
Como un artista que se excita con las estadísticas (entre otras cosas), esto me parece muy preocupante. Pero creo (y sí, sólo creo: una de las muchas ventajas de ser un no-premio-Nobel es que puedo hipotetizar con relativa impunidad) que la aparente relación entre calidad artística y anticiencia es el resultado de personas que llenan expectativas culturales y suscriben mitos populares, en lugar de una verdadera división del tipo de personalidad o el intelecto. Me pregunto si los artistas se identifican como espirituales (sea lo que sea) y rechazan el materialismo por la misma razón que podrían llevar una boina o empezar a fumar: sólo es la adhesión a un estereotipo percibido, antes que una característica fundamental del cerebro creativo.
La ciencia es un rasgo masculino y el arte un rasgo femenino; las personas se identifican como pensadores con la “parte derecha” o la “parte izquierda” del cerebro; una visión del mundo materialista es un impedimento para la imaginación; hay que creer en la magia para escribir mágicamente – todos estos lugares comunes nos son familiares, y todos son mitos.
O si no son mitos por completo, son, sin embargo, categorizaciones aburridas e improductivas.
En el corazón de la visión anticientífica del mundo de algunos artistas está la sospecha de que la ciencia es poco romántica. La belleza de la forma humana se revela mejor con carbón vegetal, no con un bisturí. El amor debe expresarse en un soneto, no se mide con una resonancia magnética funcional. Una puesta de sol puede ser fotografiada o pintada o reflejada en canciones, pero emocionarse por su tasa de fusión o el hecho de que representa prácticamente toda la masa del sistema solar es visto como algo… poco poético.
Y más al punto: el fruto del árbol del conocimiento te privará del paraíso. Los hechos son lo contrario de la inspiración. Los científicos son fríos, aburridos y amorales. Si rechazas lo espiritual nunca accederás a lo sublime.
Por supuesto, estoy construyendo un hombre de paja sólo para quemar al cabrón.
La ciencia no es un montón de hechos. Los científicos no son personas que están tratando de ser prescriptivos o autoridades. Ciencia es simplemente la palabra que usamos para describir un método para organizar nuestra insaciable curiosidad. En una cena, es más fácil decir “ciencia” que decir “la gradual adquisición de comprensión mediante la observación, honrada por una aguda conciencia de nuestra tendencia al sesgo”.
Douglas Adams dijo: “Preferiría el sobrecogimiento de entender al sobrecogimiento de la ignorancia cualquier día”.
La ciencia no se opone al arte (ni se opone a la espiritualidad – sea lo que sea), y no necesitas negar el conocimiento científico para hacer cosas bellas. Por el contrario.
La buena escritura científica es el arte de comunicar ese “sobrecogimiento de entender”, para que nosotros, los lectores podamos deleitarnos con la belleza de un conocimiento más profundo de nuestro mundo.
Este volumen es una pequeño, emocionante e iluminador recordatorio de que el arte y la ciencia se alimentan mutuamente, se necesitan mutuamente, son el otro. No hay conflicto entre arte y ciencia: sólo está la búsqueda de ideas interesantes con ojos abiertos.