Mi nombre es David Alejandro Osorio Sarmiento y fui magufo.
Nací ateo, como todos, pero al poco tiempo mi familia me inició en el oscurantismo al llevarme a ese centro de reclutamiento infantil de la Iglesia Católica en donde me inscribieron sin siquiera preguntarme, es más – valiéndose de mi inhabilidad para razonar y decidir por mí mismo si quería estar atado de ahí en adelante a esa mafia criminal.
Mis padres encontraron un colegio que reforzara el adoctrinamiento católico, así que desde pequeño me fue inculcado el pensamiento irracional y mágico.
Amparito, mi profesora de religión de la primaria, estaba obsesionada con las apariciones de la ‘virgen’ María y con el Holocausto nazi, así que al llegar al bachillerato, yo creía que ser bueno equivalía a sufrir y que las atrocidades nazis eran contrarias a la doctrina católica (nada más lejos de la realidad).
El colegio contaba con su propio sabor de nazi-onalismo – el odio a Estados Unidos, su pueblo, su cultura y todo lo que viniera de allá. Lamentablemente, ser víctima de este adoctrinamiento empezó a tener un efecto en mí, y cuando cayeron las Torres, confieso, con mis escasos 14 años, pensé que EEUU se lo había buscado. Esto es lo más vergonzoso que jamás he hecho en mi vida y creo que nunca terminaré de perdonarme por ello. Me justificaba a mí mismo (y de paso justificaba los ataques) arguyendo que lamentablemente esta era la forma de que Estados Unidos despertara (?), terrible, sí, pero necesaria (!). Lo dicho, el haberme tomado tan a la ligera la vida de tres mil personas inocentes, equiparando mi postura frente a sus muertes con mi postura frente a una supuesta política exterior de Estados Unidos es una mancha que jamás lograré borrar de mi conciencia. Siempre me robará el sueño haber sido tan insensible, tan inhumano y tan injusto, hacer juicios de valor tan a la ligera.
A pesar del adoctrinamiento del colegio (que incluyó campañas anticondones, como esas mentiras con las que la Iglesia colabora en la difusión de la pandemia del sida en África), mi desprecio por la Iglesia empezó a crecer, cada vez que las directivas prohibían cualquier muestra de personalidad que se saliera del canon de peón católico: prohibido el pelo largo, las manillas, los piercings, los celulares, que en los buses se sintonizaran emisoras juveniles (censura promovida desde de la fascistoide Red Papaz).
En mi casa siempre primó el valor de la libertad de expresión, así que, al igual que mi amigo Carlos, tuve acceso a revistas magufas como Año/Cero y Más Allá. Además de la conspiranoia propia de estos garitos de desinformación, también pude leer versiones alternativas a la oficial de la Iglesia, lo que ayudó a cimentar mi desconfianza en esta.
A la vez, fueron el insumo perfecto para protagonizar uno de los eventos más humillantes de mi vida: en un viaje por carretera, me enfrasqué en una discusión con mi primo sobre la llegada la Luna – yo aseguraba que no había habido alunizaje. La bobada se me quitó cuando, unos años más tarde, mi tío me enfrentó con el la lista de muestras lunares [PDF] en poder de la NASA – ¿cómo iba a desprobar eso? No todo estaba perdido, el pensamiento oscurantista todavía no me había hecho inmune a la evidencia, estaba a tiempo de volverme racional.
Sin embargo, aún me quedaba un largo camino por recorrer. Terminé el colegio coqueteando con alguna noción de la reencarnación y mesianismo: me fascinaba el mito de que Hitler y Napoleón, entre otras figuras históricas, sólo habían tenido un testículo, que de alguna forma debía probar algo; o la ya memética cadena de coincidencias entre Lincoln y Kennedy. Para mí, entonces, casualidad era sinónimo de causalidad.
