El principio de precaución busca la “adopción de medidas protectoras ante las sospechas fundadas de que ciertos productos o tecnologías crean un riesgo grave para la salud pública o el medio ambiente, pero sin que se cuente todavía con una prueba científica definitiva de tal riesgo“.
Lamentablemente, los enemigos de la ciencia lo han transformado en el principio del miedo:
Me explico: el principio de precaución sirve para prevenir, para ser cuidadosos con algo que, bien manejado, nos da más beneficios que problemas. Un coche es algo peligroso, una tonelada de metal moviéndose a 80 km/h. Gracias a la aplicación del principio de precaución hemos desarrollamos una serie de reglamentos y permisos para manejarlo y reducir, en la medida de lo posible, su peligrosidad. Pero el argumento del que confunde precaución con miedo suele ser: “Sí, ya se que el coche puede ser muy beneficioso pero también muere gente así que siguiendo el principio de precaución creo (él siempre cree aunque interiormente afirma con rotundidad) que deberíamos prohibirlo.”
El principio de precaución es el que dice que si los campos electromagnéticos o determinado compuesto químico parecen tener efectos a un nivel determinado, el nivel legal será una magnitud inferior y si se tarda 23 años en aprobar un alimento transgénico es porque se está comprobando que sea inocuo para las personas y el medio ambiente, eso es la precaución.
Si nos dejaramos llevar por el “principio del miedo” se habría prohibido el fuego porque quema, el tren porque iba muy rápido (sí, eso fue un argumento en su época) o el preservativo porque no es fiable al 100 %.
Y una vez tergiversado en principio del miedo, los luditas han procedido a imponer la dictadura de su miedo:
Esencialmente, es buena idea ser cautos, hasta allí no hay problema. Pero del modo en que suelen utilizarlo los alternativistas y en especial los pseudoecologistas, la idea es que si se sospecha de que una acción implique un riesgo, dicha acción debe suspenderse por completo a menos que la ciencia demuestre satisfactoriamente que no existe tal riesgo.
Por supuesto, esto permite que cualquier pelagatos “sospeche” lo que le venga en gana sin ninguna prueba y someta al mundo a su temor, y al mismo tiempo impide que se elimine la sospecha porque a sus ojos no existe forma “satisfactoria” de demostrar que el riesgo no existe. Es decir, el miedo, por irracional que sea, se impone en los hechos como dictadura inamovible.
Llevamos décadas usando telefonía móvil y microondas para las comunicaciones, y no existe ningún estudio con metodología correcta que haga sospechar que causan algún daño al cuerpo humano. Pero los ignorantes, movidos por los negociantes, siguen “sospechando que causa cáncer, y si no, autismo” y por supuesto dicen una y otra vez que la evidencia científica no es suficiente. ¿Cuándo será suficiente? Cuando les dé la razón. Y esto es igualmente válido para los transgénicos, los reactores nucleares, las amalgamas dentales, las vacunas, el flúor en el agua potable y todas las histerias de la semana del mundo New Age.
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Pero la ciencia no da certezas absolutas, eso es asunto de la filosofía y la religión, sólo certezas razonables con base en los datos que tenemos hasta la fecha. La creencia subyacente parece ser que, si quitamos la ciencia y la tecnología, que son los responsables de que nuestra vida tenga riesgos, alcanzaremos una existencia libre de peligros, donde no pasará nada malo y viviremos en armonía con la naturaleza sin que nos pique siquiera un mosquito Aedes aegypti con dengue, y moriremos pacíficamente entre las biodanzas de nuestros seres queridos… o algo así de imbécil.
La vida implica riesgos. La precaución razonable es la que no asume riesgos innecesarios o absurdos, que no actúa irresponsablemente. Pero si el beneficio es evidente y demostrable y el riesgo es muy pequeño (o incluso implausible, como es implausible que las microondas causen cáncer o que al comer transgénicos “entre el ADN ajeno a tus células“, como he leído), el ser humano tira para adelante porque así es la vida. Si vas a salvar a millones de niños de la ceguera o la muerte, y todos los estudios dicen que tu arroz dorado no tiene ningún efecto negativo sobre el ambiente ni sobre los individuos, impedirlo es genocidio.
Cuando los enemigos del progreso afirman estar haciendo uso del principio de precaución, no está de más revisar si sus sospechas son fundadas o no (y hay que tener en cuenta que no suelen serlo).