En columna de Héctor Abad Faciolince:
Mujica y el papa, con sus carritos viejos que escupen humo negro, ¿son auténticamente humildes o hábiles populistas que usan esos signos como mensajes cuidadosamente calculados que los hagan ver más grandes ante el mundo? Si el embajador de Uruguay ante el Vaticano recogiera al presidente de la República en el aeropuerto de Fiumicino en un viejo Fiat 500 (Topolino) y amarrara con cabuya las maletas sobre la parrilla del techo, ¿veríamos en eso una muestra de austeridad del Estado, o una especie de tacañería llevada hasta el punto de la ridiculez?
Si la Iglesia Católica quisiera de veras ser humilde, pienso yo, empezaría a pagar impuestos sobre sus bienes inmuebles. Renunciaría a las exenciones que les dan muchos estados del mundo y pagaría impuesto predial a las ciudades por templos y palacios. Vendería sus inmensas propiedades terrenas y terrenales, y repartiría el producido (billones de dólares) entre los pobres del mundo. Las monjas donarían sus terrenos urbanos para parques públicos. Vendería los bancos de los cuales la Iglesia es socia o propietaria (donde se lavan ingentes fortunas de dudosa proveniencia) y construiría hospitales para quienes ellos consideran su “opción preferencial”.