En la facultad de Derecho, la magufada de turno cambió. Ya no eran conspiraciones y un plan universal secreto que se hacía patente con las ‘coincidencias’ entre algunos personajes históricos, sino el relativismo cultural. No sé cómo, estudiando derecho, y la universalidad de las libertades, inherentes a todos los seres humanos por el hecho de haber nacido, se me pudo escapar. Claro está que el posmodernismo, como toda chorrada irracional, cambiará de forma y se disfrazará para llegar a más personas. Mientras sucumbía a la idiotez buenrrollista de “Yo respeto todas las creencias mientras no pretendan matarme“, mi desprecio por la religión y su estafa maestra, dios, iba en aumento. El Tratado de ateología de Michel Onfray hizo mucho por mis capacidades intelectuales, llevándome a encontrar lo moralmente repulsivas que son las religiones, y darme el lujo de rechazarlas por lo que son: cultos a la muerte.
Librarme de la superstición cristiana no me evitaba las angustias existenciales por lo que el astrólogo de la familia decía ver en mi carta astral. Y tampoco hizo mucho para que dejara de consumir la homeopatía con la que el médico general de la familia había engatusado por años a mis padres. A día de hoy, todavía lo defienden con el “a mí me funciona“. Y bueno, yo vi a Juan Tamariz sacar el as de picas…
Al cambiar de carrera y empezar Comunicación Social – Periodismo, en mi teísmo creé a una diosa (¡como si faltaran más!), que cumplía dos funciones: servir de comodín siempre que soltaba la hippie respuesta de “Creo en un dios pero no en la Iglesia“, a la vez que se distinguía del machista, misógino y truhán dios cristiano.
Aunque La puta de Babilonia de Fernando Vallejo contribuyó mucho, realmente fue dios No Es Bueno, del genial Christopher Hitchens, el libro que me hizo cuestionarme el último argumento al que me aferraba, el del primer motor, para empezar a desprenderme de ese daño emocional e intelectual casi irreparable que es el adoctrinamiento en la creencia en dios. Decepcionantemente, me volví agnóstico.
Empecé a frecuentar blogs ateos, en busca de burlas y blasfemias contra las idioteces cristianas, y no sé si fue en Alerta Religión o en La media hostia que vi una comparación con Supermán: Nadie puede probar la no-existencia de Supermán, pero nadie se diría agnóstico de Supermán, ¿por qué iba a ser diferente con dios? Ya era ateo. En busca de contactar con otros ateos dí con el foro de Iniciativa Atea (entonces Cyberateos) en donde, a fuerza de discusiones, aprendí a que no me importara lo que pensaran u opinaran de mí… y que lo que los demás crean es su problema (como el comunista negador del SIDA y de la evolución que insistía en que yo era facho [!]). Igualmente allí conocí el fantástico humor negro de Pat Condell, quien, junto con Maryam Namazie y Mansoor Hekmat, hizo trizas cualquier residuo de posmodernismo que quedara en mí. De los blogs anglosajones retomé la defensa del laicismo como principio humanista y garante del ejercicio de la libertad de cultos y empecé a denunciar la violación del mismo allá donde la hubiera.
El camino del escepticismo apenas comenzaba. En uno de esos blogs hacían la crítica a los que no creían en dios por ausencia de evidencias, pero compraban homeopatía – no era para nada coherente. Así que siendo consecuente conmigo mismo, empecé a rechazar la pseudociencia.
Luego vendrían las teorías de la conspiración, cuando desperdicié cuatro horas de mi vida viendo ese panfleto de extrema derecha llamado Zeitgeist y su segunda parte, Addendum, de corrido. Cuando quise saber un poco más sobre lo que decían los videos, me topé con el blog de Natsufan, desmontando punto por punto esa bazofia pseudodocumental.
