El papa Francisco acaba de publicar su primera encíclica, Lumen fidei, y de su lectura se concluyen los prejuicios que Francisco tiene contra los ateos y que pretende que sean adoptados por todos los católicos:
• El ateísmo debilita los lazos comunitarios. Por alguna razón, Francisco parece creer que la fe religiosa es necesaria para “edificar nuestras sociedades, para que avancen hacia el futuro con esperanza” (párrafo 51). En su opinión, “la luz de la fe permite valorar la riqueza de las relaciones humanas”, mientras que sin ella “nada podría mantener verdaderamente unidos a los hombres” (51).
• Los ateos tenemos otros dioses (?). Para Fracisco, los ateos sabemos secretamente que dios existe, pero tenemos miedo de que podría exigir demasiado sacrificio de nosotros, por lo que fingimos pensar que no es real, porque somos rebeldes y traviesos. Además, elegimos venerar algo en reemplazo de dios, porque no podemos simplemente no adorar algo, y “ante el ídolo, no hay riesgo de una llamada que haga salir de las propias seguridades” (13).
• Los ateos somos egocéntricos. Es probable que lo único que estemos adorando sea a nosotros mismos: “el ídolo es un pretexto para ponerse a sí mismo en el centro de la realidad, adorando la obra de las propias manos” (13). Francisco realmente cree que sólo la fe “nos lleva más allá de nuestro « yo » aislado” (4) o proporciona “indicaciones concretas para salir del desierto del « yo » autorreferencial, cerrado en sí mismo” (46). Por el contrario, “la fe es un don gratuito de Dios que exige la humildad y el valor de fiarse y confiarse” (14). O sea, creer sin evidencias, algo completamente indistinguible de la ignorancia.
• Los ateos no tenemos brújula moral. Llevando su metáfora de la “fe como luz” a alturas vertiginosas, Francisco afirma que, en ausencia de la fe/luz, “es imposible distinguir el bien del mal, la senda que lleva a la meta de aquella otra que nos hace dar vueltas y vueltas, sin una dirección fija”(3). Nadie puede ser bueno sin dios, ya que tomamos crédito por nuestras buenas acciones en lugar de dárselo a un amigo imaginario, por lo que nuestra “vida se vuelve vana, sus obras estériles” (19). Esencialmente, la única manera de ser una buena persona es pretendiendo que no eres bueno, sino que dios lo es a través tuyo. Hay que recordar que los ateos no tenemos ninguna red internacional de pederastia.
• Si realmente tratáramos de encontrar a dios, lo encontraríamos. Esta es un gran bofetada para los muchos no-creyentes que se desconvirtieron tras un proceso de búsqueda religiosa larga y sincera; sugiere que o bien buscaron secretamente de mala fe, o sus esfuerzos fueron defectuosos. Si dios “se deja encontrar por aquellos que lo buscan con sincero corazón” (35), claramente ellos fueron deshonestos. Es culpa nuestra, no de dios, si no lo pudimos detectar.
• Los ateos llevamos vidas pobres. Ya que “la fe enriquece la existencia humana en todas sus dimensiones” (6) y es el “inconmensurable tesoro […] que Dios da como luz sobre el camino de todo hombre”(7), podemos suponer que dios nos ve viviendo en el equivalente psicológico de un asilo de Dickens. Su condescendencia sólo puede ser superada por su ignorancia – Francisco revela que es un inepto para entender que los ateos podemos sentir paz y alegría a pesar de que sabemos que dios no existe. Más bien es al contrario: ¿cómo puede vivir alguien alegre y feliz, creyendo que está en un valle de lágrimas y con un constante temor a que el dictador celestial a quien está obligado a amar lo envíe esa cámara de tortura eterna termodinámicamente imposible llamada Infierno? Vivimos más alegres y más felices debido a que dios no existe.
• Los ateos somos incapaces de amar. Francisco explica que “sólo en cuanto está fundado en la verdad [léase: dios], el amor puede perdurar en el tiempo” (27). Es claro que él no acepta que el amor no orientado por dios sea amor real. Mientras tanto, “quien cree nunca está solo” (39). Si nuestra capacidad de liberar oxitocina es directamente proporcional a la creencia en dios, ¿qué otras sensaciones y sentimientos nos estaremos perdiendo por no creer tampoco en los pitufos ni en Papá Noel?
¡Y este era el Papa que quería entablar diálogo con los ateos! Como ya lo dije – no tenemos nada de qué hablar. Sumado a las razones que expuse entonces, viene esta: Bergoglio está promoviendo la discriminación de los ateos con ese tono pasivo-agresivo hacia nosotros en su encíclica.
Ya lo tenemos suficientemente mal, gracias casi en su totalidad a los ridículos mitos que los líderes religiosos se han encargado de difundir sobre el ateísmo y los ateos, cuando no a perseguirnos. Perpetuar esos mitos y pretender afianzar a sus seguidores uniéndolos contra un ‘enemigo común’, es una declaración de guerra – no se puede dialogar con un fanático y fundamentalista que nos retrata de una forma tan divorciada de la realidad.
(adaptado de Friendly Atheist)