La Constitución de 1863, que habría llevado a Colombia por el camino de la civilización, cumplió 150 hace poco y el Externado de Colombia llevó a cabo una gran conmemoración, ya que “somos hijos de la Humareda”.
El Espectador entrevistó a Juan Carlos Henao, rector del Externado, quien demostró un magistral conocimiento de la Historia y explica por qué Colombia sigue siendo una república bananera:
La iglesia rechazó cualquier tipo de conciliación con la nueva visión del mundo y esa posición avanzó por aquellos tiempos como respaldo para quienes no querían cambiar aquel statu quo. Ese estado de cosas no era simplemente un asunto teológico o de defensa de unos principios religiosos. Era, claro está, el mantenimiento de unas estructuras de poder, de propiedad, de control social de vieja data que no se querían cambiar. Ahora, en cuanto a los aspectos internos, la Nueva Granada, nombre del país hasta 1858, avanzaba por un camino contrario: de la mano del civilismo heredado de Santander logró afianzar a mediados de siglo una serie de conquistas como la abolición de la esclavitud, la libertad de imprenta y de palabra, la libertad de enseñanza, la libertad religiosa y la separación iglesia-estado, la supresión de la pena de muerte, entre otras profundas reformas de la llamada “revolución liberal de medio siglo”. Este escenario de libertades terminó por consolidarse con la Constitución de Rionegro en 1863, es decir hace 150 años, pero solamente tuvo una vigencia de 23 años, hasta 1886. Ahí, en el terreno militar y en el de la política, y con el apoyo de la iglesia católica, se produjo un giro que con la nueva Constitución suprimió las libertades públicas, entronizó un estado clerical y eliminó durante muchos años los avances modernos alcanzados por el país. Naturalmente que no se trató únicamente de un enfrentamiento ideológico y político, la historiografía colombiana ha indagado también lo relacionado con los aspectos económicos y en ese sentido podría agregarse lo vinculado con los intereses de los latifundistas y los exportadores, además de los comerciantes, que en algunos casos promovieron una organización centralista del país, contraria a la federación de los radicales.
Toda la entrevista es absolutamente magnífica, pone de manifiesto las grandes mentes de los liberales radicales del siglo XIX, su reivindicación de la ciencia y la modernidad, explica la persecución al Externado y cómo, en contubernio con la mafia católica, el país desperdició 105 años en un onanismo supersticioso y pueril. Su lectura viene más que recomendada.