Los artículos de Chemazdamundi, esposo de Natsu, eran espectaculares por su alto sentido cívico y ciudadano, a la vez que metía hostias como panes. Ante la mentira de Zeitgeist, él interpuso una denuncia por la difamación a todos los organismos económicos mencionados y esa tirria contra las mentiras soterradas se me pegó – durante mucho tiempo en De Avanzada mantuve un tono generalizado de indignación ante la promoción de estafas, conspiranoia y pseudociencia. A día de hoy, Chema tiene un monumental post sobre el estafador Jacque Fresco y su timo de Economía Basada en Recursos. (Uno de los adeptos de esta secta hizo su meta personal convencerme de que Fresco es honesto y que Zeitgeist dice la verdad y ha recurrido a toda clase de artimañas magufas, desde las típicas falacias y mentir, hasta actos criminales, cuando yo todo lo que pedía era evidencia; pobre criatura, ojalá se consiga una vida.)
Poco a poco aprendí que no se respetan las creencias, que precisamente el irrespeto de estas es el punto de partida de la democracia y del método científico. El humanismo secular al que yo apenas entraba reposaba sobre un concepto que cada vez se fue haciendo más claro: la Razón es una obligación moral para con las demás personas.
Como escéptico me alegró encontrar una comunidad internacional cuya principal preocupación fuera la ciencia y que las políticas públicas se basaran en la mejor evidencia disponible. Por medio de Ismael Valladolid, conocí la más amplia comunidad escéptica de España, con personas a quienes admiro como JM Mulet y Mauricio-José Schwarz, entre muchos otros. No sólo se trataba de demostrar por qué la pseudociencia, la religión o las teorías conspiranóicas son falsas, sino también de por qué son peligrosas. Como granito de arena personal, empecé a hacer mis pinitos de divulgación científica.
De los posts de Mulet aprendí sobre los transgénicos y las campañas de satanización de Greenpeace et al; una herramienta inocua que necesariamente ayudaría a mejorar tanto la cantidad como la calidad de comida en el mundo estaba bajo el ataque de multinacionales ‘orgánicas’ y naturistas que ven cómo esta alternativa acabaría con su negocio. No se me escapa la ironía de que el argumento anti-multinacionales suele ser invocado por los idiotas útiles de las multinacionales antitransgéncias.
Conocí La lista de la vergüenza de Fernando Frías y me pareció tan espectacular que creé la versión colombiana.
Y llegó el momento de que la comunidad escéptica empezara a crecer, pero esta fue saboteada desde adentro por una fábrica de víctimas llamada Skepchick, un portal pseudoescéptico dedicado a acusar de machistas a todos aquellos que pretendemos tratar a las mujeres como personas, en vez de ponerlas en un pedestal por el hecho de tener vaginas. Después de lloriquear por lo machista de que la invitaran a tomar un café, Rebecca Watson y sus esbirros empezaron una cacería de brujas dentro de la comunidad, algo inaceptable para quienes vemos la diferencia de opiniones y la libertad de expresión como piedra angular de la democracia liberal. Pero, lejos de la democracia, esto era victimismo, marxismo cultural en acción.
La hora de partir caminos fue cuando empezaron con el negacionismo científico. Había aprendido a tomar postura no porque pareciera popular, progresista, incluyente, o por su nivel de aceptación social, sino dependiendo de la evidencia que la sustentara, principio sintetizado en la navaja de Hitchens: lo que puede ser afirmado sin evidencia, puede ser descartado sin evidencia.
Tras superar estos múltiples encontronazos con las magufadas, he dedicado buena parte de mi tiempo a contrarrestarlas y promover el pensamiento crítico, la ciencia, la razón, el humanismo secular, los derechos humanos y las libertades individuales. Además de De Avanzada, he tenido la oportunidad de participar y ayudar en otros proyectos escépticos: fui fundador de la Asociación de Ateos y Agnósticos de Bogotá, colaboro con MagufoBusters, la Esceptipedia y la Fundación Richard Dawkins. Además, tengo el orgullo de participar en la Skeptic Ink Network, donde estoy a cargo de Avant-Garde.
Espero que, en el lejano día en el que muera, deje un mundo más racional del que encontré.