Finalmente vino el Engativá Gospel y allí estuvimos con la Asociación de Ateos y Agnósticos de Bogotá (AAAB).
El concierto empezó a la 1 p.m. y nosotros fuimos los primeros en entrar. Como no había nadie, pusimos nuestro pendón de siete metros de cara a la banda que abrió el concierto.
Al rato, cambiamos y nos pusimos de cara al público, y así estuvismo el resto del concierto. Por supuesto, no pasamos desapercibidos.
A los pocos minutos llegó un tipo de la cabina de emergencias a preguntar por nuestro líder. Les dije que no teníamos, pero siendo el socio fundador de la AAAB presente, el tipo se dirigió a mí para “pedirnos el favor” en el tono más tosco y pendenciero posible de que quitáramos nuestro mensaje de respeto al Estado laico.
Me negué, y antes de que al tipo, quien dijo llamarse Hugo Herrera Bravo, le diera un aneurisma, llegó otro señor de la Alcaldía y lo alejó de mí.
Hugo Herrera Bravo, violador del derecho a la protesta. |
No siendo suficiente con que dicho concierto violara la Constitución, y fuera hecho con cuestionables irregularidades, las bandas no se limitaron a hacer su repugnante proselitismo cristiano, sino que también empezaron a meterse con que nosotros estuviéramos ahí.
Entre ellos se alegraban que su amigo imaginario hubiera hecho diferentes a todos los hombres (aunque eso nunca superaría el regodearse en negarles los derechos a sus ‘hermanos’ LGBTI o reducir a las mujeres a poco menos que objetos reproductivos).
También salieron con la bastante predecible estupidez de que su religión no es religión, pretendiendo justificar el asalto al erario.
Mientras todo eso, otra fanática enemiga de las libertades, esta vez de la propia Alcaldía, identificada como Natalia Ortegón, se me acercó a decirme que teníamos que recoger nuestra pancarta. Me negué rotundamente.
Natalia Ortegón, quien confunde “laicismo” con callar a los ateos y permitir el robo a las arcas públicas en silencio. |
Creo que su fanatismo sólo fue superado por su grosería; una señora de logística que la acompañaba tuvo que alejarla antes de que terminara por robarse el show, que ya de por sí era de dañado y punible ayuntamiento.
Por supuesto, esa no sería la última vez que intentarían callar nuestro derecho a la protesta y entrada a un evento público (robo pagado con nuestros impuestos). Los intolerantes de Ortegón y Herrera tuvieron que echarnos a la Policía.
Cuando el agente al mando se me acercó para pedirnos “el favor” de retirar nuestro pendón, me negué por tercera vez a dejar de ejercer mi derecho constitucionalmente establecido (además, defendiendo la libertad de cultos). Eso sí, los agentes se tomaron su tiempo para retirar del lugar a un cristiano ebrio y drogado, que se nos acercaba con un puñal a preguntarnos si le pasaríamos un mensaje suyo a la vocalista. Muy provida la cuestión.
Como hubo poca asistencia creyente, no hubo turba que nos demostrara el amor cristiano en forma de puños, patadas, violencia, destrucción de nuestra propiedad e intento de robarnos las cámaras, como sí pasó en Bogotá Gospel, el año pasado. Sin embargo, esta vez me volví a encontrar a Paula, una cristiana que entonces había entendido que su creencia no debe ser pagada por el Estado y que -infructuosamente- llamó a la calma a sus correligionarios.
Lamentablemente, el respeto por el laicismo que pareció haberle quedado inculcado entonces, desapareció sin dejar rastro.
Así como fuimos los primeros en llegar, los ateos de Bogotá fuimos los últimos en irnos… contra el más fervoroso y ardiente deseo tanto de los corruptos organizadores como de las inmorales bandas, que no dejaron de machacar la mentira de que la Alcaldía es “incluyente” y apoya la diversidad.
Engativá Humana y “diversa”: ¿cuándo ha custodiado la Policía un concierto satánico, pagado por los contribuyentes? |